E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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Dios mío. ¿Y si nos encuentra?

      –No nos va a encontrar.

      –¿Y si lo hace? ¿Y si nos pilla?

      –A mí no me pillan normalmente.

      Ella se agarró a la espalda de su camisa con ambos puños.

      –¿Normalmente? –susurró–. ¿Normalmente? Oh, Dios mío.

      De nuevo, apoyó la frente en su espalda. Estaba empezando a sudar.

      –Respira profundamente, Kylie.

      –Odio que me digan eso.

      Joe alargó el brazo hacia atrás y la rodeó con él.

      –Necesito que te relajes.

      –No es mi punto fuerte.

      –Pues inténtalo, porque la cosa empeora.

      Ella alzó la cabeza.

      –¿Cómo puede empeorar más aún?

      Él la colocó delante para que pudiera ver por la rendija de la puerta, lo cual fue un alivio. Además, había otra ventaja, y era que tenía a Joe pegado a la espalda. De repente, ya no se dio cuenta de que no podía respirar. No podía concentrarse en nada que no fuera su cuerpo fuerte y grande alineado con el suyo.

      Hizo lo posible por permanecer alerta y miró por la rendija. Rafael seguía siendo tal y como lo recordaba, más ancho que largo, aunque, lógicamente, había envejecido. Estaba viendo la televisión con el ceño fruncido.

      –Ya se ha instalado en la cama para ver la tele antes de dormirse. Mierda…

      Joe le puso una mano sobre los ojos.

      –¿Qué haces?

      –Protegerte –le susurró él–. Acaba de desnudarse, y estoy viendo cosas que tú no necesitas ver.

      Ella hizo un gesto de horror al imaginarse la visión.

      –¿Se va a acostar?

      –No, está sentado al borde de la cama, cambiando de canal. Por suerte, está medio sordo, a juzgar por el volumen que ha puesto.

      Desde detrás, Joe le pasó a Kylie los labios por la garganta.

      –Me gustabas de rubia –murmuró–. Y de morena. Pero de pelirroja me gustas más aún. Encaja muy bien con tu fuerte temperamento.

      Al pronunciar aquellas palabras, él le rozaba la piel con los labios y hacía que se estremeciera. Notó su risa cuando le dio un codazo en el estómago, y se dio cuenta de que el terror y la claustrofobia se habían retirado lo suficiente como para dejar sitio al deseo.

      Lo cual significaba que había perdido la cordura.

      –¿Me estás tirando los tejos en un armario durante una misión de vigilancia? –le susurró, con incredulidad.

      –¿Quieres que lo haga?

      Por supuesto que sí. Pero también quería que trabajara más en ello.

      –Continúa –le dijo–, y ya te lo diré.

      Él siguió susurrándole al oído, con una sonrisa en la voz.

      –¿Te das cuenta de que cada vez que he intentado protegerte, tú te las has arreglado para valerte por ti misma? Y eso es muy sexy, Kylie.

      Ella se rio con la voz ronca, y cerró los ojos para tratar de concentrarse en las sensaciones que le producía el contacto con su cuerpo, y él se apretó contra ella.

      –Joe…

      –No te preocupes, la cosa no va a ir a más. Puedo pensar con dos partes del cuerpo a la vez.

      Bien, gracias a Dios que uno podía hacerlo.

      –Aunque –murmuró Joe–, las cosas que quiero hacerte en este armario…

      Ella se estremeció y, después, jadeó, porque él le mordió el lóbulo de la oreja con delicadeza. Joe hizo que se girara hacia él y le enredó los dedos en el pelo para colocarle la cara frente a la suya y besarla. Cuando sus bocas se tocaron, a Kylie se le borró todo de la mente, Rafael, las fotografías, la muerte de su abuelo… Todo. Era como si Joe y ella hubieran explotado y estuvieran ardiendo en llamas, y tenían que parar o acabarían haciendo el amor allí mismo, en aquel armario. Kylie no estaba preparada para llegar a ese punto, así que se retiró, y notó que él tomaba aire y exhalaba un suspiro tembloroso.

      Se quedaron frente a frente un momento, pecho con pecho, muslos con muslos, y todas las demás partes del cuerpo, tocándose también. Joe tenía una erección.

      –¿Qué está haciendo Rafael ahora? –preguntó.

      Joe echó un vistazo.

      –Tumbado en la cama, viendo la tele. La luz está encendida, pero él tiene los ojos cerrados. Creo que se ha quedado dormido.

      Esperaron cinco minutos más. Entonces, Joe le dijo:

      –Quédate a mi espalda, y no hagas ni el más mínimo ruido.

      La tomó de la mano y se la llevó por el pasillo hasta que salieron por la puerta. Entonces, echaron a correr hacia el coche y se pusieron en camino. Normalmente, él conducía tal y como hacía todo lo demás: con calma y controladamente. Aquel día, no. Tenía los hombros tensos y la boca apretada. ¿Se daba cuenta de que estaba empezando a mostrarle el hombre que había bajo la fachada fría y tranquila que les mostraba a todos los demás? Para ella, eso era emocionante.

      –Te has enfadado por cómo han salido las cosas –dijo ella, en el tirante silencio del interior del coche.

      –No me gusta que te hayas visto en esa situación por mi culpa.

      –Ha sido por culpa mía –dijo ella–. Pero lo he hecho bien.

      A él se le dibujó una pequeña sonrisa en los labios.

      –Lo has hecho bien, sí. En realidad, lo has hecho tan bien, que estoy excitado y duro como una roca. Te lo dije: ver cómo te controlas me excita siempre.

      Se miraron un segundo, y él le besó la palma de la mano.

      –Quiero llevarte a casa –le dijo.

      –Pues, entonces, hazlo. Llévame a casa.

      Después de eso, no hablaron más. Joe iba todo lo rápidamente que podía sin causar un accidente, y no dejó de torturarla con caricias expertas. Cuando aparcó delante de una bonita casa pareada en Inner Sunset, ella estaba tan excitada que casi no podía respirar.

      Él apagó el motor y la miró, y Kylie se dio cuenta de que sentía el mismo deseo que ella. Era el calor de su mirada, la tensión de su impresionante cuerpo, su forma de tocarla y hablarle. Le provocaba un hambre y

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