Chicos de la noche. Bárbara Cifuentes Chotzen

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Chicos de la noche - Bárbara Cifuentes Chotzen

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bien con eso, después de todo es justo, todos tenemos secretos, yo también tengo temas que quiero evadir o cosas que no quiero contar. Pero aun estando de acuerdo siento la corazonada de que él oculta mucho más de lo que aparenta, algo profundo, tal vez peligroso. Igual no puedo fingir que las ganas de llegar al fondo de eso no existen.

      —Pues, entonces, creo que no hay nada más que decir por hoy, por lo menos no se me ocurre nada —apunto—. ¿Qué hora es?

      —Las cinco de la mañana, me tardé un poco, lo siento.

      Hubiera hecho una mueca si pudiera, pero en cambio suelto un quejido.

      —Tengo clases en unas horas, ¿podrías permitirme seguir durmiendo? Además, esta posición es un tanto incómoda.

      Casi nunca hay la manera de despedirnos de una forma normal o natural, son muy pocas las veces en que eso ocurre.

      —Por supuesto —accede—. Nos vemos mañana, Verónica.

      —Corrección: Nos escuchamos mañana.

      Creo que lo que vino después fue caer en un sueño profundo, que hizo a un lado toda esa conversación irreal, y despertar a la mañana siguiente totalmente ajena a todo lo que va a pasar.

       03

      —Está bien.

      Floyd cierra su casillero de golpe al escucharme, llevándose una mano al pecho, sobresaltado, se voltea para encararme.

      —No te sigo. Necesito más información para comprender. Y no me vuelvas a tomar así de desprevenido —dice, alzando una ceja suspicaz. Él sabe que conmigo nunca se sabe qué ideas locas puedo traer. Lanzo un bufido y me enderezo con los libros en una mano.

      —Me refiero a que acepto —digo entre dientes. Mi amigo no es adivino así que obviamente me indica que prosiga, pensé que sería más rápido—. Esta noche soy toda tuya, llévame a donde quieras, pero debo estar en casa entre las doce y la una.

      Floyd abre los ojos de manera casi inhumana, luego sonríe triunfal y me rodea con sus brazos separando mis pies del piso y haciéndome oscilar en el aire. No pensé que se pondría tan contento por un detalle tan nimio.

      —Floyd, bájame —intento decir, si sigue sacudiéndome, voy a vomitar todo el desayuno. Al parecer lo entiende y me deja quieta en el suelo. Me arreglo la ropa que ha quedado toda desordenada.

      —Lo siento, es que me emociona que quieras salir de casa, por la noche, sin dormir —aclara, sonriendo plenamente—. Escoge lo mejor que tengas, hoy vamos a salir a bailar.

      —¿A bailar? ¿Qué acaso vamos a una discoteca? —le pregunto, mientras nos ponemos en marcha por el pasillo. Él asiente. Lo bueno de que sea jueves es que nos tocan casi todas las clases juntos, incluida la primera—. ¿Hablas en serio? ¿Desde cuándo vas tú a discotecas?

      —Hay muchas cosas que no sabes de mí, Ronnie. Es parte de ser rebelde —me dice, con una sonrisa pícara que no promete nada bueno.

      —Pero tú sabes casi todo de mí —objeto frustrada. No me enoja realmente, todos tenemos derecho a guardar secretos, pero yo le he contado hasta el detalle más descabellado de mí y a él no se le ocurrió decirme que se va de fiesta por las noches.

      —Bueno, eso es porque tú eres la loca y ya no te importa si me dices de qué color te salió la caca o cuál es el color favorito de tu mamá —apunta, relajado.

      —Vaya gracias. ¿Y desde cuándo sales?

      —Desde hace un par de meses. No tienes por qué preocuparte por esto, te prometo que tendrás una noche de película —me dice, atrayéndome hacia su cuerpo.

      —Si tú lo dices.

      —Yo lo digo.

      Luego de eso se interna en el salón de inglés y yo le sigo detrás. No hay asientos juntos así que optamos por empezar el día uno detrás del otro.

      ****

      —¡Verónica, tu amiga Mila está aquí! —escucho a mamá gritar desde la planta baja. Abro la puerta de mi habitación para que la susodicha sepa que puede entrar y me sumerjo en el armario.

      —Hola, hola, uh casi no te veo sumergida ahí adentro —dice Mila a mis espaldas.

      Mila es la única chica que puedo considerar mi amiga desde que Floyd me la presentó hace poco menos de dos años; no sé cómo la conoció pues no va a nuestro instituto, tampoco pregunté. No somos extremadamente cercanas, pero es la única amiga femenina que tengo y cumple con el lazo suficiente para ayudarme siempre que la necesito. Debo admitir que hay cariño entre las dos. Es una persona excelente, encantadora, y a veces creo que a Floyd le gusta ella secretamente, pero nada serio. No lo sé, mi reducido grupo de amigos es extraño.

      —Sabes que no salgo por las noches, no tengo ni la más mínima idea de qué ponerme.

      A diferencia de mi amigo, por más bien que me caiga Mila, no he podido encontrar el valor para decirle sobre Chuck. Y prefiero dejar que piense que soy una marginada a que se entere.

      —Lo sé, pero te quiero igual. Y para eso me tienes a mí —manifiesta con una brillante sonrisa—. ¿Tienes algo negro, rojo o blanco? —pregunta, haciéndose un lugar a mi lado en el clóset.

      —Creo que tengo algo por aquí —respondo, mientras remuevo los percheros hasta encontrar un vestido blanco y corto. Le muestro el corte que deja la espalda descubierta a mi rubia amiga, ella aplaude complacida y me hace señas con las manos para que me lo pruebe, indicando que vaya al baño mientras escoge unos zapatos.

      Al salir me arreglo los últimos retoques en el vestido que me queda a la mitad del muslo, mi amiga se endereza y sonríe de oreja a oreja.

      —Me encanta, te queda estupendo. Ponte estos tacones rosados, me los tienes que prestar algún día, por cierto, y quedarás de miedo —dice, empujándome a la cama para que me los coloque. Me pongo de pie y le muestro el resultado final.

      —¿Y bien? —pregunto, haciendo un gesto con las manos.

      —Me gusta como resalta con tu pelo. Algo negro hubiera quedado muy bien, pero así destacas más y los zapatos hacen juego con tus puntas —afirma, mientras gira a mi alrededor. Luego, saltando como un niño, me ordena—: No te pongas maquillaje, te ves bella así. A lo mejor algo para resaltar tus ojos. Camina.

      Me va a dejar un sinfín de moretones por empujarme todo este rato.

      En el baño, me pone alguno de los productos que ella misma ha traído, algo en los ojos, algo en los labios y creo que ya está. Me voltea para que pueda mirarme al espejo y me impresiona lo que se puede hacer con uno mismo cuando hay esfuerzo. Eso es suficiente esfuerzo para mí.

      —¿A qué hora te dijo Floyd que pasaría por ti? —pregunta, guardando sus cosas. Miro mi reloj para ver la hora.

      —Exactamente debería ser en dos minutos, pero ya sabes, a él le gusta ser rebelde.

      —Típico Floyd —dice, mientras guarda su estuche donde anda trayendo el maquillaje—. Bueno, los veré allá.

      —Espera,

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