Capítulo Noventa. Herminio Milovich

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Capítulo Noventa - Herminio Milovich

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      Donde duermen los héroes,

      Que ya sin sueños, con el alma desterrada

      Saben más de la muerte que de la vida.

      Con los años aprendí que la búsqueda del destino no tiene que ser forzosamente material.

      Que es fundamental que la meta, fuera de la convertirme en un hombre de profundas convicciones Honesto y responsable. Ser respetado y reconocido como tal. Al reconocer mis culpas anteriores, aprendí odiar las mentiras

       “Quien no reconoce su pasado no puede orientar su futuro, que la experiencia es la suma de errores”.

      Sí hoy me preguntaran... ¿Cuál es el secreto del éxito ¿... diría que es el sacrificio, pero con los años te das cuenta también, que se trata disfrutar las deberes cotidianos.

      Si sueñas dale alas a tus sueños

       “Para triunfar es necesario que el esfuerzo sea vivido con pasión”.

      Tomar conocimiento de las obligaciones y cumplirlas más allá de los derechos.

      Que la conquista del hombre no se mide por lo que tienes, sino por quien quiere compartirlo. Que toda relación necesita la suficiente energía que nos lleve más allá de lo cotidiano. Qué nuestros peores tiempos nos definen cuando aceptamos los riegos y luchamos con perseverancia.

      Con pan, trabajo y cama asegurada”,...

      Pensé en mis padres

      “Ellos soñaban que su hijo mayor, fuera universitario, para convertirse en el primer profesional de la familia... Todos le imaginaban entonces, abogado o ingeniero.

      Con los años y muchas experiencias me hicieron “Profesional en Ventas”

      En cierta medida cumplí sus deseos.”

      *****

      Ya en la pensión, en el cuaderno que había llevado, empecé a escribir pensamientos dolidos, salidos desde esa desafiada soledad. No recuerdo lo escrito, los he perdido, también la pequeña maleta.

      Me pregunto: ¿Qué habría sido mi vida, si hubiera reflexionado sobre el abandono de mi hogar.

      Cómo era de esperar, pagué por ellas. Por aquellas horas desperdiciadas,

      Por Las negaciones de los tiempos idos, en la ahora lejana barranca.

      En el año mil novecientos cuarenta y ocho, regresé a Rosario para tramitar mi libreta de enrolamiento.

      Llegué a la que fuera mi casa, la de mis padres, caminé por ese pasaje Irigoyen (como llamaban a mi cortada, de calle muy angosta, sin pavimento y de estrechas veredas desparejas).

      Mamá, esperaba en la puerta con los brazos abiertos, lágrimas y sus besos me llenaron de caricias..

      Con los tiempos me fue posible empezar a sentirme perdonado.

      Mis padres me abrazaron con la grandeza de los que aman.

      Recorrí mi barrio, con el Cholo, mi leal amigo de la primera juventud, nos reencontramos en El Cairo, tomamos un café y entre cubiletes y dados, surgieron preguntas y repuestas.

      Con respecto a Luisa, la de los primeros besos adolescentes, borrón y hasta nunca. Hace años en un llamado me respondió “yo a usted no lo conozco”– y corto el teléfono. Estoy seguro que jamás perdonó mi abandono. Cholo estaba casado con Margarita.

      Años después encontré a Julia mi verdadero y único amor, quien me acompaña hace más de sesenta cuatro años.

      *****

      EL AÑO BISIESTO

      ...Las primaveras siguieron sumando frecuentes idas y venidas a Rosario

      Hasta que, en una despedida, para él nunca más.

      Mamá, con los manos en alto saludó su adiós.

      No sabía en ese momento, que sería el de la última vez, en que la vería con vida.

      A lo lejos escuché su promesa.

      —“Negrito cuando vengas te regalaré una camisa” –

      La oí, giré, la vi con sus brazos en alto con un pañuelo en su mano... ..después caminé sin volverme.

      Esas fueron sus últimas palabras que escuche en vida de mi madre.

      Sonido e imagen que todavía repiquetean en mis recuerdos.

      Debí desandar mis pasos, volverme una vez más, hacia ella, Me hiere no haber regresado en busca de aquel abrazo.

      Me sigue doliendo su ausencia.

      *****

      El día primero de marzo del mil novecientos setenta y dos, la volví a ver, “muerta”.

      Yacía en la morgue de Rosario, con las ropas sucias, arrimada al costado, lastimada, sucia, tirada sobre el suelo.

      Enfrente en una pequeña camilla, mi querida hermanita Ana María y su pequeña Miriam, estaban abrazadas. Sus ropas flaneaban por el viento frio de un ventilador.

      Parecían dormir en paz su sueño final.

      Fallecieron a consecuencia de un choque de autos en la ruta ocho.

      Un sol deslumbrante de un atardecer les cerró los ojos.

      El primero de marzo de un año bisiesto, año de mi dolor.

      Cinco cajones velaban sus restos en las dos habitaciones de la que fue mi casa paterna. Por eso no me gustan los años bisiestos. Fueron cinco lo que transitaron juntos. Milagrosamente se salieron ilesos mi yerno Daniel Saliva y mi sobrinito Daniel Herminio Saliva.

      Ya a los noventa las sufro, las pienso y les amo aún más.

      *****

      A PACA. MI MAMÁ

      Hoy me siento herido por dentro.

      Madre, Me lastima tu ausencia.

      Tengo palabras guardadas en la mudez de mis silencios

      Y la garganta sellada por un corazón sufriente,

      Mi ancianidad de peregrino.

      Te ha sobrevivido y no te olvida.

      Te fuiste atropellada, cegada por el sol de un funesto atardecer.

      El ultimo día de febrero de un siniestro año bisiesto.

      Te debo mi último beso, de cuando estabas viva.

      Todavía tengo los labios fríos, del último, que te di estando muerta.

      Estas

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