Capítulo Noventa. Herminio Milovich

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Capítulo Noventa - Herminio Milovich

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inconsciencia, por sentimientos y complejas decisiones.

      Tal vez sometido por un no sé qué, profanó su libre albedrío.

      Pisando huellas ajenas transitó la calle Bolívar en dirección a Constitución.

      En una carnicería de la calle Bolívar al 200 compró una rosca de mocilla. (La recordaría toda la vida).

      Fue lo suficiente para calmar el incipiente apetito del medio día, sin agua y sin pan consumió una porción.

      La otra mitad la guardó en el maletín, pensando que la utilizaría de cena.

      Al llegar a la plaza Constitución sació la sed en el bebedero público, después en el interior de la estación encontró los hediondos baños donde se obligó a íntimas necesidades.

      Sentado en un banco dejó pasar las horas, al atardecer, terminó con lo quedaba del embutido.

      Por primera vez se preguntó qué hacía o que haría allí, atrapado físicamente por un conjuro de su propia mente.

      En este momento, al atardecer, ya surgían los remordimientos y los prejuicios. En esa plaza nadie le miró, ni se asombraron por su presencia, coexistían como ciegas y desperdigas “Cabecitas Negras”

      (Como los porteños llamaban entonces a los llegados del Interior del país).

      Ahora Herminio se consideraba un anónimo, invisible para todos, y eso le puso bien, pues le dio el poder tratar de encontrarte a sí mismo, en total intimidad, en medio de la multitud.

      Perdido, indagando sus silencios... ¿Por qué estaba aquí en esta plaza? ¿Sentado en un banco de plaza, y una valijita viajera?...que todavía emana el aroma del hora lejano hogar?

      Esa primera noche, logró dormir en un alojamiento de cuarta.

      Encerrado en ese tugurio, en una misma habitación, con cuatro andrajosos, que le miraron como sapo de otro pozo.

      Rendido por la inseguridad, angustiado, dormitó envuelto en una tela–sábana–gris, sobre lo que se podría considerar una cama. Por seguridad la valijita le sirvió de almohada.

      Al romper el día, se cambió de ropas, haciendo uso de las que llevaba de reserva en la viajera maleta.

      En el hotelucho se higienizó la cara y las manos, con ellas mojadas, se peinó.

      Casi de madrugada sufragó el escabroso albergue con casi todo el dinero que quedaba en el menguado bolsillo.

      Su capital se redujo a tan solo algunas monedas.

      Herminio, se prometió que no volvería a pernoctar en un cuartucho, donde el olor a cigarrillos, con las colillas abandonadas en el piso, ronquidos de todas entonaciones y en especial el hedor de las ropas sucias que vestían aquellos harapientos seres, le hicieron vivir la más triste experiencia, en su primera noche en Buenos Aires.

      Al amanecer entró al hall de la estación Constitución, allí vio familias enteras, hombres y mujeres con sus hijos, que dormían tirados en los pisos.

      Y otros individuos desparramados cabeceaban sobre cartones viejos, en un deplorable estado de abandono.

      Se estremeció al pensar que quizás esa misma noche, él mismo, podría sumarme a ese infortunio.

      —Se dijo, –necesito buscar antes del anochecer otro espacio para dormir.

      Por suerte pudo sentarse en el mismo banco de plaza, aquel que se sentara el día anterior. Algunos los disputaban como si fueran propios, porque una vez ubicados lo usaban todo el día y noche.

      Lo consideraban su “hogar”

      Un cielo cargado de nubarrones veraniegos empezó a remolinarse en el cielo.

      Bandadas de palomas sobrevolaron alborotadas, buscado el cobijo de los árboles y en la torre de la cercana iglesia.

      Ellas, resguardadas esperarán inquietas el retorno de la calma.

      Se podía oler la tormenta, la gente corría hacia las bocas del subte o al hall de la estación.

      Se había levantado una corriente desapacible, cargada de calor y humedad, anunciantes, de inminente tormenta.

      El viento arrastró mareas de hojas secas que golpearon su cara.

      Una hoja escapada de un libro le incitó a leerla...

      La desesperación infunde valor, el cobarde huye...

      Se preguntó, ¿Destino...? ¿Él se consideraba cobarde? ¿...Quizás?

      Al examinarse, la realidad lo expuso ante la nada.

      ¿Qué sabia él de la vida? Nada

      El desarrollo del orden de la subsistencia humana, no se justifica ni se mide por la extensión de las etapas madurativas...

      No se adquieren los mismos hábitos en la niñez, ni en la adolescencia...ni tampoco los serán los de la vejez.

      Ésas etapas previas, son las que influyen en nuestras costumbres, teniendo en cuenta que es en el propio existir, cuando la suma de errores da el resultado de las experiencias.

      ...

      Herminio deambulaba por la zona sin poder ocultar el desánimo que le embargaba

      En la esquina de la calle Brasil frente a la estación estaba emplazado un puesto de venta de diarios y revistas, él pasó junto al lugar, en el preciso momento, en el que, desde una camioneta descargaban los diarios de la mañana.

      El kiosquero le dijo: (como si se anticipara a un pedido de ayuda) le echó una mirada y le sugirió...

      —te pago el desayuno si me podes ayudar a compaginar las secciones y ordenar los estantes–

      Ya era medio día cuando terminó las tareas, por la cual compartió con el diariero su primer alimento.

      Agradeció la ayuda, el quiosquero le volvió a mirar, esta vez detenidamente. Le había gustado su aptitud y dedicación.

      Entonces le invitó que siguiera ayudando.

      Al final del día le ofreció compartir su comida, un sándwich y una bebida.

      Es así que con ese favor, ese buen hombre le contuvo y aconsejó durante por muchos días. –¿Por qué? – No supo un por qué, solo DIOS sabía. ¿Destino, Premonición, Causalidades (Bisagras).

       “tal es la condición del ser, que el padecimiento interior es su sentimiento más hiriente”.

       “Toda actividad humana está motivada por el deseo o el impulso”. De allí la necesidad de que sepamos a donde vamos, para poder saber el camino que hemos de seguir.”

       “El mundo es muy pequeño cuando no se tiene donde ir”....

      Ayer, a los casi dieciocho años, sentado en esa

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