Novios por una semana. Lindsay Armstrong

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Novios por una semana - Lindsay Armstrong Julia

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de incredulidad. Se había olvidado completamente de Ryan, que también trabajaba para Goodman & Asociados.

      —Nosotros… es decir, Ryan y yo hemos terminado, como ya sabes. Lo dejamos hace mucho tiempo —dijo Vivian. Stan levantó una ceja—. Sé lo que estás pensando. Que me rompió el corazón. Pues no fue así.

      Stan, que tenía cincuenta años, miró a Vivian y suspiró. Conocía a Vivian Florey desde niña y sabía, por lo menos eso le parecía, algunas veces más de ella que ella misma.

      Richard Florey, el padre de Vivian, había sido un buen amigo suyo. La madre de Vivian murió cuando ella tenía seis años, y su padre había sufrido mucho. Nunca había vuelto a casarse y, debido a su profesión de ingeniero, se había pasado mucho tiempo en lugares remotos, llevándose a Vivian cuando era posible. En otras ocasiones, la había dejado en un internado, aunque Stan e Isabelle, su esposa, solían llevársela a casa los fines de semana.

      En cierto modo, aunque no le había gustado estar alejada de su padre, aquel hecho había creado en Vivian un cierto temor al compromiso. El sentimiento de pérdida que su padre se había llevado a la tumba le había transmitido a su hija el miedo a permitir que alguien se le acercara, por si acaso lo perdía. Su padre murió cuando ella tenía dieciocho años. La única relación que Stan le recordaba había reforzado su miedo al compromiso cuando Ryan Dempsey la dejó.

      —Vivi —dijo él, lentamente—, ¿te has parado a pensar alguna vez que sueles mantener la distancia con las personas y, especialmente, con los hombres?

      —Yo… sí, Stan. Y creo saber por qué. El modo en que crecí, lo de papá y Ryan… Y te agradezco que te preocupes por mí —respondió ella, más decidida que nunca a conseguir aquellos contratos para la agencia. Stan Goodman había sido como un padre para ella—. Supongo que siempre he creído que eso sería algo de lo que se encargaría el tiempo y estoy segura de que así será pero, sinceramente, no me preocupa demasiado.

      —En cualquier caso, no me gustaría verte sufrir otra vez y esto… esto es jugar con fuego.

      —¿Por qué? ¡No puede ser tan irresistible! —exclamó ella. Stan se limitó a mirarla fijamente—. Bueno, creo que sé a lo que te refieres. Si no me intrigara un poco, no habría aceptado pero, ¿no te das cuenta? Es parte de ello, Stan. Él… él jugó conmigo como si fuera un pez en el anzuelo y ahora, probablemente, cree que me tiene en el cesto. Pero no es así y pienso hacer que se entere de por qué.

      —¿Cuándo te vas? —preguntó Stan, resignado.

      —Dentro de tres días. Todo está preparado para divertirnos un poco en la finca familiar. Oh. Se me olvidó preguntarle dónde está.

      —Yo te lo puedo decir. Está en el Hawkesbury. Creo que tiene como unos trescientos acres, con pistas de tenis, una piscina, establos, un embarcadero privado, un campo de croquet. Tiene tres casas, la principal es de dos plantas, pintadas de amarillo y blanco y está construida a imitación de una casa de plantación sureña con doce dormitorios. La finca se llama Harvest Moon.

      —Stan —dijo Vivian, echándose a reír—. Si estabas intentando abrumarme, hay algo sobre mí que tal vez no sepas. Sé jugar al croquet. Me enseñaron en uno de mis internados. A eso, a jugar al tenis y a montar a caballo.

      Sin embargo, dos días después, Vivian no se sentía tan confiada. Tenía la maleta abierta encima de la cama y rodeada de ropa en su apartamento. Al ver el caos que reinaba allí, suspiró. Entonces, se dirigió al comedor para contemplar las vistas. Había utilizado tonos amarillo limón y verdes para decorar aquella parte de la casa tenía dos cómodos sofás tapizados en tonos similares y una mesa de hierro forjado, junto a la que se detuvo.

