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y anotado. No puedo creer que realmente vaya por un libro así —dice, dejando su mochila con no sé qué en una de las sillas y se pierde entre las filas de escaparates con textos.

      Saco mi portátil de la bolsa, lo coloco sobre la mesa y lo enciendo. Tecleo la contraseña y me conecto inmediatamente al internet de la biblioteca, que ya he usado en las horas de estudio que a veces invierto aquí. Lo mejor que se me ocurre es meterme a la página del noticiero de Greenwood y buscar accidentes en coches. Reviso cada uno de ellos de los pasados diez años en busca del nombre de mi amigo, leo rápidamente los titulares, pero al cabo de unos minutos no encuentro nada.

      Me toma un par de segundos darme cuenta de que a lo mejor no fue un accidente en auto, por lo que indago en otros tipos de accidentes. Los únicos que encuentro se relacionan con el río Azul de Greenwood y un único incendio de una casa, el único de la historia de mi ciudad. Decido comenzar por ese, abro la pestaña con la noticia y quedo impresionada con lo sucedido.

       La familia Fanning sufre catastrófico incendio de su vivienda.

       Los tres habitantes de la casa dormían cuando las llamas los alcanzaron. Aparentemente , hubo una fuga de gas en el hogar, que se fue combinando con los aceites que la madre confesó haber dejado abiertos, provocando esto una leve explosión que se convirtió en un incendio.

       Para el momento en que llegó la ayuda, los bomberos lograron sacar a toda la familia de la casa y sofocar el fuego. La pareja fue llevada a urgencias para que sus heridas fueran atendidas. Lamentablemente, el hijo, Charles Fanning, no logró llegar a la ambulancia con vida, debido a una falta de oxígeno en su habitación e intoxicación por gases.

       Se ha notificado que el funeral para el joven de diecisiete años se llevará a cabo en el cementerio de la ciudad, luego de que sus padres abandonen el hospital.

       La comunidad entera de Greenwood le está brindando apoyo a la pareja, para ayudarlos a superar esta terrible tragedia que todos esperan que no se repita bajo ninguna circunstancia.

      25 de mayo, 2013.

      No sé si hay más noticia, o si siquiera lo leí bien, pero mi cerebro está tan sorprendido que apenas puedo mover un solo músculo. Cuando salgo de mi estado de shock estiro el brazo lentamente y cierro la computadora.

      —¿Qué hay con esa cara? ¿Viste un fantasma? —bromea Floyd, acercándose a la mesa en la que me encuentro, pero yo parezco haber perdido la capacidad de reír. Él se da cuenta de eso al sentarse y ver que no logra sacarme una sonrisa—. Ay, no, ¿qué encontraste?

      —Murió en un incendio, solo. Sus padres sobrevivieron y estoy segura de que están llenos de remordimiento —digo, mirando un punto cualquiera en la mesa—. ¿Te lo puedes imaginar?

      —No. Ni tampoco me gustaría que eso me pasara —comenta, abriendo el libro que trae entre manos. Sonó un poco duro, lo sé, pero mi amigo nunca ha sido una persona seria. Desde que su padre se fue de casa cuando él tenía diez años, se prometió a sí mismo no dejar que nadie más entrara en su vida en forma sentimental o profunda. Conservaría solo a aquellas personas que ya estaban en ella. Por eso, no lo culpo por ser tan rudo o insufrible a veces, de verdad que no.

      —¿Me dejas ver esa noticia?

      Abro la portátil de nuevo y la pantalla se enciende una vez más, rápidamente la volteo para que él lea, yo ya no puedo ni mirar. Tomo el texto que reposa sobre la mesa y comienzo a hojearlo. ¿Cómo diablos voy a encontrar el hechizo, ritual, lo que sea, en esta cosa?

      —Vaya, sí que debe ser difícil —declara en un susurro, cuando sus ojos terminan de escrutar la pantalla—. ¿Cuándo vamos a cavar la tumba?

      Si hubiera tenido un café, uno que realmente necesito y quiero, lo hubiera escupido por lo abrupto de la pregunta. A pesar de la situación en la que nos encontramos, Floyd se parte de la risa con mi cara estirada por la sorpresa y yo le doy una mirada asesina para que se calle.

      —Hablo en serio. Te das cuenta de que eso es lo que tendremos que hacer para conseguir ese cuerpo, ¿verdad? —pregunta, y cierra la computadora cuando unas chicas pasan cerca de nuestra mesa.

      —Si lo sé, solo que no lo quería pensar, ya sabes, decirlo en voz alta me da cosita —susurro, no me gustaría arriesgarme a que alguien escuchara nuestra extraña conversación. En especial, cuando la biblioteca es tan silenciosa que se escucha el más leve murmullo.

      —A mí también me causa un sentimiento raro, algo como asco. Aun así, creo que es obvio que lo deberíamos hacer de noche. Meternos dentro a escondidas es mejor, mucho mejor, a que nos vean cavando una tumba en plena luz del día.

      —Por cierto, de noche. Con guantes y si se puede con capucha, para no dejar pistas y no ser vistos —digo, señalando lo que me parece obvio.

      —¿Para cuándo tienes planeado hacerlo?

      —Cuando encontremos el ritual correcto.

      —¿Cómo sabremos que lo es? Y más importante, ¿dónde ocultarías un cuerpo hasta encontrarlo?

      —Obviamente hay que hacer el hechizo la misma noche que lo hallemos, es una cuestión de lógica, no seas bobo.

      —Ay ya, no te pongas así.

      Eleva las manos a ambos lados de la cabeza en señal de rendición, con una mueca tan ridícula en el rostro que se me hace imposible no reírme. Necesito eso, algo de positividad en todo este embrollo es bueno para la salud mental de ambos, así que le agradezco mentalmente a mi amigo por ser como es, siempre y sin excusa.

      —Solo digo. Realmente no quiero fallar en esto, y eso que muchas cosas pueden salir más que mal

      —Créeme, te comprendo —dice, con ojos apaciguados—. Tengo una mejor idea que estar sentados aquí revisando ese libro. Arrienda el texto y llévatelo a casa, revisémoslo con comida cerca y todo mejor.

      —Me parece la mejor idea de esta semana.

      Ambos tomamos nuestras cosas, meto la laptop en la mochila y, con el libro en una mano, partimos hacia la salida.

      Arriendo el título y salgo junto a mi amigo al pasillo, ligeramente iluminado por unas lámparas de estilo antiguo, y, luego, caminamos hasta su auto azul. Listos para descubrir los secretos de La parada de las almas.

      ****

      —¿Encontraste algo?

      Me sobresalto cuando Floyd se lanza sobre el sillón a mi lado con un recipiente relleno de palomitas de maíz.

      —Nada —respondo colocando un papelito en una hoja poco antes de la mitad del libro. Lo cierro de golpe y se lo entrego a mi amigo—. Busca tú, necesito un descanso de esa cosa.

      —¿Por qué yo? Me da cosita eso —se queja, tomando un puñado del bocadillo que se lleva a la boca.

      —Porque tú dijiste que estábamos juntos en esto, acepta las consecuencias y haz tu parte —demando, tomando un par de palomitas del pote—. Después sigo yo, si es que no encuentras nada.

      —Ay, no quiero —reclama, abandonando el libro sobre la mesa de centro como un niño pequeño que no quiere

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