E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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La noche anterior, cuando había pedido el deseo de recuperar su pingüino, tenía la tentación de pedir otra cosa completamente distinta, y eso le daba miedo. Le habría gustado pedir que Joe la mirara abiertamente como hacía algunas veces, cuando pensaba que ella no se daba cuenta. Su mirada cálida y su expresión le daban a entender que aquello era algo más que sexo para él, que tal vez hubiera sentimientos reales y profundos.
Aunque no se trataba de que quisiera renunciar al sexo; solo con pensarlo, se acaloraba. Recordaba la ligera sonrisa de Joe, su cuerpo duro y musculoso tomándola como quería, porque había que reconocer que todas las formas de tomarla por su parte habían sido increíbles hasta aquel momento, sobre todo cuando había utilizado la lengua para…
–Tienes que tirar una moneda –le dijo una voz ronca, y algo chapoteó en el agua. Una moneda.
Kylie volvió la cabeza y vio a Eddie. Él le sonrió.
–Espero que hayas deseado algo bueno, cariño –le dijo–. No me gustaría haber malgastado ese penique.
–No… no puedo creer que hayas hecho eso.
Él se encogió de hombros.
–Llevabas aquí indecisa tanto tiempo, que Vinnie se ha quedado dormido –dijo Eddie, y le señaló al perro, que estaba acurrucado a sus pies, roncando como una sierra mecánica–. ¿Qué deseo has pedido?
Oh, Dios Santo. Acababa de pedir más sexo salvaje con Joe. Se quedó mirando a Eddie anonadada, y él sonrió con astucia.
–Ah, ya veo. ¿Y quién es el afortunado?
–No. No, no, no –dijo ella–. No cuenta, porque no he sido yo quien ha tirado la moneda, sino tú.
El viejo Eddie se limitó a sonreír.
–Oh, vamos –dijo ella–. ¡Tiene que haber reglas!
–No sé, cariño –dijo, encogiéndose de hombros–. Yo no entiendo mucho de reglas.
–Bueno, pues estoy segura de que tiene que haberlas, y muchas –dijo Kylie. No iba a dejarse dominar por el pánico–. Y, de todos modos, la leyenda de la fuente trata del amor, y yo no estaba pensando en eso, así que no va a ocurrir. ¿Verdad que no? Por favor, dime que no va a ocurrir…
Él se echó a reír.
–Eso tampoco lo sé, pero daría más que un penique por saber qué es lo que has deseado, viendo la cara que se te ha puesto.
–Oh, Dios mío…
Kylie se giró hacia el agua. Había decidido meterse a la fuente y sacar el penique de Eddie. Pero… había muchas monedas, y no recordaba cuál era la que tenía que sacar. ¿Y si sacaba una que no era? ¿Impediría que se cumpliera el deseo de otra persona? No, eso no podía hacerlo.
–¿Cuál era? –le preguntó a Eddie–. No estoy segura…
–¿De qué no estás segura?
Era Molly, que se acercaba con Willa y con Elle. Todas llevaban bolsas del Pub O’Riley’s.
–Bueno –dijo Eddie, columpiándose sobre los talones y sonriendo a Kylie con picardía–. Creo que nuestra Kylie pidió un deseo del que ahora se está arrepintiendo.
Kylie lo miró con asombro.
–¡Pero si la moneda la has lanzado tú!
–Un detalle sin importancia –respondió él, encogiéndose de hombros otra vez–. Lo cierto es que has pedido un deseo, y que te has ruborizado mucho. Creo que ya sé cómo se llama el afortunado…
Willa y Elle se echaron a reír. Molly la miró especulativamente.
Kylie suspiró.
–Me voy a casa.
–Kylie.
Se giró y vio a Molly, que le mostraba una de las bolsas marrones.
–Iba a llevarle esto a Joe, que está vigilando a un testigo y se muere de hambre. Pero tengo una reunión. ¿Te importaría llevárselo tú?
Kylie miró a Elle y a Willa que, de repente, estaban muy ocupadas con sus teléfonos móviles.
–Umm…
–¡Estupendo, muchas gracias! –exclamó Molly.
Antes de que Kylie se diera cuenta, tenía la bolsa en una mano y, en la otra, una dirección escrita a toda prisa en una servilleta.
–¿Qué acaba de ocurrir? –le preguntó Kylie a Eddie, cuando sus amigas desaparecieron.
–Me parece que va a ser más divertido ver cómo lo averiguas tú.
La dirección que le había dado Molly estaba a pocas manzanas de distancia, así que Vinnie y ella fueron andando. Terminó frente a un edificio de Pacific Heights que parecía una casa victoriana muy grande, pero dividida en cuatro viviendas. Delante de la entrada principal estaba el coche de Joe.
Y Joe estaba dentro.
Llevaba unas gafas de espejo y una gorra de béisbol dada la vuelta. Debido a eso, y a los cristales tintados de las ventanas, era difícil ver su expresión. Ella vaciló; no sabía si acercarse por el lado del conductor o el del pasajero. No quería molestar; solo quería entregarle su comida.
Oh, ¿a quién quería engañar? Joe estaba tan guapo, que lo que ella quería era subir al coche, sentarse en su regazo y…
Él se inclinó hacia delante y abrió la puerta del pasajero. Kylie se apartó de la cabeza sus fantasías y caminó hacia allí.
Joe llevaba su ropa de trabajo, unos pantalones de estilo militar con muchos bolsillos, una camiseta de Investigaciones Hunt y un cortavientos, que era para ocultar las armas y tener una apariencia menos amenazadora.
En el caso de Joe, solo servía para que pareciera más duro todavía.
–¿Estás muy ocupado?
–Estoy vigilando a un testigo para hacerle un favor a un abogado que nos da mucho trabajo –le dijo él–. El tipo no corre ningún peligro, pero puede que trate de huir. Lucas está en el callejón trasero, vigilando la otra salida. A Lucas no se le escapa nadie. Vamos, entra.
A ella no le gustaba mucho que le dijera lo que tenía que hacer, salvo cuando estaban desnudos, pero entró en el coche con Vinnie y le dio a Joe la bolsa de comida.
–De parte de Molly –le dijo.
Él enarcó las cejas e hizo caso omiso de la bolsa. Tomó a Vinnie con ambas manos y se lo puso delante de la cara, para que pudieran mirarse nariz con nariz. Vinnie se puso a jadear de alegría y movió las patitas en el aire, intentando acercarse a lamer a su persona preferida del mundo.
Kylie