Un príncipe y una tentación. Dani Collins
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Él parpadeó cuando oyó su nombre de pila y ella se alegró.
–Tu insolencia conmigo no tiene precedentes. Ten mucho cuidado… Angelique.
Tenía las uñas clavadas en los brazos, pero le servía para mantener fría la cabeza. Se recordó a sí misma que se había preparado para ese tipo de negociaciones. Él creía que tenía la sartén por el mango, pero, en realidad, estaba amenazando la felicidad de su hermana, además de lo que su familia le debía a Sadiq.
Por todo eso, ella no quería que peligraran los preparativos de la boda ni provocar un distanciamiento duradero.
Se recordó a sí misma que lo primero que tenía que hacer era escuchar, que, al parecer, Kasim tenía la sensación de que no le atendía.
–En resumen –replicó ella con toda la calma que pudo–, ¿crees que he organizado todo esto para que Sadiq esté en deuda conmigo?
–Es posible que no económicamente. Su familia es influyente y poderosa, además de adinerada. Has conseguido resultar inocua para mi hermana y no te considerará una amenaza si más adelante entras en escena para lo que Sadiq crea que eres útil.
–¿Puedo preguntarte cómo has llegado a la conclusión de que tengo tanta sangre fría? Ni siquiera los trolls dicen esas cosas de mí en Internet.
¡Era buena! Su familia le repetía una y otra vez que era demasiado buena.
–Si tu corazón entrara en todo esto, habrías rechazado el encargo. Si te sintieras despechada, no intentarías agradar tanto a Hasna. No. Ya te lo he dicho, he tenido amantes y conozco a las mujeres desmedidamente pragmáticas. Esto es una inversión para tu futuro y lo acepto en el plano teórico, pero no cuando entra en juego la felicidad de mi hermana. No puedo permitir eso –Kasim señaló con la cabeza la tarjeta que había dejado encima de la mesa–. Mándame la factura y no vuelvas a verlo.
Él fue a marcharse, pero ello dio un paso y lo agarró del brazo.
–¡Espera!
Se quedó petrificado y miró la mano la mano en la manga antes de levantar la mirada. Su rostro reflejaba indignación y algo más, algo irresistiblemente viril.
–¿Ya hemos llegado a ese grado de confianza, Angelique?
Se giró rápidamente para mirarla y también la agarró del brazo contrario. Fue veloz y sorprendente, como un halcón que capturaba a su presa entre las garras. Se quedaron así lo que le pareció una eternidad y el corazón le latía con tanta fuerza que casi no podía llenar los pulmones.
–No hemos terminado de hablar –consiguió decir ella con un hilo de voz.
Sabía que debería soltarlo y retroceder un paso, estaba perpleja por el interés que percibía en su mirada.
Sin falsa modestia, sabía que era hermosa, y por eso le enfocaban tan a menudo los objetivos de las cámaras. Además, los hombres la miraban con deseo todo el rato.
No había ningún motivo para que reaccionara ante la avidez descarada de ese hombre, pero lo hacía y era una reacción sexual y primitiva que le abrasaba las entrañas y… Efectivamente, era un deseo recíproco. Él la miraba como si la encontrara atractiva y ella, desde luego, lo encontraba atractivo hasta decir basta. Incluso, era posible que hubiera algo químico entre ellos, porque bajó la miraba a su boca sin querer, y el anhelo se disparó.
Él esbozó media sonrisa. Ella sabía que estaba captando su reacción y que le divertía. Le dolió, se sintió torpe y transparente. No podía contener los sentimientos que se adueñaban de ella y era una cruz que llevaba a la espalda. Ese era tan intenso que no lo había sentido nunca y la alcanzaba en todos los aspectos: en el físico, el mental, el emocional… La tenía completamente cautivada.
–Sí, hemos terminado de hablar.
Él dobló el brazo que tenía agarrado ella y le puso una mano firme y cálida en la cintura mientras tiraba un poco del otro brazo para acercarla un paso.
–Pero si quieres empezar a hacer otra cosa…
¡Ni se te ocurra! Se ordenó a sí misma. Sin embargo, fue demasiado tarde, porque él estaba bajando la cabeza y ella estaba separando los labios con avidez.
Capítulo 2
ÉL SABÍA utilizar esa boca creada expresamente para el sexo y le dio un beso ardiente y sin contemplaciones.
Ella supo inmediatamente que estaba castigándola, aunque no con violencia. Quería que reaccionara, que se derritiera y se rindiera a él, que quedara claro quién llevaba las riendas… y estaba consiguiéndolo, estaba neutralizando cualquier resistencia posible, estaba conquistándola.
Sin embargo, se activó el instinto de supervivencia que tan dolorosamente había moldeado. Había aprendido a responder con un ataque a los ataques de los demás.
Le devolvió el beso con toda la rabia que le había provocado y con toda la frustración que había despertado en ella. No se limitó a aceptar el beso, lo igualó. Se puso a su altura hasta que notó el calor de su cuerpo a través de la tela de seda que llevaba encima. Luego, le mordió leve pero amenazadoramente el labio inferior e introdujo los dedos entre su pelo. Era absolutamente impropio de ella ser así de agresiva en el terreno sexual, pero ¿cómo se atrevía a presentarse allí para acusarla e intimidarla?
¿Parecía intimidada?
Notó la sorpresa de él y que… se endurecía. Esa reacción la estimuló, la excitación fue apoderándose de ella como una oleada que le sensibilizaba las zonas erógenas. Arqueó la espalda para pegar los pechos a su granítico pecho. Contoneó la pelvis contra la protuberancia que notaba detrás de la cremallera.
La abrazó con más fuerza y la besó con más intensidad, pisó el acelerador. Bajó una mano por su espalda hasta que le tomó uno de los glúteos por encima de la seda.
Era una sensación maravillosa que ella no podía dominar y se apartó un poco para dejar escapar un gemido y tomar aire.
Él gruñó y le recorrió el cuello con la boca mientras se frotaba contra ella con una intención evidente.
Angelique, dominada por la situación, le dejó. Estaba acostumbrada a que la trataran como una mezcla de trofeo y diosa en un pedestal. Ningún hombre la había besado como a una mujer que no solo deseaba, ¡que anhelaba! Aquello era completamente real, terrenal y elemental.
Inclinó la cabeza hacia atrás, la melena le cayó como una cascada y, efectivamente, era posible que estuviera rindiéndose, pero no a él, a eso, a ellos, a lo que estaban creando juntos…
Él murmuró algo bajando los labios de una clavícula al borde de la camisola.
–Sí… –susurró ella.
Se sentía rebosante, anhelaba que le tomara