Argentina 14/25: solo en unión se puede construir. Christian Diego Oets

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por parte de los muchachos, respondía a la crueldad con que había ejercido su mando durante aquellos años de terror y a la apertura de cárceles que realizó cuando le faltaron tropas para actuar. Ya establecido como un alto funcionario del régimen, estaba orgulloso de lo logrado. Había logrado adaptarse, con relativo bajo costo, a las nuevas reglas. Conservar el antiguo departamento de Alvear y Montevideo. Mantener unida a su familia y un puesto que le aseguraba una cierta tranquilidad. Del campo y el haras de la familia paterna, ya nada quedaba, pero no había familia patricia que lo hubiera logrado conservar. Es cierto que en casa ya nada era igual. La alegría que solía reinar había sido reemplazada por una angustia permanente. Un eterno quejarse de lo perdido que, a su criterio, no les permitían ver todo lo que tenían; especialmente comparado con otros que habían perdido hasta la familia. Sus hijos, siendo hijos de un alto funcionario del régimen, lograron evitar ser secuestrados y eran educados en casa. Después de todo así se educaron “los tatas”, se justificaba cuando se mencionaba el tema. De todo su sadismo, nada se sabía en casa. “Sus funciones son solo administrativas”, decía su mujer para excusarse.

      Técnicamente, las funciones del Tío eran una especie de agregaduría comercial, solo que comercializaba con seres humanos. De él dependían la autorización para salir del país, las relaciones con comerciantes de blancas y el turismo alternativo que tanto éxito tenía últimamente.

      En aquella mañana de diciembre, mientras en el hospital del Che Guari consolidaba la “toma” del edificio, el Tío llegaba a su despacho. Como siempre, comenzó por revisar las solicitudes de salida. Ya casi no las había, pero igualmente obsesivo como era, no podía cortar con su rutina. Solo tenía tres pedidos. Dos fueron rápidamente enviados a carpeta de rechazados, pero el tercero lo sorprendió. Luego de los filtros habituales, en el cuadro de comentarios aparecía: “Flaco, soy yo, Rafa” y un teléfono. Inmediatamente, vinieron a su memoria recuerdos de partidos, en particular, uno en el cual Rafa viéndolo en el piso se tiró a cubrirlo para protegerlo. Nada raro en aquella época, uno en la cancha daba todo por su amigo. Ahora, el recuerdo logró perturbarlo. Como si le debiera algo, pensó. Su primera reacción fue defenderse, pero Rafa... ¡era casi un hermano! Hace tiempo que no sabía nada de él ni del resto del equipo. No pudo evitar perderse en sus recuerdos. Los años de jugar en la división de infantiles, con su viejo entrenándolo y de ese grupo de amigos que, desde entonces, habían sido inseparables. Que irían creciendo juntos en un continuo de colegio, rugby, veranos, padres y mayores, que los formaron a base de sacrificio, amor y lealtad por un deporte “formador de hombres”. Unos valores que ya había olvidado, pero que Rafa despertaba nuevamente. Se recordó a sí mismo en aquellas tardes memorables en el viejo casco de Manuel J. Cobo cuando a lomo de caballo, cual sable, blandían sus tacos en busca de la preciada bocha. O cuando, en zungas de “amorosos colores”, vendían los productos de su amigo. Lo recordó muerto cuando obstinado se negó a prestar su prestigioso apellido a la causa del régimen. Recuerdos dolorosos que despertaron su bronca y quiso olvidar. Anotó el teléfono y siguió con su agenda, ya vería qué hacer...

      El ministerio estaba particularmente agitado, en aquella mañana. Los oficiales corrían de un despacho a otro y la desesperación se percibía en sus rostros. Aparentemente habían tomado el sanatorio Del Che, casi toda una villa se había instalado en él. Lo peor es que todavía seguía saliendo al aire el spot de la Señora, inaugurándolo como la obra suprema del régimen en materia sanitaria. Un fiasco que nunca se iba a usar, pero que solo ellos lo sabían. El Tío caminaba por los pasillos todavía sumergido en sus recuerdos...

