Un príncipe y una tentación. Dani Collins

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Un príncipe y una tentación - Dani Collins Miniserie Bianca

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importada, los sándwiches y los pasteles.

      –Creo que Hasna no tuvo quejas –lo rebajó él–. Por eso quiero ahorrarle la molestia de tener que reemplazar todo lo que le ha prometido.

      Angelique era alta encima de los tacones. No tan alta como él, pero sí más alta que la mayoría de las mujeres que conocía, y resultó más alta cuando oyó lo que había dicho. Se puso rígida y parpadeó varias veces como si estuviera barajando distintas respuestas.

      –Todo lo que hemos hecho –le corrigió ella en un tono desenfadado que era cáustico y peligroso–. ¿Puede saberse por qué no quiere que lo reciba?

      –Puede olvidarse de la indignación –le aconsejó él–. No estoy juzgándola. Yo también he tenido amantes, pero llega un momento en el que hay que terminar… Y el suyo ha llegado.

      –Cree que soy la amante de Sadiq y que por eso me he ofrecido a hacer el vestido de la novia y el ajuar. Es muy generoso por parte de la amante, ¿no le parece?

      Ella fue soltando las palabras como si estuviera profundamente ofendida. Él se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se balanceó sobre los talones.

      –Ha sido muy generoso que una modista de París tan famosa y exclusiva haya organizado un pase privado para un cortejo nupcial tan numeroso.

      No habían asistido solo su madre y su hermana, también habían estado la madre y las hermanas de Sadiq con primas y amigas de las dos partes.

      Naturalmente, el coste de todo eso no iba a mermar su fortuna. La familia del novio también podía permitírselo, y dado el patrimonio de la familia Sauveterre, según los rumores la empresa familiar había financiado un proyecto artístico disparatado, se imaginaba que Angelique tampoco pasaría penurias.

      –Si la recepción de esta tarde hubiese sido lo único que le ha regalado, no me habría inmutado –siguió él–, pero ¿el vestido? Conozco el gusto de mi hermana –sabía que llegaría fácilmente a las seis cifras–. Además de los vestidos del resto del cortejo, incluidos el novio y la madre de la novia.

      –Los padres y las hermanas de Sadiq también son amigos de la familia.

      –Además de todo un guardarropa para que Hasna empiece su vida de casada –añadió Kasim con incredulidad–. Eso es algo más que el regalo de una amiga de la familia. Si me hubiese enterado antes, no habría esperado hasta hoy para evitarlo.

      Hasna había estado hablando sin parar del gran día, pero a él no le importaban los pequeños detalles. Estaba encantado de que se casara por amor y quería que todo saliera bien, pero la decoración, la comida y los colores que iban a vestir le daban igual. Entonces, cuando se dio cuenta de que iba muy por debajo del presupuesto, algo impropio de su hermana, le preguntó cuándo le llegaría la factura del vestido.

      –Si fuese la amante de Sadiq, habría querido sacarle partido. Le habría obligado a que nos trajera a su novia como pago por haber perdido su respaldo económico, que no necesito, por cierto –el tono de Angelique era cortante como una cuchilla de afeitar–. Eso no fue lo que pasó ni mucho menos. Hasna ni siquiera sabía que Sadiq nos conocía. Dijo que éramos las modistas de sus sueños y él lo organizó en secreto para darle una sorpresa. Nosotras decidimos no cobrarle.

      –Ya… Es curioso que haya conseguido ocultar esa amistad tan íntima –Kasim no disimuló el desprecio– a la mujer a la que cortejó durante un año y a la que asegura amar. Podría haberlo entendido si, efectivamente, fuera un pago…

      No lo habría perdonado cuando Hasna había luchado tanto para casarse por amor y había conseguido convencerlo de que Sadiq le correspondía, pero, al menos, habría encontrado un motivo para ese arreglo tan ridículo.

      –¿Lo ha hablado con Sadiq? –le preguntó ella en un tono gélido y con los brazos cruzados–. Me siento tan ofendida por él como lo estoy por mí misma.

      –Sencillamente, Sadiq no puede hacer lo que hay que hacer. Le aconsejaré después…

      –¡No estoy acostándome con Sadiq! No me acuesto con hombres casados ni prometidos.

      –Estoy casi seguro de que dejó de acostarse con él cuando se comunicó el compromiso. Sé lo que ha hecho desde entonces.

      –¿Sabe él que tiene estas sospechas?

      –No le juzgo por haber tenido amantes antes de prometerse. Todos las tenemos.

      Aunque sí le molestaba que su cuñado se hubiese acostado con esa mujer en concreto. Sin embargo, no se preguntó por qué le molestaba. Además, siempre le había extrañado que un hombre tan apacible hubiese podido seducir a una mujer así. Siempre le había parecido que Sadiq había aprendido más en los libros que en la calle, que era serio y aplicado, y casi tan ingenuo como Hasna.

      Esa mujer era sorprendentemente enérgica y habría dominado a alguien como Sadiq… lo que explicaba que él no hubiese sido capaz de terminar tan definitivamente como debería.

      –Y yo… ¿qué? ¿Cree que estoy intentando engatusarlo otra vez equipando a su esposa? Su lógica no tiene ni pies ni cabeza, alteza.

      Se quedó atónito por su impertinencia, algo inusitado en su vida. Se hermana era la única que lo trataba con cierto descaro y solía limitarse a meterse un poco con él, nunca era tan incisiva.

      El atrevimiento de Angelique le pareció estimulante e irritante a la vez. Evidentemente, no sabía con quién estaba tratando.

      –¿Por qué discute? Estoy ofreciéndome a pagarle el trabajo que ha hecho. Cuanto más se resiste a reconocer la verdad y a prometer que no volverá a verlo, más cerca estoy de perder la paciencia y de acabar con todo esto, por mucho que llore Hasna.

      –¿Le haría eso a su hermana? –preguntó ella sin poder creérselo.

      Ella no sabía hasta dónde llegaría, y había llegado, para proteger a su familia.

      No volvería a debatir consigo mismo si había hecho bien en ese asunto. Todavía se le encogía el corazón, sobre todo, cuando Hasna seguía llorando tanto, pero había hecho lo que tenía que hacer sin reparos, y volvería a hacerlo. No volverían a romperle el corazón a su hermana. Ella amaba a Sadiq y Sadiq sería el marido fiel que ella quería. Si había que conseguir otro vestido deprisa y corriendo, lo haría.

      Se quedó en silencio para que Angelique captara lo decidido que estaba.

      Ella levantó la barbilla con aire beligerante e intentó mirarlo con desdén.

      –¿Solo tengo que decir que soy la amante de Sadiq para acabar con todo esto?

      –Además de mandarme la factura y no volver a ver a Sadiq.

      –Podría donar su dinero a la beneficencia…

      –Claro, pero lo importante es que no podrá reclamar esa deuda a Sadiq.

      –Vaya, por fin veo cuál era mi verdadero motivo –ella levantó los brazos con asombro–. Empezaba a creer que era la amante más tonta sobre la faz de la tierra.

      –No, admiro bastante tu inteligencia, Angelique.

      El corazón, ya

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