      Golpeó suavemente el cristal de la mesa e, inmediatamente, pensó en otra mesa con la parte superior de cristal. ¿De verdad estaba siendo lo suficientemente estúpida como para participar en aquella farsa? ¿Debería haberlo anulado todo?

      Entonces, se dio la vuelta y fue a acurrucarse encima de uno de los sofás, recordando lo mucho que Stan le había aconsejado que no lo hiciera, no solo por Lleyton Dexter sino por su propio estado mental. Desde que tenía dieciocho años, era una persona muy solitaria. No es que no tuviera amigos, pero no había ningún vínculo emocional y eso, por supuesto, se refería principalmente a los hombres.

      Por otro lado, podría ser que el hombre perfecto no hubiera aparecido todavía en su vida. Ryan… bueno, en su momento había creído que era él el elegido. Recordó cómo había bajado la guardia con él, cómo había permitido que él le hiciera olvidarse de sus miedos, haciéndole creer que podría haber un compromiso entre ellos. Más tarde, descubrió que el hombre al que había amado no tenía los mismos planes.

      A pesar de que aquello le había dolido mucho en su momento, tendría que ser la lección que la protegiera contra Lleyton Dexter si, por algún giro inesperado del destino, él resultaba ser el hombre adecuado para ella. Seguramente, aquella experiencia le haría darse cuenta de que estaba jugando con fuego.

      ¿Cómo iba a ser él el hombre adecuado para ella? Evidentemente, estaba desencantado con el amor lo suficiente como para recurrir al soborno. Se lo había dicho claramente. Había utilizado el soborno para hacer que ella picara el anzuelo. Saber todo esto, tenía que ser más que suficiente para apagar las sensaciones físicas que el tremendo atractivo de aquel hombre producía en ella y darle causas más que suficientes para despreciarlo.

      A pesar de todo, no había nada que le impidiera echarse atrás, aún en aquellos momentos. Stan le había dejado bien clara su postura: no pensaba obligarla a hacer aquello solo por llevar un nuevo cliente a la agencia. Además, tenía un número al que llamar a Lleyton Dexter, que él le había dado por si surgía algún imprevisto.

      Todavía tenía aquel número en su agenda, en el bolso beige, que, por casualidad, se encontraba en la mesa de al lado del sofá, en la que estaba el teléfono. Entonces, alcanzó el bolso, sacó la agenda, buscó entre las páginas. Acababa de tomar el teléfono cuando este empezó a sonar.

      —¿Sí? Vivian Florey al aparato.

      —Soy Lleyton Dexter, Vivian.

      —Oh —dijo ella. Se había olvidado de lo profunda que resultaba aquella voz—. ¡Hola!

      —Solo quería asegurarme de que nuestro trato seguía en pie. Si te has echado atrás, es el momento de decírmelo.

      Vivian guardó silencio durante unos segundos, sintiendo que sus emociones se apoderaban de ella. No le gustaba que él hubiera asumido que podría tener dudas pero, por otro lado, le hubiera gustado decirle sencillamente que, efectivamente, así era…

      —No, Lleyton. Supongo que no te importa que te llame por tu nombre de pila. No voy a echarme atrás. ¿Y tú?

      —Bien —dijo él, sin responder—. Mira, ha habido un ligero cambio de planes. Estoy en Brisbane y pienso ir a casa en avión mañana por mañana desde aquí en vez de desde Coolangatta. Pensé que sería una buena idea que cenáramos esta noche para que te pueda dar detalles de mi familia. También puedo pasar a recogerte mañana por la mañana y llevarte al aeropuerto.

      —Me parece… bien —contestó ella—. Todavía tengo que hacer la maleta, así que, ¿qué te parece un lugar cercano a mi casa, como Riverside?

      —De acuerdo —replicó él, dando el nombre de un restaurante, uno de los favoritos de Vivian, con una terraza que daba al río—. Digamos a las seis y media. Hasta luego.

      Entonces,

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