E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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      Su despacho era la primera puerta a la derecha. Cuando entraron, él cerró la puerta con pestillo y se giró hacia Kylie en la penumbra.

      Él se estaba desabotonando el abrigo. Dejó que cayera al suelo y se sentó en su escritorio.

      –Qué despacho más bonito –dijo, mirando a su alrededor.

      Joe se le acerco y se colocó entre sus rodillas, y apoyó las palmas de las manos en la mesa, una a cada lado de sus caderas.

      –Si hubiera sabido que íbamos a terminar aquí –le dijo–, lo habría limpiado.

      Ella sonrió y le rodeó la cintura con las piernas, y cruzó los tobillos por detrás de su espalda.

      –Mentiroso. A ti no te importa lo que piensen de ti.

      Era cierto. Nunca le había importado lo que pensaran de él los demás, pero sí le importaba lo que pensara ella. Con una mano, tiró todas las cosas de la mesa al suelo. Con la otra, deslizó su trasero para estrecharla contra sí.

      A ella se le escapó un sonido de la garganta. Le había gustado aquel movimiento de hombre de Neanderthal, y eso le satisfizo también a él. Con Kylie podía ser él mismo: tener buen humor, o mal humor, o irritación, o lo que fuera. No tenía que controlarse.

      Otro enorme atractivo de Kylie.

      Ella lo estaba mirando.

      –¿Qué pasa? –susurró Joe.

      Kylie cabeceó una sola vez.

      –Estaba empeñada en no permitir que me gustaras. Pero, estoy aprendiendo cosas de ti, cosas que me gustan.

      Él sonrió a medias.

      –Aunque sea prepotente, arrogante y… ¿autoritario?

      Ella sonrió.

      –Muy prepotente. Tal vez deberías repetir esas palabras todos los días para empezar a trabajar en el problema.

      –Claro –dijo él con facilidad–. Si dices una cosa a gritos por mí.

      –¿Qué?

      –Mi nombre –respondió Joe, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Después, le susurró–: Voy a hacerte gritar mi nombre, Kylie.

      A ella se le cortó la respiración.

      –Yo no grito demasiado –susurró.

      –Es un desafío.

      Joe deslizó la mano por debajo de su camisa y encontró su piel sedosa. Subió por su cuerpo hasta que notó el encaje. Entonces, la tomó en brazos y se giró hacia el sofá que había en la pared de enfrente.

      –¿Qué vas a hacer? –le preguntó ella.

      –Esta vez quiero que sea en horizontal.

      –Pero… ¿aquí?

      –Claro, aquí.

      –El teléfono de tu escritorio –jadeó ella–. Lo has descolgado al tirarlo.

      –Después.

      –Tienes una barra de caramelo –añadió Kylie–. También se ha caído, y da pena que se eche a perder, porque tiene aspecto de ser un caramelo buenísimo…

      –Sé de algo que va a saber mucho mejor que el caramelo –dijo él, y le lamió la piel por debajo de la oreja.

      A ella se le escapó un gemido. La dejó en el sofá y le subió la camisa, y vio que llevaba un sujetador de encaje color marrón chocolate.

      –Precioso.

      Al segundo, descubrió que llevaba unas bragas a juego.

      No hacía falta chocolate…

      –Date prisa –susurró Kylie, en tono de súplica, mientras lo abrazaba. Joe estaba bajando la cabeza hacia su cuerpo cuando sonó su teléfono móvil. Él dejó caer la frente sobre su maravilloso pecho y tomó aire.

      –Puede que sea urgente –dijo ella, que tenía las manos en su pelo.

      Sin duda. Pero era un mensaje de texto, no una llamada, así que decidió que no podía ser tan importante.

      –No me importa –dijo.

      Le desabrochó el sujetador y lo apartó, y se le aceleró el corazón al ver sus pechos desnudos.

      –Todo puede esperar unos minutos.

      Ella le puso una mano sobre el pecho.

      –¿Y si yo necesito más de un minuto?

      –Tú vas a tener todos los minutos que necesites –dijo él, y bajó la mano hasta que le agarró el pequeño trasero para estrecharla contra sus muslos.

      –Ummm… Me deseas –dijo ella con la voz entrecortada, retorciéndose contra la parte de su cuerpo masculino que más la deseaba. Y le brillaron los ojos de triunfo, alegría y también, por su propia necesidad.

      Demonios, estaba completamente obnubilado por aquella mujer.

      –Sí, te deseo –dijo. Le dio un beso en el hombro desnudo y, después, en la mandíbula–. Y mucho.

      Con un suspiro, ella inclinó la cabeza hacia atrás y canturreó de placer mientras él pasaba los labios por su garganta y sus clavículas, por la punta de su pecho. Tomó el pezón con la boca y ella se arqueó jadeante al notar el contacto con su lengua.

      Le agarró el pelo y musitó:

      –No pares.

      Ni se le había pasado por la cabeza, y siguió acariciándola y jugueteando a través de sus bragas hasta que estuvieron húmedas. Entonces, se las quitó y dijo:

      –No las vas a necesitar.

      –Tu ropa, también –jadeó ella–. Fuera.

      –Y resulta que yo soy el autoritario –dijo Joe.

      Se puso de rodillas por encima de su cuerpo desnudo y se quitó la camiseta. Ella empezó a acariciarle el estómago y el pecho con los dedos, y acabó con el dominio que pudiera tener sobre sí mismo. Él se inclinó y, con cuidado, le mordisqueó la cadera y una costilla, y ella se removió. Después, tomó su pezón entre los dientes y tiró delicadamente, y ella lo agarró por el pelo con más fuerza. Aquello le puso más difícil quitarse la ropa, pero lo consiguió, y lo arrojó todo al suelo.

      Kylie se incorporó apoyándose en un codo y lo tocó en cuanto hubo terminado de desvestirse, separando las piernas para acogerlo. Él se puso un preservativo y se tendió entre sus muslos, deslizándose dentro de su cuerpo.

      –Kylie –murmuró–. Mírame.

      Ella

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