Kara y Yara en la tormenta de la historia. Alek Popov

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Kara y Yara en la tormenta de la historia - Alek Popov Sensibles a las Letras

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—añadió la otra.

      Bajaron las mochilas y sacaron dos pesados paquetes alargados envueltos en lona. Dentro, desmontadas, había dos escopetas de caza Smith & Wesson de cañones superpuestos. Una talla decoraba las culatas de caoba.

      —¡Vaya! —exclamó con un silbido Lenin.

      Tomó una y desplegó el cañón. Era un cazador empedernido, pero jamás había tenido en las manos un arma tan lujosa. Acarició la boca del cañón. Comprobó el cerrojo: la cámara estaba vacía. Levantó la escopeta y apuntó por encima de los árboles.

      —¿Dónde las habéis pillado?

      —Son de nuestro padre —contestaron.

      —Vuestra familia parece tener dinerito —dijo con envidia el Enterrador.

      —¿Dónde están los cartuchos? —preguntó Lenin.

      —No tuvimos tiempo de recogerlos —explicó una de las chicas—. Hemos encargado doscientas unidades en la tienda de Michelson. Del calibre 9, el que usan para cazar jabalíes. Nuestro padre compra allí. Tenemos que mandar a algún camarada para que los recoja y nos los mande.

      —¡Ay! —suspiró Lenin, invadido por un mal presentimiento—. ¡Vámonos!

      Después se volvió hacia el cabrerillo, que aguardaba con expresión culpable:

      —¡Nueve veces! —le recordó—. ¡Cu-cu!

      —Cu-cu —repitió el cabrerillo alicaído.

      Ahora el grupo lo encabezaba Lenin; a duras penas lo seguía Lozán, a continuación iban las hermanas y, por último, en la retaguardia, el Enterrador. Ante los pequeños y firmes culos que se bamboleaban delante de sus narices, era incapaz de aguantarse y de vez en cuando emitía unos agudos silbidos y repetía al ritmo de los pasos de las hermanas: «¡Primera bocacha!», «¡Segunda bocacha!». Las chicas al parecer no le prestaban atención, hasta que se sentaron a descansar y se dirigieron a él:

      —Camarada Enterrador, quisiéramos preguntarle una cosa…

      —Me podréis llamar Enterrador después de pasar un invierno en el monte. Por ahora soy el Enterrador del Capitalismo.

      —Camarada Enterrador del Capitalismo… —empezó una de las chicas con aspecto serio.

      Estas palabras lo acariciaron como un bálsamo. Hacía tiempo que no oía su nombre clandestino en todo su esplendor.

      —¿Nos podría explicar, camarada Enterrador del Capitalismo, qué factores sociales han impuesto el uso de este saludo tan original a las mujeres en la ciudad obrero-combativa de Pernik?

      —¿Eeeh? —dijo abriendo los ojos como platos el Enterrador.

      —¿Nos podría revelar el sentido revolucionario de la metáfora «bocacha»? Seguro que tiene algo que ver con la lucha del proletariado de Pernik… —añadió la otra.

      El Enterrador intentó comprender lo dicho, pero su cerebro hizo clac y se apagó. Notó una dolorosa sensación de desamparo, como si de pronto se hubiera quedado ciego. Lo único que logró soltar fue un «¿Pero qué…?», y masticó las últimas palabras como un pepino amargo.

      —¡Te han enterrado, Enterrador! —Lenin sonrió de oreja a oreja—. ¡Chicas listas! Solo espero que no nos enterréis también a nosotros…

      3. KOMBRIG MEDVED

      A finales del verano de 1941, mientras el carro de fuego de la Wehrmacht arrasaba desbocado la gran estepa rusa, en las cálidas aguas de la bahía de Varna asomó el periscopio de un submarino soviético. La costa estaba oscura, y la noche, sin luna. El submarino negro afloró silenciosamente en la superficie. Se abrió una compuerta y una docena de siluetas agachadas cruzaron la cubierta en fila india. Poco después, del cuerpo del submarino se separó un bote de goma que se dirigió a la costa. Los hombres remaban en completo silencio, hundiendo los remos con cuidado para no hacer más ruido del necesario. El submarino se sumergió tal y como había aparecido —desapercibido—, dejando tan solo una franja de espuma de mar.

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