E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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porque habría necesitado tiempo para reflexionar y asimilar lo que le había sucedido. Y para tomar distancia.

      Así pues, el hecho de que siguiera allí y estuviera a punto de conocer al padre de Joe, la había dejado pasmada.

      –¿Y no le va a parecer raro a tu padre que yo esté contigo a estas horas? –le preguntó.

      –Mi padre no tiene noción del tiempo, a no ser que yo llegue tarde o que necesite algo –respondió Joe–. Pero tengo que decirte una cosa: es alguien… diferente.

      Kylie sonrió.

      –¿Y tú no?

      –Listilla –dijo él con una sonrisa. Después, vaciló un instante, y añadió–: Mira, si te dice cualquier cosa extraña, no le hagas caso, ¿de acuerdo? No lo hace con mala intención.

      –¿Qué tipo de cosa rara?

      –No siempre está en el presente. Volvió herido de la Guerra del Golfo, y no solo con heridas físicas.

      A ella se le encogió el corazón, y lo miró a los ojos.

      –Y Molly y tú cuidáis de él.

      –Sí. Y a él no le cae bien nadie más, nunca, así que no te ofendas si te ignora –dijo Joe.

      Llamó a la puerta; cuatro golpes fuertes, una pausa y otro golpe más.

      –¿Papá? –dijo–. Soy yo.

      Abrió con llave los tres cerrojos y volvió a llamar de la misma forma, mientras abría la puerta.

      –¿Papá? ¿Me oyes?

      –Pues claro que te oigo. No estoy sordo –dijo su padre en un tono irritado.

      Joe no atravesó el umbral.

      –Y no estás armado, ¿no?

      Kylie miró a Joe con preocupación.

      Joe sonrió para calmar su inquietud.

      –No te preocupes. Ya no tiene balas.

      Ah, bueno. Así se sentía mejor.

      –Pero le gusta tener el arma a mano –le advirtió Joe, suavemente–. Ignora eso también.

      Kylie asintió. Creía que estaba disimulando muy bien su nerviosismo hasta que Joe le apretó la mano.

      –¿Por qué has tardado tanto? –le gritó su padre.

      Joe entró primero, asegurándose de que Kylie fuera detrás de él. Observó con atención la sala, que estaba en penumbra, y debió de ver algo que ella no podía ver, porque suspiró.

      –Papá, ¿dónde están tus pantalones? –le preguntó y encendió la luz.

      Era una habitación pequeña muy limpia y ordenada. No había nada fuera de su sitio. Bueno, salvo el hombre de la silla de ruedas, que iba vestido solo con una camiseta de tirantes y unos calzoncillos.

      Ah, y que tenía una escopeta apoyada en las rodillas.

      A pesar de que tenía el pelo canoso y los ojos oscuros, rodeados de arrugas, el padre de Joe se parecía mucho a él, y era mucho más joven de lo que ella pensaba. La Guerra del Golfo había ocurrido hacía casi treinta años, así que su padre debía de tener unos cincuenta.

      –Los pantalones son una estupidez –dijo.

      –Sí –respondió Joe–. Y, también, recibir a las visitas con una escopeta y sin ropa, y tú lo haces. Deja la escopeta, vamos.

      El padre de Joe miró más allá, hacia Kylie.

      –¿Quién es?

      Joe se giró hacia Kylie.

      –Te presento a…

      –No, tú no –le dijo su padre–. Le he preguntado a ella.

      Kylie sonrió.

      –Me llamo Kylie Masters.

      –Umm –dijo él–. En mi sección había un Masters. Jeremy Masters. Era un gilipollas como una casa. ¿Es tu padre?

      Joe cabeceó.

      –Por favor, papá…

      –No pasa nada –dijo Kylie, pero siguió mirando a su padre–. Mi padre también es un gilipollas como una casa, señor Malone, pero no estuvo en el ejército. Por lo menos, eso creo.

      –¿No lo sabes con certeza? ¿Y eso?

      –Porque se marchó cuando yo era muy pequeña, y no siempre hemos tenido contacto.

      Joe la miró fijamente. Después, asintió.

      –Te puedes quedar –le dijo y se giró hacia Joe–. ¿Qué hay de cenar?

      –Nada, si no vas a ser agradable.

      –Yo siempre soy agradable.

      Joe soltó un resoplido y entró en la cocina.

      –Se cree que sabe cocinar –le dijo su padre a Kylie.

      –¡Claro que sé cocinar! –le gritó Joe desde la cocina.

      El padre de Joe levantó el dedo índice y el pulgar con dos centímetros de separación.

      Joe asomó la cabeza por la puerta.

      –Si mi comida está tan mala, ¿por qué no llamas para pedir algo?

      –Y es tan sensible como una niña –dijo su padre.

      –Los niños son tan sensibles como las niñas –dijo Kylie–. Puede que más. Así que, probablemente, debería usted decir que es tan sensible como un niño.

      El padre de Joe se echó a reír con ganas.

      –Hijo, esta vez sí que la has hecho buena –le gritó a Joe–. Esta te va a plantar cara.

      Joe no respondió a aquello, pero Kylie lo oía moviendo los cacharros en la cocina.

      Trató de convencerse de que no le importaba que él no estuviese de acuerdo con su padre con respecto a lo de que le iba a plantar cara. Porque en lo que sí estaban de acuerdo era en que aquello solo era una amistad y una relación laboral con algo de sexo como ventaja adicional. Y eso estaba bien; aunque tal vez, en el fondo, ella estuviera empezando a sentir algo diferente por él. Como no sabía lo que eran aquellos sentimientos, ni qué hacer al respecto, no tenía importancia.

      Pero no podía negar que una pequeña parte de sí misma se habría alegrado si Joe le hubiera dado la razón a su padre, en vez de quedarse en silencio.

      Su padre pasó por delante de Kylie y comprobó

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