Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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sus brazos rodeándole el cuello y sus curvas apretadas contra él, no podía negar que sentía como si aquél fuera el sitio de Emily. Y siempre lo hubiera sido. La había echado de menos, y tenerla de nuevo entre sus brazos le hizo darse cuenta de cuánto. Cal clavó la vista en sus ojos oscuros. Tenían las bocas demasiado cerca, y la de Emily parecía tan suave y sensual con sus labios carnosos ligeramente entreabiertos, como si estuviera esperando que él se los saboreara. Los senos firmes y menudos que le había encantado amar tiempo atrás le quemaban ahora el pecho. La respiración de Cal se hizo más agitada. Tragó saliva, el deseo que sentía por ella iba creciendo en su interior.

      Y así de fácil, los meses que había vivido sin ella desaparecieron y fue como una segunda naturaleza rozarle los labios con los suyos. Entonces la escuchó gemir, un sonido de puro placer que acabó con cualquier pensamiento racional y Cal supo que la espera había terminado.

      No podía seguir luchando contra aquel deseo sabiendo que ella lo deseaba también.

      La dejó resbalar por el pecho hasta que sus pies rozaron el suelo y luego se giró y la apretó contra la pared, sujetándola allí con la parte inferior de su cuerpo mientras ella arqueaba las caderas contra las suyas. Cal le hundió los dedos el pelo y la besó una y otra vez con el pulso acelerado. Emily era tan suave, tan llena de curvas, tan mujer, que la idea de no tocar su piel desnuda ni se le pasó por la cabeza. Posó las manos en la línea de piel que lo había atormentado desde que entró por la puerta. El contacto de su piel era como un disparo de adrenalina que le atravesó directamente el corazón.

      Cal subió las manos más arriba hasta que dio con sus senos en las palmas y agradeció que no llevara puesto sujetador. Le deslizó los pulgares por los pezones y sintió cómo se ponían duros. Aquella sensación lo volvió loco, y en lo único que pudo pensar fue en estar dentro de ella.

      Tras desabrocharle los pantalones cortos, se los bajó por las caderas hasta que cayeron al suelo. Ella le quitó el cinturón de los vaqueros y luego le bajó la cremallera. Cal se las arregló para sacar de la cartera el preservativo que siempre llevaba encima y lo abrió. Lo siguiente que supo fue que tenía las piernas de Emily alrededor de las caderas y que estaba sumergido en ella.

      Rodeándola con sus brazos, le protegió la espalda de la dura pared mientras la embestía una y otra vez. Ella respiró agitadamente mientras recibía cada embiste hasta que su cuerpo se quedó rígido y se colgó de él mientras se estremecía. Con una embestida final, Cal se unió a su éxtasis y gimió de satisfacción.

      Durante unos largos instantes, se quedaron abrazados el uno al otro, luchando por recuperar el aliento. Finalmente él levantó la cabeza y Emily bajó las piernas.

      Cal se la quedó mirando.

      —No he venido para eso, pero mentiría si digo que lo siento.

      —Lo sé —Emily aspiró con fuerza el aire—. No sé muy bien qué decir.

      —Entonces no digas nada —Cal tampoco estaba seguro de nada—. Me iré y…

      Un grito proveniente del pasillo lo interrumpió, y sintió cómo los relajados músculos de Emily se ponían tirantes.

      —Annie —alzó la vista para mirarlo—. A veces, cuando se va a dormir tan temprano, sólo se echa una siesta. Iré a ver qué le pasa.

      Emily se puso las braguitas y los pantalones cortos y se estiró la camiseta.

      Cal no sabía ni cómo empezar a expresar lo que sentía. Estar con Emily suponía para él el mejor sexo de su vida. Tenía más preguntas que respuestas. Incluida por qué ni siquiera recordar a la mujer que le había mentido en el pasado había impedido que hiciera el amor con la mujer que le había mentido en el presente.

      Emily estaba sentada en la mecedora del dormitorio de Annie dándole el biberón a la niña mientras Cal estaba sentado en una butaca frente a ellas, mirándolas. Veinte minutos atrás había perdido el control y había hecho el amor con él. Aquello había sido intimidad. Pero ahora, al estar el padre, la madre y el bebé, los tres juntos, aquello era íntimo en un modo normal, familiar.

      Emily no esperaba vivir un momento así, sobre todo porque pensó que Cal desaparecería en cuanto hubiera conseguido lo que quería. Pero tal vez quería algo más que eso.

      —Entonces, ¿sigues pensando en llevar a Annie el sábado a mi casa para que nade?

      Emily asintió.

      —Le encantó estar en la piscina el día de su cumpleaños.

      —Bien. Estoy deseando que llegue el momento.

      —Yo también.

      Emily bajó la vista y se dio cuenta de que la niña había dejado de succionar la tetina del biberón y que la leche le resbalaba por una de las comisuras de la boca. Emily sacó una toallita y le limpió el líquido. Estiró el brazo para poner el biberón en la mesilla de noche, pero Cal lo hizo por ella.

      —Gracias —susurró Emily sin dejar de mecerse.

      —¿Vas a ponerla en la cuna?

      —Enseguida. Si no espero hasta que se duerma del todo, se despertará. Y tras una siesta tan larga, puede pasar mucho tiempo antes de que vuelva a dormirse.

      Cal sacudió la cabeza.

      —El mundo de Annie es increíble. Todo lo que sabes de ella. Lo que le gusta y lo que no. Cómo manejar cada situación. Su personalidad. El hecho de que no pueda dormirse a menos que las estrellas y los planetas estén perfectamente alineados.

      —Eso es un poco exagerado.

      —Pero ya sabes a lo que me refiero.

      Lo sabía. Cal se había perdido aquella parte de la curva de la paternidad. Emily se sintió atravesada por la culpa aunque había prometido que ya no sería así.

      —De hecho, presto tanta atención porque soy egoísta y vaga.

      Cal parecía sorprendido.

      —¿Puedes explicarme eso?

      —Mi trabajo es más fácil si ella es feliz. Recuerdo lo que le gusta y lo que no le gusta para que coma y duerma y esté sana.

      —Ah. Así que no tiene nada que ver con quererla mucho.

      —Por supuesto que no —bromeó ella a su vez—. No, eso es mentira. La quiero más de lo que podría explicar. ¿Cómo no vas a querer a tu propia hija?

      —Sí —Cal estiró el brazo y pasó un dedo por el bracito de Annie—. ¿Cómo fue su nacimiento?

      —Me puse de parto. Doce horas, por cierto. Fue muy incómodo, pero finalmente empujé y salió.

      —Me refiero a que si había alguien contigo.

      —Sophia.

      —¿Quién es?

      —Sophia Green, una trabajadora social amiga mía. Dirige la guardería. Ella fue la que me llevó al hospital cuando rompí aguas y estuvo conmigo durante el parto.

      Emily pensó que era mejor no mencionar

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