Novios por una semana. Lindsay Armstrong
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Al contrario que en la primera ocasión que lo había visto, estaba vestido con mucha formalidad. Llevaba un traje gris, camisa blanca y corbata azul marino. Ella, por el contrario, iba mucho más informal, con unos pantalones blancos, una blusa blanca bordada de caracolas que le llegaba justamente a la cintura, unos mules rosas y un bolso de rafia a juego. Como siempre, su cabello lucía en un revuelo de rizos y no llevaba ni maquillaje, ni laca de uñas ni joyas.
A medida que avanzaba, Lleyton la vio. En cuanto ella se detuvo al lado de la mesa, los dos se miraron fijamente durante un rato.
A Vivian le llamó la atención que no reflejaba expresión alguna en los ojos pero que, en cambio, la boca parecía llena de dureza. Parecía una nueva versión del Lleyton Dexter que había conocido dos días atrás. Aquella nueva imagen era todo lo que se podía esperar del director de una empresa tan grande. No era alguien con el que se pudiera jugar. Sin embargo, también había algo más.
Volvía a haber aquella intensidad entre ellos, a pesar de la mirada tan fría. Algo parecido a electricidad estática flotaba en el aire, haciendo que ella permaneciera en silencio a pesar de que las miradas eran casi palpables. Ella reconoció enseguida una pura atracción física entre ellos, del tipo que hace que un hombre y una mujer se sientan intrigados el uno por el otro. A pesar de todo, a Vivian le resultó imposible romper el contacto visual. Tuvo que ser él quien lo hiciera.
Se levantó y sonrió, algo secamente, antes de separar una silla de la mesa para que ella pudiera sentarse.
—Tienes aspecto de estar ya de vacaciones, Vivian.
—Gracias —dijo ella, sentándose—. No puedo decir lo mismo de ti.
—He estado muy ocupado. Ya me relajaré mañana. ¿Te apetece algo de beber?
—Si vas a pedir vino, tomaré solo eso.
Lleyton hizo una seña al camarero y le entregó a ella un menú. Vivian escogió gambas al estilo criollo y una ensalada griega. Después de un momento, él pidió lo mismo. Cuando el camarero se hubo marchado, Lleyton sacó una caja de terciopelo gris del bolsillo de su chaqueta y se lo puso encima de la mesa.
—¿No será un anillo de compromiso?
—Es un anillo de alguna clase.
Vivian consiguió controlar la respiración para no mostrar abiertamente lo enojada que estaba. Entonces, tomó el pequeño estuche y lo abrió. Era un aro de platino con diamantes incrustados todo alrededor. En el centro, había un diamante de color rosa, no demasiado grande, pero asombroso por su color y su fuego.
—Bueno, es muy bonito, Lleyton —dijo ella—, pero, dado que no es oficial, me lo pondré en la mano derecha —añadió, colocándose el anillo, que encajaba a la perfección, en el dedo—. ¿Cómo supiste qué medida comprar?
—Me la jugué. También mencioné la talla de calzado que utilizas, lo que pareció ayudar. Sin embargo, preferiría que te lo pusieras en la mano izquierda.
—Los pobres, no escogen —murmuró ella—. Tómelo o déjelo, señor Dexter.
—¿Se debe eso a que estás reservando la mano izquierda para el verdadero?
—Efectivamente.
—¿Te lo ha sugerido alguien, Vivian?
—¿Te refieres a que si me han propuesto matrimonio? No, pero eso no significa que no ocurrirá. ¿Y tú? ¿Se lo has propuesto a alguien alguna vez, Lleyton?
—No, pero no eso no significa que yo no haya recibido algunas… sugerencias al respecto.
—Qué pena no saber si te quieren a ti o a tu dinero —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Lo que realmente necesitas es enamorarte de una heredera. Si tu fortuna no tuviera tanta importancia, estarías en mejor posición de juzgar si el resultado tan poco satisfactorio se debía más bien a imperfecciones propias de ti mismo, tal vez.
—¿Cómo cuales?
En aquel momento tan crucial de la conversación, el camarero llevó el vino, lo que desvió inmediatamente la atención de Vivian. Era uno de los vinos Clover.
—Bien —dijo ella, estudiando la etiqueta de la botella, con su color rojizo y letras doradas—. Es conservador, bastante elegante… pero aburrido hasta la muerte, si no te importa que te lo diga.
—Entonces, ¿cómo te gustan los hombres, Vivian?
Los ojos de Vivian dejaron la botella y lo miraron abiertamente. Luego, empezaron a brillar, llenos de diversión.
—Los latin lovers osados son más de mi estilo, Lleyton, especialmente los que llevan coleta… Y tampoco me importa que lleven pendientes. Me agrada que sepan cocinar, me encanta que sean buenos bailarines porque adoro bailar y que vistan de un modo muy llamativo. ¡No veas lo mucho que te puedes divertir con ellos!
—Supongo que estabas hablando del vino, Vivian.
—Puede ser —dijo ella, sonriendo—. Lo siento… era una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar. Sin embargo, no descartes automáticamente a los hombres de sangre latina, Lleyton, como los que más me gustan. Por cierto, se me han ocurrido algunas ideas para las nuevas etiquetas. ¿Quieres verlas?
Lleyton asintió y ella rebuscó en el bolso. Unos minutos más tarde, él levantó la cabeza y dijo:
—Tal vez acabes de redimirte, Vivian Florey.
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