E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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#EnElBéisbolNoSeLlora
Kylie se quedó petrificada al ver el sobre en el suelo, pero Joe, no. Le puso una mano en el brazo para indicarle que se quedara donde estaba mientras él observaba el entorno con toda su atención.
Kylie no veía nada fuera de lo normal. Joe, sin soltarla, cerró la puerta, echó el cerrojo y tomó el sobre.
Ella iba a decir algo, pero él le puso un dedo en los labios, tomó en brazos a Vinnie, que había ido corriendo a saludarlos, y se lo puso con delicadeza en los brazos. Después, recorrió el piso, encendiendo las luces.
–No creo que quien esté haciendo esto entre en la casa –dijo ella, pero Joe no respondió. Continuó revisando metódicamente el apartamento.
Kylie achuchó a Vinnie cuando él le lamió la barbilla, extasiado como siempre por tenerla en casa. Después, Joe lo dejó en el suelo e, inmediatamente, Vinnie se fue a buscar su juguete favorito para llevárselo a Kylie. Aquella noche, su juguete favorito era una pelota de tenis en miniatura.
Ella se la arrojó.
–Vamos, tráemela, tráemela –le dijo, con la esperanza de conseguirlo, algún día.
Vinnie corrió detrás de la pelota y se marchó con ella por el pasillo. Kylie estaba suspirando cuando Joe volvió al salón.
–Abre el sobre –le dijo.
Era otra Polaroid. En aquella, el pingüino aparecía en un tranvía, a punto de caer a la carretera, entre los coches, y a Kylie se le encogió el corazón.
–Demonios –susurró, agarrando la Polaroid contra su pecho–. Hay demasiada locura en mi vida: las fotos, el pingüino desaparecido y tú.
Él se echó a reír y tomó la foto de sus manos para mirarla.
–Empezaste tú, con ese beso.
A pesar de que su cuerpo reaccionó como si él fuera a darle otro, ella se hizo la ofendida.
–Ya te he dicho que ni siquiera me acuerdo de cómo fue –respondió–. Ni tampoco el segundo.
–¿De verdad?
–Sí, de verdad –respondió, sin darse cuenta de que lo estaba provocando–. Puede que no seas tan bueno besando como tú te crees.
–Umm. Sujétame esto un momento –dijo él, y le entregó la fotografía.
Kylie la tomó sin pensar, y él la besó. El beso fue largo, profundo y deliciosamente excitante. A ella se le escapó un jadeo y recordó lo habilidoso que era él con los labios, hasta que se le cayeron las llaves y la fotografía y le rodeó el cuello con los brazos para estrecharse contra él.
Cuando se les acabó el aire, él recorrió su mandíbula con la boca y ella le dio libre acceso a su cuello mientras se deleitaba con el contacto de sus labios en la piel. Joe la mordió suavemente y ella sintió un escalofrío de pies a cabeza. Justo en aquel momento, Vinnie llegó corriendo al salón y dejó algo a sus pies.
Kylie se liberó y empezó a sonreír con orgullo.
–¡Sí! Por fin has aprendido a traer la pelota…
Se quedó callada en medio del horror, mientras Joe se echaba a reír a carcajadas.
Vinnie había llevado su consolador.
Ella, con la cara ardiendo de vergüenza, se agachó, lo recogió y lo metió debajo de un cojín.
–No tengo ni idea de dónde ha sacado ese… sable de luz.
Al oírlo, Joe se rio aún con más ganas. Tuvo que inclinarse y apoyarse con las manos en las rodillas. Cuando terminó y se irguió, enjugándose las lágrimas de los ojos, ella estaba en jarras, bastante menos apasionada y tan avergonzada que casi no podía hablar.
–Tienes que irte ya –dijo.
–¿Por qué? ¿Porque ya tienes vibrador y no me necesitas?
–¡Es un sable de luz! –exclamó ella, y abrió la puerta principal–. Fuera.
Él se acercó a ella y, mirándola a los ojos, cerró la puerta.
–Eh –le dijo–. Si una persona no puede darse una satisfacción una noche que otra, es que estamos a las puertas del apocalipsis.
Ella cerró los ojos y soltó un gemido de dolor, y él se echó a reír otra vez.
–Kylie, me encanta que tengas un… sable de luz. Me gusta tanto, que espero que un día me dejes ver cómo juegas con él.
–Oh, Dios mío –dijo ella, y se tapó la cara con las manos.
Él le apartó los dedos de las mejillas con delicadeza y la miró.
–No debería haberte metido en esto –murmuró Kylie–. Todo me parece una locura, más que cuando empezó.
–Estamos haciendo progresos. Solo tienes que tener paciencia.
A ella no se le daba bien tener paciencia. Y, por la cara de diversión de Joe, parecía que él lo sabía perfectamente.
–Y, en cuanto a la locura –prosiguió él–, puede que seas tú. Puede que seas un imán para las locuras.
–¿Ah, sí? ¿Y en qué te convierte eso a ti?
Él sonrió de oreja a oreja y, al verlo, a ella le explotaron el resto de las neuronas. Entonces, Joe entró en la cocina.
–¿Tienes palomitas? –preguntó–. ¿Chocolate caliente?
–Por supuesto. Son las comidas más importantes. ¿Por qué?
–Porque vamos a ver una película.
–Aunque corra el riesgo de repetirme, ¿por qué?
–Porque estás inquieta, y no creo que estés bien para quedarte sola.
Y él se iba a quedar con ella hasta que se hubiera calmado. Intentó que no la afectara el hecho de que fuera tan considerado, pero fue demasiado tarde. Tuvo una sensación de calidez en el corazón. Y en otras partes, también. Partes que antes solo se habían animado para su sable de luz.
Cinco minutos después, estaban viendo Fast & Furious, comiendo palomitas y tomándose un chocolate. Vinnie estaba dormido en el regazo de Joe.
Cuando terminó la película, Kylie se volvió hacia él.
–Has sido un perfecto caballero. ¿Y eso?
–Estoy intentando ser bueno contigo. Pero, a veces, pierdo el dominio.
–¿Ah, sí?
–Sí –dijo él con una sonrisita–. ¿Te has mirado al espejo? Hasta un muerto reaccionaría. Y yo no estoy muerto,