Novios por una semana. Lindsay Armstrong
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—¿Quiere decir que las mujeres hacen el ridículo por usted?
—No estoy seguro de por qué, pero así es. Desgraciadamente.
—¿Que no está seguro de por qué? —preguntó ella, maravillada—. ¿No cree que tiene algo que ver con el hecho de que es tremendamente rico, atractivo y, además, se encuentra en la flor de la vida?
—Si es así, no parezco haberle causado a usted ninguna impresión. Antes, hubiera jurado que había tenido que contenerse para no abofetearme.
—En eso tiene razón. De hecho, sigue sin caerme bien, por lo menos, fuera del ámbito empresarial.
—¿No le parece que, en ese caso, es una relación ideal para una semana? —sugirió él—. Es decir, no tendría los problemas que tienen las demás. Sería perfecta.
—No, no podría hacerlo —replicó ella, tomando el cuchillo y el tenedor—. ¿Está loco? ¡No me diga que no puede deshacerse de las mujeres usted solo! Ya es lo suficientemente mayor.
—No, normalmente, no estoy loco. Uh… ¿qué le parecería si dijera que esta Julianna Jones, en un contexto más animado, tiene mi visto bueno y… le damos también a su agencia el contrato para la publicidad de los vinos Clover? —dijo él. Vivian se quedó con la boca abierta—. Sería una cuenta muy grande. Estamos pensando en nuevas etiquetas, nueva imagen y también estamos pensando en exportar. ¿Estoy en lo cierto al creer que usted es socia en la agencia?
—Sí —dijo ella, con voz ronca—. Bueno, solo de un diez por ciento, pero… No le gustaban mis ideas para el champú, así que estoy algo confusa.
—Si no la hubiera visto a usted, probablemente me habrían encantado. —replicó él. Una vez más, Vivian solo pudo quedarse mirando fijamente—. Me impresionó mucho el anuncio de miel que realizó su empresa. Por eso nos pusimos en contacto con su agencia. Creo que usted participó mucho en la creación de ese anuncio.
—Yo… así fue.
—¿Y es cierto que también se graduó con honores en Diseño Gráfico?
—Veo que hace bien los deberes, señor Dexter.
—¿Cree que una semana sería una imposición tan grande viendo lo mucho que podría ganar?
—¡Pero eso es soborno!
—Bueno, a mí me parece que es una cosa por la otra.
—¡No! —exclamó Vivian—. ¿Cómo puedo saber en lo que me estoy metiendo? Usted podría ser… ¡podría ser cualquier cosa!
—Efectivamente, pero no lo soy. Permítame que le cuente unos cuantos detalles más. Mi hermana va a casarse. La semana antes de la boda va a haber un frenesí de fiestas y cosas por el estilo en la finca de mi familia. Mi madre estará allí, lo mismo que muchas otras personas… Si no quiere, no tendrá que estar a solas conmigo. Y mi madre, es un pilar de la sociedad, créame.
—¿Es así como lo hacen los ricos y famosos? —comentó ella.
—¿Acaso no es así como lo hace todo el mundo?
—No en la «finca de la familia», créame señor Dexter.
—Será muy divertido, Vivian.
—Pero no podremos decir que estamos comprometidos sin demostrarlo en alguna ocasión —objetó ella.
—Estaría dispuesto a respetar tus deseos de no hacer demostraciones de afecto en público. Podríamos decir que, todavía, no es oficial —dijo él, apartando el plato ligeramente para demostrar que había terminado de comer.
—¿Y su madre y su hermana? ¿Cómo van a reaccionar cuando usted les presente una prometida, de la que no habían oído hablar, aunque todavía no sea oficial?
—Mi madre y mi hermana, generalmente, me siguen la corriente.
—¡Eso me lo imagino! Sin embargo, me parece que tiene que haber algo más detrás de todo esto.
—Claro que lo hay. He descubierto que me apetece la idea de hacer que tengas mejor opinión de mí.
Vivian masticó cuidadosamente el último bocado y luego dejó el cuchillo y el tenedor a un lado del plato vacío. A continuación, tomó un sorbo de agua. Deseaba retrasar todo lo posible el momento en el que tendría que mirar los azules ojos de aquel hombre. Aquellas palabras parecían haberle afectado de un modo extraño, provocándole un escalofrío por la espalda. ¿Qué significaba aquello? No podía ser que se sintiera atraída por él.
—Si es así, ¿qué tienen de malo las formas tradicionales de impresionar a una chica, señor Dexter? —dijo ella, por fin—. Creo que son mejores que el soborno.
—Hay dos razones, Vivian. Me gustan los desafíos… y, además, tengo el presentimiento de que a ti no te gustarían las tácticas tradicionales. Sin embargo, lo que podrías llegar a hacer para conseguir un contrato para tu agencia es otro asunto.
—¿Se trata de un trato honrado, señor Dexter? ¿Julianna Jones y los vinos Clover solo por pasar una semana fingiendo ser su prometida? —preguntó ella. Lleyton asintió—. Trato hecho.
—Vivi, ¿cuántos años tienes? —preguntó Stan Goodman, socio mayoritario de Goodman & Asociados a la mañana siguiente.
—Veinticinco, Stan, casi veintiséis… ¡Ya lo sabes!
—¿No te parece que ya eres mayorcita para caer en este tipo de trucos?
—No pude evitarlo —replicó Vivian—. Además, mira lo que va a suponer para la agencia.
—¿Y qué ocurre si no solo te haces pasar por su prometida, sino que acabas en su cama, hablando en plata? —preguntó Stan, mirando por encima de las gafas.
—No hablamos de eso, pero si crees que no me puedo resistir a un hombre durante una semana, Stan, estás muy equivocado.
—No estamos hablando de un hombre cualquiera, Vivi.
—De acuerdo, tiene muchos alicientes, pero se las arregló para caerme mal desde el momento en que puse los ojos en él. De hecho, tal vez Lleyton Dexter no sepa en lo que se está metiendo conmigo.
—No, por favor. Si no puedo convencerte para que no te metas en esto, prométeme que no harás la tontería de hacerle pagar lo que está haciendo.
Vivian dudó. Sabía que Stan nunca le haría aceptar aquel asunto, pero también sabía que la agencia necesitaba desesperadamente tanto el contrato del champú como el del vino. Uno de los socios mayoritarios se había marchado a otra agencia solo unos días antes llevándose algunas de las cuentas más importantes. Aquella era la razón por la que no se había marchado del despacho de Lleyton Dexter aunque hubiera estado descalza. Sabía que Stan y la agencia estaban contra la pared en aquellos momentos.
—Stan, me temo que se merece que