Capítulo Noventa. Herminio Milovich

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Capítulo Noventa - Herminio Milovich

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deseo hay un camino, el que él se arrogó, le había retenido alli enjaulado en una falsa libertad.

      Ahora aprenderá que el destino no hace visitas a domicilio, sino que hay que ir por él.

      Un día, se dará cuenta que las puertas de la vida están abiertas para todos. Desde ahora saldará sus deudas, sabe que el tren de la adolescencia se le ha ido.

      Los recuerdos se superponen, se acercan de espalda. Inquietan.

      Se modifican, cuando una puerta se cierra, otra se abre; pero hay veces que quedamos tanto tiempo mirando a una, que no nos deja ver a las demás.

      El hombre se programa y la vida responde en desigual manera.

      Antes adolescente, hoy nonagenario, Herminio se pregunta sin comprender si hizo lo correcto, analizando su proceder consciente–inconsciente, trató de meditar las consecuencias que le llevaron a esta vida.

      Ahora tiene su propia versión del optimismo, Si no puedes cruzar una puerta, cruzará otra y otras, y en cada una surgirán distintas oportunidades.

      Algo maravilloso vendrá, no importa lo oscuro que esté el presente entre realidades y sueños.

      ¿Qué influyó para que a los diecisiete años tomara una valija, una muda de ropas y con un poco de dinero ahorrado, de sus labores durante las vacaciones escolares, trepara desde su hogar, al tranvía, que lo llevaría a la estación ferroviaria Rosario Norte? Y desde allí un tren a Buenos Aires.

      Nada del pasado está irremediablemente perdido.

      Con el tiempo, dejarán heridas, cuyas cicatrices serán señaladas como enseñanzas durante toda una vida

      Herminio en el potencial de su existencia, todavía ignoraba, que el sentido de la vida cambia continuamente.

      Pensó; ¿Debería consentirse seguir en este obstinación sin rumbo?

      ¿Se sentiría más libre en este sometimiento virtual?.. Decidido, afirmó que no daría el brazo a torcer, que debería empezar desde lejos, para lograr nuevas oportunidades.

      Al oscurecer se había convertido en un “cabecita negra”, uno entre los tantos, que llegábamos a la Capital, en el gobierno del General Perón.

      Confrontado de frente a la desdicha, mirando la miseria de aquellos cuerpos tumbados en los bancos de la plaza. Algunos ya rendidos por el desaliento, otros sucios y otros tantos, tan hambrientos, (los he visto) revisaban los desperdicios comestibles; y comían sobrantes, desechados en el cesto de la basura.

       “No toda distancia es ausencia, no todo silencio es olvido. El hombre se adentra en la multitud para ahogar su propio silencio”.

      Desde ese día Herminio se entregó a la gran ciudad, su destino estaba señalado en Buenos Ares. Donde todos somos análogos, como pequeñas plumas desprendidas de la bandada, o tal la inquieta hormiga desorientada de su hormiguero.

      Una de las diferencias es que el hombre posee la capacidad de pensar y de reflexionar para transmitir el bien o el mal, lo justo o lo injusto. Su conciencia les advertirá, estará en nosotros la opción del libre albedrío.

      Cada uno de nosotros tiene un propósito en la vida, expresado en sueños y proyectos personales.

      Incontables veces al no poder alcanzarlos hace que muchas personas sigan el camino de la frustración y del desengaño.

      Los hay que de tanto mirar el abismo, se sueltan y terminan siendo parte del vacío.

      Una fuerza interior de desprendió de Herminio, como salida de las cenizas. Ahora su ave fénix agitará esperanzas.

      *****

      Una palabra de tono amistoso alteró mis pensamientos y al levantar la vista, encontré un rostro gastado y de limpia mirada.

      El muchacho que se aproximó, era casi de su misma edad.

      Y era él que, el día anterior le observara desde otro banco.

      *****

      ¡ Hola !

      —¿desayunaste, se te terminó la morcilla? –

      —si– murmuré al contestar.

      —¿Trabajas? –

      —no recién llegué ayer–.respondí

      Así... comenzó mi primera charla con un desconocido, que por algo inspiraba confianza.

      —¿desayunaste? –

      —No –le confesé–

      A todo esto, ya estaba sentado a mi lado y siguió indagando, hasta allí fueron una sucesión de preguntas y repuestas agónicas.

      dijo–, si quieres te presento al tipo de un kiosco, que a la mañana me paga un café cuando le ayudo ordenar los diarios, seguro que si le solicito podrás desayunar conmigo y si le inspiras confianza quizá a la tarde él te deje a que me ayudes a vocear los diarios. –

      Se refería a otro puesto. (Ajeno al que ya me había ayudado).

      Lo hablado estuvo dando vueltas en mi cabeza, el aislamiento es mala compañía.

      Acepté...Esa noche quizás cenaría algo más que un sándwich, la hambruna la saciaría en la pizzería

      La soledad, el recelo por las horas a pasar y por el deseo de ingerir algo más que agua del bebedero, en un confiado impulso le dije... –si bueno–

      Esa mañana fui observado por el nuevo kiosquero(Al atardecer seguiría con el otro), voceando en la escalera de la estación vendí diarios, cobrando por ello un sándwich de milanesa.

      ¿Fue predicción del futuro... Ser vendedor?

      También pude ahorrar “con conocimiento del ocasional patrón” algunas monedas, por propinas “mendigadas” en los vueltos.

      Entre otras cosas por tres días consecutivos fui mendigo y canillita; como leerán más adelante; linyera y muchos años después sería presidiario.

      Por las mañanas voceaba el Clarín y Crónica y la tarde– noche el vespertino La Razón.

      Raúl, mi ocasional amigo paraba en Constitución, esperando conseguir una labor permanente, la que fuera. Este santiagueño no se daría por vencido.

      Durante cuatro noches, animado por mi nueva amistad, pernotamos como ocupas linyeras, en trenes de pasajeros detenidos en la estación Constitución.

      Con otros desconocidos, dormíamos tendido sobre asientos de ¡primera clase!, en vagones, que estaban detenidos a un costado de los andenes.

      Temprano, a primera hora de la mañana, teníamos que abandonar el nocturno refugio y volver a cruzar las vías, para escapar de la vigilancia ferroviaria.

      Acompañado por Raúl, asistíamos a un baño público de calle Caseros.

      Uno más

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