Un príncipe y una tentación. Dani Collins

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Un príncipe y una tentación - Dani Collins Miniserie Bianca

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llevaba colgado del cuello para ponérselo por encima del hombro.

      La excitación lo dominó en cuestión de segundos. Estaba a punto de hacer el amor con una mujer excepcionalmente apasionada.

      Entonces, se abrió la puerta e irrumpieron unos hombres armados.

      El corazón le explotó e, instintivamente, intentó ponerla detrás de él, pero ella se resistió mientras gritaba:

      –¡Estoy bien! ¡Orquídea, orquídea! ¡Alto, orquídea!

      Ella levantó una mano como si así pudiera detener las balas e intentó ponerse delante de él como si pudiera protegerlo con ese cuerpo esbelto y delicado. Sin embargo, Kasim sentía una descarga de adrenalina como la de los intrusos y la rodeó protectoramente con los brazos mientras, un poco tarde, caía en la cuenta de que eran los guardas de seguridad que había visto al llegar.

      –No pasa… nada. Tranquilos, de verdad –insistió Angelique con la voz temblorosa mientras miraba a Kasim con una expresión de humillación–. Suéltame para que pueda aclarar esto.

      Él la agarraba con fuerza y tuvo que obligarse premeditadamente para relajarse.

      –Estoy bien –repitió ella mientras se soltaba de él temblando visiblemente–. Sinceramente, ha sido culpa mía. Él estaba mirando mi collar y debería haberle avisado de que tuviera cuidado.

      ¿Que estaba mirando su collar? Tenía el pintalabios corrido y estaba congestionada desde la frente hasta el borde del top. Los guardas no eran tan tontos. Sin embargo, sí eran profesionales.

      –¿Segundo nivel? –le preguntó uno.

      –Nenúfar –contestó ella.

      Angelique se dirigió a un panel para reiniciar algo, suspiró y volvió a su mesa para tomar el móvil con una mano todavía temblorosa.

      –Gracias. Volved a vuestros puestos –añadió ella.

      Los guardas enfundaron las armas, se retiraron y cerraron la puerta.

      Se oyó la videollamada que había marcado ella, pero tomó un pañuelo de papel, se inclinó sobre un pequeño espejo de mesa y empezó a limpiarse los labios precipitadamente.

      –Solo tardaré un segundo, pero si no…

      –Oui! –exclamó una voz masculina con un gruñido.

      –Bonjour, Henri.

      Angelique inclinó el teléfono para ver la pantalla. Todavía parecía desorientada y abochornada, pero intentó esbozar una sonrisa firme.

      Kasim estaba completamente atónito. Ese beso había sido tan placentero que solo podía pensar en seguir donde lo habían dejado.

      –Je m’excuse. Ha sido solo culpa mía –siguió Angelique–. Falsa alarma. Orquídea, orquídea. Solo ha sido un simulacro.

      –Qu’est ce qui c’est passé?

      –Es una historia un poco larga y estoy haciendo una cosa. ¿Puedo llamarte más tarde?

      –Estoy mirando las grabaciones de seguridad.

      –Muy bien –replicó ella en un tono algo agobiado como si fuera a contestar una pregunta que no le habían hecho–. El príncipe sigue aquí. Por favor, ¿puedo llamarte más tarde?

      –Una hora –contestó él antes de cortar la llamada.

      Angelique dejó el teléfono en la mesa y resopló.

      –Ramón será el siguiente, es mi hermano mayor –le informó ella justo antes de que sonara el teléfono–. Ahí está. La Inquisición española –ella se agarró las manos y miró el techo con un placer fingido–. ¡Qué divertido! Gracias.

      –¿Estás echándome la culpa?

      Él no podía estar más asombrado por todo lo que había pasado. Ella se encogió de hombros mientras contestaba el mensaje y volvía a dejar el teléfono en la mesa.

      –¿Te apetece un café? –le preguntó Angelique mientras se dirigía hacia la balda de un rincón.

      Angelique, con la mano todavía temblorosa, bajó el émbolo y sirvió dos tazas. Necesitaba algo que le calmara los nervios. Habría sido el colmo que hubiesen matado a tiros al príncipe en su despacho.

      ¿Qué le había pasado para dejarle que la besara así? Había estado martilleándola desde que había entrado allí y sus defensas o sus maniobras de distracción habituales no habían servido de nada. Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para que él no notara hasta qué punto la había alterado.

      –¿Con leche y azúcar? –le preguntó ella para ganar tiempo antes de darse la vuelta.

      –Solo.

      Terminó de servirlo y tuvo que mirarlo. Él dejó de usar el pañuelo para borrarse los restos de pintalabios en la boca y se lo guardó. Parecía completamente imperturbable mientras le tomaba la taza y el plato.

      Ella también tomó apresuradamente su taza y dio un estimulante sorbo del café que había enriquecido con un poco de leche.

      El silencio se hizo más espeso.

      Angelique intentó pensar algo que decir, pero la cabeza no dejaba de darle vueltas para encontrarle sentido al beso. ¿Qué había querido decir cuando le había preguntado si quería empezar a hacer otra cosa? ¿Qué pensaría de ella en ese momento? Su nivel de seguridad había conseguido que algunos pretendientes salieran corriendo.

      Se recordó a sí misma que él no era un pretendiente, que era un dictador arrogante que estaba muy confundido. Por eso lo había agarrado del brazo, porque no estaba dispuesta a que pensara lo peor y exigiera lo peor.

      –Me había extrañado que tuviera que pasar tantos controles de seguridad para llegar hasta aquí –comentó él mirándola pensativamente–. No sabía que siguiera siendo una preocupación para tu familia.

      Solo faltaba que tuvieran que hablar del secuestro de su hermana y de cómo afectaba todavía a su familia, su tema de conversación favorito.

      –Hacemos todo lo que podemos para que no sea un motivo de preocupación, como has podido comprobar.

      Estaba intentado olvidarse de lo espantoso que había sido que los guardas de seguridad hubieran tenido que interrumpir el mejor beso de su vida solo porque había estado tan ofuscada que había cometido un error de principiante con el botón del pánico.

      Sin embargo, parecía que el secuestro se había convertido en la razón de ser de esa reunión y… Muy bien. Había días en los que se remontaba a los tiempos sombríos y ese era uno de ellos.

      Decidido eso, pudo pasar detrás de la mesa, apartó la taza de café con cierto dominio de sí misma y le invitó a que se sentara.

      –Me quedaré de pie.

      –Como quieras. En cualquier caso, sé que he captado toda tu atención. –Angelique

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