E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods Pack

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si están libres y sin compromiso. No tendríamos que tener que darle explicaciones a nadie.

      –Estoy intentando ser respetuoso con los sentimientos de Jodie, por muy injustos que sean. ¿Para qué buscar problemas sin necesidad? Además, tenemos que pensar en B.J.

      –No estoy diciendo que nos demos el lote delante de él, pero creo que podríamos salir y pasarlo bien los tres juntos.

      –Eso es lo que vamos a hacer hoy.

      Al ver lo frustrado que parecía, Emily le puso una mano en la mejilla y comentó con voz suave:

      –Pero esto te pone muy nervioso, ¿verdad? Te preocupa que el niño se haga ilusiones y acabe sufriendo, o que le cuente a su abuela que hemos salido juntos de compras.

      –Ambas cosas son posibles.

      –Deja de imaginarte problemas inexistentes. Te prometo que voy a ser una chica buena, no voy a comerte a besos delante de tu hijo.

      Él sonrió al oír aquello.

      –Vaya, ahora no habrá quien me quite esa idea de la cabeza. Voy a pasarme el día entero pensando en esos besos.

      –Perfecto, puede que eso te motive para idear la forma de que pasemos algo de tiempo a solas antes de que yo tenga que volver a Los Ángeles.

      La sonrisa de Boone se ensanchó aún más.

      –Ya estoy en ello, así que no me tientes a menos que lo digas en serio.

      –Lo digo muy, pero que muy en serio –le aseguró ella, con total sinceridad.

      Las perspectivas de su breve estancia allí acababan de mejorar considerablemente.

      Al igual que la mayoría de hombres, Boone habría preferido la tortura antes que ir de compras a un centro comercial, pero el entusiasmo de Emily era contagioso. El propio B.J. no se quejó por tener que probarse media docena de vaqueros y suficientes camisas y jerséis como para vestir a todos sus compañeros de clase, aunque se negó en redondo cuando ella intentó convencerle de que, además de las carísimas zapatillas de deporte de las que estaba enamorado, se probara también unos zapatos de vestir.

      –No puedes ir a la iglesia con zapatillas de deporte –arguyó Emily.

      –Ya tengo zapatos finolis, y me aprietan los pies.

      –Por eso mismo necesitas unos nuevos –ella frunció el ceño al ver que Boone intentaba disimular sin éxito una sonrisa, y le espetó–: ¡Podrías echarme una mano!

      –Emily tiene razón, campeón. Ya que estamos aquí, deberíamos aprovechar y comprarte unos zapatos de vestir. Los que tienes se te han quedado pequeños.

      –¡Bueno, pero si tú también te compras unos! –le dijo el niño, enfurruñado.

      El rostro de Emily se iluminó.

      –¡Qué buena idea! ¿Te has probado alguna vez unos mocasines de cuero como estos, Boone? –agarró un par y se los enseñó para que los viera bien–. ¡Mira lo suaves que son!

      –Sí, suavísimos –murmuró él, sin demasiada convicción. Teniendo en cuenta lo que valían los dichosos mocasines, tendrían que poder levitar como una alfombra mágica.

      –¡Tienes que probártelos! –insistió ella, antes de pedirle a una dependienta todos los modelos que quería que les sacara.

      Boone miró con incredulidad la media docena de cajas que tuvo ante sus ojos poco después.

      –¡Por el amor de Dios, Em!

      –Más tarde me lo agradecerás –miró a padre e hijo con una sonrisa radiante al comentar–: ¡Qué divertido es esto!, ¿verdad?

      Boone miró a B.J. con una cara de sufrimiento que el niño le devolvió, pero se la veía tan feliz que no podían fastidiarle el momento saliendo huyendo de la zapatería.

      Después de gastar más de doscientos dólares, salieron de allí con unos mocasines para él, unas zapatillas de deporte y unos zapatos de vestir para B.J., y un par de zapatos con unos siete centímetros de tacón para Emily. Había insistido en que se los probara al ver que ella no les quitaba la mirada de encima, y en cuanto había visto el efecto que tenían combinados con sus espectaculares piernas le había pedido a la dependienta que se los envolviera.

      –No tienes por qué comprarme unos zapatos, Boone. Puedo pagarlos yo –protestó ella.

      –Estás ayudándonos muchísimo con las compras, es lo mínimo que puedo hacer –se inclinó hacia ella y susurró–: Estoy deseando verte con esos zapatos… y sin nada de ropa.

      Sonrió al ver que ella se ponía roja como un tomate y no seguía protestando, pero la verdad era que él estaba igual de afectado; por desgracia, aquella tarde no iba a tener oportunidad de saciar su deseo. Se planteó regresar a Sand Castle Bay de inmediato en vez de quedarse a comer en el centro comercial, pero B.J. estaba empeñado en comer pizza, tacos y quién sabe qué más, y ya estaba arrastrándoles hacia la zona de restaurantes.

      –No hay nada como un poco de frustración para mantener a raya el aburrimiento, ¿verdad? –le dijo a Emily, en tono de broma.

      –¿Qué frustración?, no sé de qué estás hablando –le aseguró ella, con fingida inocencia.

      –En ese caso, está claro que eres más fuerte que yo.

      O eso, o estaba encantada al darse cuenta de que ya estaba arrepentido de las dichosas reglas que él mismo había insistido que tenían que respetar.

      –¡Me he comido dos trozos de pizza y un taco de ternera! –le explicó B.J. a Cora Jane con entusiasmo–. ¡Y me he bebido un refresco de los grandes! –frunció el ceño al admitir–: Eso no ha sido buena idea, papá ha tenido que parar el coche dos veces para que hiciera pis.

      Cora Jane se echó a reír, miró a Boone con ojos penetrantes, y le preguntó con una expresión de lo más inocente:

      –¿No tienes que ir a ver cómo va todo en tu restaurante?

      –Sí. En fin de semana hay más movimiento, y me gusta ir a comprobar que la situación está bajo control.

      –¿Por qué no va Emily contigo? B.J. puede quedarse aquí conmigo, y enseñarme todo lo que ha comprado para el cole.

      –¿Estás segura? –le preguntó él. Llevaba el día entero muriéndose de ganas de estar a solas con Emily, y Cora Jane se lo estaba poniendo en bandeja.

      –Claro que sí. Seguro que está cansado después de tanto ajetreo, puede quedarse a dormir aquí. Jerry va a venir dentro de un rato, así que tendré ayuda.

      Boone la besó en la mejilla y le dijo, sonriente:

      –Eres un ángel.

      –Es una casamentera metomentodo –murmuró Emily, aunque estaba sonriendo y no puso ninguna objeción a lo que había propuesto su abuela.

      –Cuidado con lo que dices, jovencita. No hagas que retire mi ofrecimiento

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