La última vez que te vi. Liv Constantine

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La última vez que te vi - Liv Constantine HarperCollins

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tus modales, Annabelle? —la reprendió Kate con cariño—. Da las gracias.

      Annabelle miró a Blaire con solemnidad unos instantes y después murmuró con timidez un «gracias».

      —De nada, Annabelle. A la tía Blaire le encanta hacer regalos.

      Selby parecía molesta.

      —No sabía que ya te referías a ti misma como «tía», Blaire.

      ¿Selby era incapaz de dejar de lado su arrogancia aunque fuera durante un día? Pero Blaire no tenía intención de entrar al trapo y, en su lugar, se volvió hacia Kate.

      —No te importa que me llame así, ¿verdad? —le preguntó.

      Kate le agarró la mano y se la apretó.

      —Por supuesto que no. Éramos como hermanas… Somos como hermanas —se corrigió.

      —¿Recuerdas que fingíamos ser hermanas cuando salíamos de fiesta en la universidad? —le preguntó Blaire—. Y los nombres falsos. Anastasia y…

      —¡Cordelia! —añadió Kate riéndose.

      —Sí, es graciosísimo —comentó Selby poniendo los ojos en blanco.

      Blaire pensó en aquellos años. Pese a su color de piel totalmente diferente, la gente las creía. Habían pasado tanto tiempo juntas que habían empezado a hablar de forma parecida. Habían adquirido la cadencia y el tempo del discurso de la otra e incluso tenían risas parecidas.

      Antes de conocer a Kate, Blaire siempre se había preguntado cómo sería criarse en una familia normal, tener una madre que le preparase el desayuno y se asegurase de que llevara una comida saludable al colegio, que estuviera esperando cuando llegara a casa para ayudarla con los deberes, o preguntarle cómo le había ido el día. Blaire tenía solo ocho años cuando su madre se fue, y pronto se convirtió en el centro del universo de su padre. Para cuando llegó a quinto curso, había aprendido a cocinar mejor que su madre y disfrutaba preparándole comidas gourmet a su padre. Pasado un tiempo, incluso empezó a gustarle cuidar de sí misma y de él; le hacía sentir adulta y responsable. Pero entonces todo cambió con la llegada de Enid Turner.

      Enid era una representante de ventas en la empresa de su padre que de pronto empezó a venir a cenar a su casa entre semana. Seis meses después, su padre se sentó frente a ella con una sonrisa y le preguntó:

      —¿Qué te parecería tener una nueva madre?

      Blaire había tardado solo un segundo en entenderlo.

      —Si estás hablando de Enid, no, gracias.

      —Sabes que le tengo mucho cariño —le dijo él estrechándole la mano.

      —Supongo.

      Su padre siguió hablando con esa sonrisa estúpida.

      —Bueno, le he pedido que se case conmigo.

      Blaire se levantó del sofá de un brinco y se plantó frente a él con lágrimas en los ojos.

      —¡No puedes hacer eso!

      —Pensé que te alegrarías. Tendrás una madre.

      —¿Alegrarme? ¿Por qué iba a alegrarme? ¡Nunca será mi madre! —Su madre, Shaina, era preciosa y glamurosa, con la melena larga y pelirroja y los ojos deslumbrantes. A veces jugaban a disfrazarse. Su madre fingía ser una gran estrella y ella su ayudante. Le había prometido que algún día irían juntas a Hollywood y, aunque al final se fue sola, Blaire creía que su madre volvería a buscarla cuando se hubiese asentado.

      Esperaba cada día una carta o una postal. Buscaba la cara de su madre en los carteles de cine y en los programas de televisión. Su padre no paraba de decirle que se olvidara de Shaina, que se había marchado para siempre. Pero Blaire no podía creerse que la hubiese abandonado. Tal vez estuviera esperando a triunfar antes de volver a por ella. Pasado un año sin saber de ella, empezó a preocuparse. Debía de haberle sucedido algo. Le rogó a su padre que la llevase a California a buscarla, pero él negó con la cabeza y una mirada de tristeza en la cara. Le dijo que su madre estaba viva.

      —¿Sabes dónde está? —le preguntó sorprendida.

      —No lo sé —respondió él tras una breve pausa—. Solo sé que cobra el cheque de la pensión todos los meses.

      Blaire era demasiado joven para preguntarse por qué su padre seguía pagando las facturas después de divorciarse. En su lugar, le culpó, se dijo a sí misma que estaba mintiendo para mantenerlas separadas. Su madre no tardaría en ir a buscarla, o incluso si Hollywood no era lo que ella se esperaba, tal vez volviera a vivir en casa.

      Así que, cuando su padre le dijo que había decidido casarse con Enid, Blaire se fue corriendo a su habitación y echó el pestillo. Le dijo que se negaría a comer, a dormir o a hablarle de nuevo si seguía adelante con eso. De ninguna manera la sosa de Enid Turner iba a mudarse a su casa para decirle lo que tenía que hacer. No permitiría que le arrebatase a su padre. ¿Cómo podía mirar a Enid después de haber estado casado con su madre? Shaina era animada y fascinante. Enid era vulgar y aburrida. Pero, en cualquier caso, un mes después se casaron en la iglesia metodista local con ella como testigo.

      No tardaron en convertir el cuarto de estar, donde las amigas de Blaire solían ver la tele o jugar a los dardos, en una sala de manualidades para Enid. Enid la pintó de rosa y después colgó en las paredes su «arte», una colección de simples y horribles dibujos de perritos, mientras que todos los juguetes y juegos de Blaire acabaron en el sótano.

      La primera noche tras la reconversión de la habitación, cuando Enid y su padre se quedaron dormidos, Blaire se coló en su antiguo cuarto de estar. Sacó un rotulador de la cómoda y le dibujó gafas al cocker spaniel, un bigote al golden retriever y un puro en la boca al labrador negro. Empezó a reírse en silencio, temblando con todo el cuerpo por el esfuerzo de contenerse.

      A la mañana siguiente, los gritos de Enid llevaron a Blaire hasta la habitación. Tenía los ojos rojos e hinchados.

      —¿Por qué has hecho esto? —le preguntó Enid, visiblemente herida.

      Blaire abrió mucho los ojos y puso cara de inocencia.

      —No he sido yo. A lo mejor eres sonámbula.

      —No soy sonámbula. Sé que has sido tú. Has dejado muy claro que no me quieres aquí.

      —Seguro que lo has hecho tú solo para poder echarme la culpa a mí —dijo Blaire levantando la barbilla.

      —Escúchame, Blaire. Puede que a tu padre lo engañes, pero a mí no. No tengo por qué caerte bien, pero no toleraré faltas de respeto o mentiras. ¿Entendido?

      Blaire no dijo nada y ambas se quedaron mirándose.

      —Vete —dijo Enid al fin—. Fuera de aquí.

      Cada vez que ocurría algo después de aquello, Enid la culpaba a ella. La devoción de su padre pasó de Blaire a su nueva esposa; no había hecho nada por defender a su hija, y Blaire no tardó en rechazar la idea de volver a casa, de modo que hacía cualquier cosa para evitarlo. Resultó ser una bendición que la hubieran enviado

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