La última vez que te vi. Liv Constantine

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La última vez que te vi - Liv Constantine HarperCollins

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aquella casa la primera vez que la vio; la vivienda de tablas de cedro tenía porches y terrazas blancas que contrastaban con la madera oscura, igual que las molduras blancas en las puertas y ventanas. Era muy diferente de la aburrida casa colonial en la que se había criado ella, donde las habitaciones eran rectángulos sosos con todos los muebles a juego. La casa de la playa estaba llena de habitaciones espaciosas de paredes blancas y enormes ventanales que daban al océano. Los sofás y sillones floreados estaban estratégicamente situados para que la vista pudiera disfrutarse estando en pequeños grupos. Pero lo más embriagador de todo era el sonido de las olas al romper y el aire con olor a mar que entraba por las ventanas abiertas. Jamás había visto una casa tan asombrosa.

      Kate le había dado la mano y la había llevado al piso de arriba. Tenía cinco dormitorios, y el de Kate, una habitación grande junto al dormitorio principal, estaba pintado de un verde mar pálido. Unas puertas de cristal daban acceso a un pequeño balcón con vistas a la playa. Toda la ropa de hogar era blanca —el dosel de la cama, las cortinas, los cojines del sillón— salvo la colcha, de un rosa intenso con sirenas bordadas. Las paredes habían sido decoradas con dibujos de sirenas y una de las estanterías rebosaba figuritas de sirena. El nombre de Kate aparecía escrito sobre su cama con un deslumbrante vidrio marino. Kate lo tenía todo; unos padres que le daban lo que deseaba, incluyendo esa casa de la playa. De pronto Blaire sintió que no podía respirar, la soledad y el vacío de su vida le robaban el aire.

      —Tu habitación es genial —logró decir.

      —No está mal —respondió Kate encogiéndose de hombros—. Bueno, soy ya un poco mayor para las sirenas. No paro de pedirle a mi madre una colcha nueva, pero a ella siempre se le olvida.

      Blaire se quedó helada. ¿Kate tenía todo aquello a su alcance y se quejaba por una estúpida colcha? Antes de que pudiera decir nada, Kate le agarró la mano.

      —Aún no has visto la tuya —le dijo. Sus ojos brillaban de emoción.

      —¿La mía?

      —Vamos. —La llevó hasta la habitación situada frente a la suya y señaló el nombre escrito sobre la cama con vidrio marino: Blaire.

      Se quedó sin habla, sin saber qué pensar o qué sentir. Nadie había hecho nunca nada tan generoso y amable por ella.

      —¿Te gusta? Mi madre vino la semana pasada y se ocupó de todo.

      Corrió hacia la ventana, abrió la cortina y se quedó decepcionada. Claro, no podía tener vistas al océano; estaba en frente del cuarto de Kate, de modo que daba a la parte delantera. Disimuló su decepción y le dirigió a Kate una sonrisa forzada.

      —Me encanta.

      —Me alegro. Pero bueno, lo más probable es que durmamos las dos en la misma habitación, así que podremos hablar toda la noche.

      Y estaba en lo cierto. Se turnaban para dormir en una habitación o en otra y se pasaban la noche a oscuras contándose sus secretos. En realidad, Blaire no necesitaba su propia habitación, pero Lily, mujer sabia como era, sabía que tenerla marcaría la diferencia. Blaire pasó el resto de los veranos con ellos en la playa; hasta el verano de la boda de Kate y Simon. Se preguntaba si aún tendrían la casa de la playa, si Kate mantendría la tradición con Annabelle.

      Selby se levantó y le dio un beso a Kate en la mejilla.

      —Creo que me voy a ir. Recuerda, cualquier cosa que necesites, aquí estoy. —Agarró su bolso y Blaire reconoció el diseño floral de Fendi. Pensó que aquellas flores alegres no pegaban nada con la personalidad de Selby. La habría encasillado más como una admiradora de la Traviata, vestida de negro o de verde oscuro, sujetando el bolso colgado del brazo como si fuera la Reina.

      —Te acompaño a la puerta —le dijo Kate, y miró a Blaire—. ¿Te importa quedarte un segundo con Annabelle?

      —Será un placer —respondió y se volvió hacia Annabelle—. ¿Quieres que termine de leerte el cuento?

      La niña asintió y le entregó El árbol generoso.

      —Es uno de mis favoritos —dijo Blaire. Se sentaron juntas a la mesa y empezó a leer. Annabelle tenía a Sunny el unicornio agarrado con un brazo. Era una niña adorable, con esos ojos grandes y marrones y una bonita sonrisa. Poseía una dulzura que le recordaba a Lily. Era una pena que su abuela no fuese a verla crecer.

      —¡Tía Blaire, lee! —exigió Annabelle.

      —Lo siento, cielo.

      Selby entró corriendo en la habitación con el ceño fruncido.

      —No sé qué está pasando, pero ocurre algo.

      —¿De qué estás hablando? —preguntó Blaire mientras recolocaba a Annabelle en su regazo.

      —Ha venido la policía con un paquete —dijo Selby—. Están con Kate y Simon. —Cruzó los brazos—. Me quedaría, pero tengo reservado un masaje.

      —No querrás perdértelo —le dijo Blaire.

      Selby la miró con rabia.

      —Tal vez debería cancelarlo. Soy la mejor amiga de Kate. Me necesita.

      ¿Por qué no se relajaba un poco? Ya no estaban en el instituto. Blaire notó que se estaba enfadando, pero tomó aire, decidida a no decir nada de lo que pudiera arrepentirse. Enredó el dedo en uno de los bucles del pelo de Annabelle y siguió mirando a Selby antes de decir en tono neutral:

      —Estoy yo aquí. Vete a tu cita. Kate estará bien.

      —¿Por qué has vuelto? —preguntó Selby con la cara roja—. ¿No causaste ya suficientes problemas antes de su boda?

      ¿Hablaba en serio? ¿La madre de su amiga acababa de ser asesinada y ella solo podía remover el pasado? Blaire dejó que toda su rabia aflorase. Bajó a Annabelle de su regazo, se levantó y se acercó a Selby para susurrarle al oído y que la niña no la oyera.

      —¿Qué es lo que te pasa? Lily ha muerto y Kate necesita toda nuestra ayuda. No es momento para tus inseguridades absurdas.

      Obviamente alterada, Selby abrió la boca, pero no le salió nada.

      —Quizá sea el momento de que te vayas —le dijo Blaire—. Es evidente que necesitas liberar parte de esa tensión.

      Mirándola con odio, Selby agarró su bolso y se marchó enfurecida.

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