E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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Aquella noche, el transmisor había lanzado el aviso de que una de aquellas piezas estaba en movimiento, cuando no debería ser así. Llegaron a la obra del edificio y todo sucedió rápidamente; sin embargo, no fue una operación limpia. Era el capataz de la obra quien cometía los robos de la maquinaria y, en aquella ocasión, estaba robando una pequeña excavadora por el sencillo método de llevársela conduciendo. Lo sacaron de la máquina pero, en el último momento, debió de darse cuenta de que aquel era el final para él, así que sacó un cuchillo y estuvo a punto de destriparlo a él. Al ver que no conseguía zafarse de ellos, sacó una granada.
Una granada de mano.
Joe y Lucas se lanzaron por ella. Lucas lo apartó de un empujón y abrió un contendor de basura. Joe pudo atrapar la granada al vuelo y la arrojó al contenedor; gracias a eso, la explosión fue bastante contenida. Sin embargo, ni Lucas ni Joe se libraron y salieron volando. Atravesaron una placa de yeso y cayeron sobre una pila de madera.
Todo aquello tuvo que ser explicado a las autoridades, y eso les llevó unas cuantas horas más.
Después, Joe se sentó sin camisa en la mesa de la sala de empleados de su oficina para que Archer pudiera examinar la herida de arma blanca que tenía en el costado.
–Necesitas puntos de sutura –le dijo en un tono áspero, y no fue especialmente suave a la hora de limpiarle la herida con un algodón impregnado en alcohol.
–Ponme una tirita y valdrá –respondió Joe.
Archer pasó un minuto limpiando la sangre. Después, dijo:
–No habría sido el fin del mundo que fueras al hospital.
Sí. Joe se había pasado muchas horas en los hospitales. Su trabajo era peligroso, y había tenido que ir de vez en cuando, pero eso no era lo que realmente le causaba angustia. Lo que le angustiaba eran las salas de espera. Cuando era pequeño, había visto marchitarse a su madre y, después, había tenido que pasar muchas horas allí con la esperanza de que su padre se recuperara de las operaciones. Más recientemente, por las operaciones de Molly. No quería poner nunca más los pies en un hospital.
–Cóseme tú, como hiciste la última vez.
Archer soltó un juramento en voz baja.
–Sería mejor que te lo hiciera Lucas. Tiene mejor pulso.
–O Reyes –dijo Lucas, desde el sofá. Tenía unos cuantos arañazos y magulladuras, pero nada grave, porque era indestructible y, quizá, un superhéroe–. Reyes tiene las manos más pequeñas.
Reyes estaba sentado junto a la ventana, jugando a un juego en el teléfono, moviendo los pulgares a la velocidad de la luz. Se tomó un instante para enseñarle a Lucas su dedo corazón estirado. Reyes también estaba cubierto de sangre. No de la suya, sino del malo. Dejó el teléfono en la mesa, se acercó a Joe y le echó un vistazo a su herida.
–Yo podría hacerlo, pero te dejaría una buena cicatriz.
–No quiero que lo haga él –le dijo Joe a Archer–. Es capaz de darme los puntos en forma de corazón, con tal de fastidiarme.
Lucas sonrió, pero se levantó cuando Archer le hizo un gesto. Él también observó a Joe.
–Sí. Claramente, necesitas puntos.
–Ya lo sé –dijo Joe con un suspiro–. Vamos, hazlo ya.
Lucas exhaló con un gesto de exasperación y tomó el botiquín de la oficina, que era más completo que los botiquines de muchas consultas de urgencias, y se puso a coserle el corte del costado a Joe.
Molly entró en aquel momento, y se quedó inmóvil.
–¿Qué ha pasado?
–Nada. Estoy bien –dijo Joe, aunque estaba sudando, porque, demonios, aguantar las puntadas era muy doloroso.
–¡No, no estás bien! –exclamó Molly, y fulminó a Lucas con la mirada–. ¿Qué le estás haciendo a mi hermano?
–Archer –dijo Lucas–, sácala de aquí.
–Ni se te ocurra intentarlo –dijo Molly.
Sin embargo, Archer se puso delante de ella.
Ella lo esquivó y se acercó a Joe.
–Oh, Dios mío –murmuró al ver la herida.
Agarró a Lucas por la pechera de la camisa. Solo medía un metro sesenta centímetros, pero no estaba para bromas. Lucas medía más de un metro noventa, pero tuvo que agacharse para ponerse a la altura de su nariz.
–Ten mucho cuidadito con él –le advirtió.
Dios Santo.
–¡Estoy bien! –exclamó Joe.
Ni Lucas ni Molly lo miraron. Se estaban mirando el uno al otro, de una forma rara, aunque Joe percibió cierta química entre ellos, una química que no supo descifrar.
–¿Me has oído? –le preguntó Molly a Lucas.
–Molly, te han oído hasta en China.
–¿Necesita ir al hospital? –preguntó ella.
–No –dijo Joe.
Archer le pasó un brazo por los hombros.
–Se va a recuperar perfectamente, te lo prometo. Solo es un arañazo. Quiero que esperes fuera…
–Tengo que quedarme aquí.
–Archer –dijo Lucas otra vez.
Archer asintió y habló mirando a Molly.
–Lo que necesitas tú, y todos nosotros, es la botella de whiskey que tienes guardada en el último cajón del escritorio. ¿Puedes traérmela?
Molly miró a Joe, y él pudo esbozar una sonrisa y asentir. Entonces, ella miró a Lucas.
Nadie dijo ni una palabra, pero hubo una pulsación inexplicable. Al final, Molly exhaló una bocanada de aire y se marchó.
Lucas dejó de coserle y la miró mientras se alejaba.
–Eh, tú –le dijo Joe–. ¿Le estás mirando el culo a mi hermana?
Lucas pestañeó.
–¿Qué dices? No.
–Sí, claro que sí.
–Entonces, ¿para qué lo preguntas?
–Lucas