      —¡Señor ministro! —lo interceptó un funcionario con cara de asustado. —¡Lo están buscando por todos lados!

      —¿Qué está pasando? —preguntó con indiferencia.

      —¡Venga! Lo necesitan en Crisis. En el camino, el funcionario asustado, lo puso en autos. —¿Cómo no pasó antes? —pensó para adentro—. ¡Tantas escuelas, jardines y hospitales falsos no podían mantenerse en secreto! —Parece que se están despertando —concluyó en sus pensamientos con una mezcla de asco y temor.

      En la sala de Crisis se proyectaban las imágenes, exclusivas para el ministerio, del edificio tomado. Barricadas con gomas ardiendo, gente gritando desde las ventanas destrozadas, carteles de “el gobierno miente”, las eternas listas de los nombres de los niños robados, gente ingresando con carros, colchones y bártulos de todo tipo. Se veía cierta organización, gente armada, grupos dirigiendo y otros obedeciendo. Claramente estaban organizados y la idea era instalarse. Definitivamente no se veía esto desde las luchas iniciales del régimen.

      —¡Tío! ¡La Señora está que arde! No quiere esto en su paraíso...

      —Señor ministro, parece feo... —respondió irónicamente el Tío.

      —Hemos establecido un cordón de protección de tres cuadras a la redonda, pero llegamos un poco tarde. Estimamos que se deben haber instalado unas cien familias... —precisó el ministro de Asuntos Interiores—. Voy a dar la orden de desalojar...

      —Va a ser sangriento —comentó el Tío, como si hablara de una película—. Se ve que se van a defender... Señor ministro, no se apure —recomendó, mientras meditaba.

      —¿Se te ocurre algo? —preguntó el ministro.

      —Podría ser...Tengo un pedido de “Turismo alternativo” que podría cuadrar... —Hizo silencio más para aumentar el dramatismo que desfiguraba la cara de su interlocutor que para pensar.

      —¡Sigue, hombre, por favor!

      —Hay un grupo que quiere jugar a SWAT, son unos gringos, diez o doce gringos que buscan adrenalina... Podríamos armarles un paquete por unos buenos millones... Misión: “ingresar y destruir”, que pongan bombas y los hagan desaparecer con familias y todo... Luego lo mostramos como un sabotaje al régimen...

      El ministro de Asuntos Interiores lo miraba incrédulo, no solo había resuelto el “temita”, sino que había logrado generar fondos para la causa. ¡Un genio!

      El Tío se retiró prometiendo mandarle los detalles en breve. Mientras tanto, recomendó, que simplemente se mantuviera el cordón de seguridad y nada de información a la televisión... Más tarde, en su despacho, el Tío redactó rápidamente el protocolo de “Turismo Alternativo N.º 402”, definiendo los permisos, costos y demás datos burocráticos. Cuando estuvo listo llamó a su secretario a los gritos.

      —¡Ciento veinticinco! ¡Llamó por el intercom, venga para acá!

      “Ciento veinticinco” era una de las primeras generaciones de egresados de los chicos robados. Había ingresado hacía un par de meses a cumplir las funciones para las que el gobierno meticulosamente lo había programado. Era un genio bastante instruido, que siempre se mostraba como un amante acérrimo del régimen y un ejecutor infalible de sus órdenes. Era una garantía de seguridad, que prometía mil años de gloria, si todos salían como él. Le explicó la situación, le entregó el protocolo y terminó ordenándole que él mismo se encargara de todo y que lo liquidara en el día.

      Terminado este tema, se volvió a concentrar en Rafa. ¿Qué hacía con él? “¿Lo llamo?”, dudó, acosado por sus recuerdos. Se enojó, por sentirse débil, vulnerable. Finalmente, calificó al expediente de “Peligroso, a LIQUIDAR” y lo derivó al despacho correspondiente.

      Ritualmente, llegó a su departamento a las 20.00. Verificó la mesa para ver que todo estuviera en orden. Los cuchillos a la derecha, los tenedores a la izquierda, la copa de agua, la de vino. El Tío era, después de todo, de una familia patricia y había sido educado con las formalidades que su doble apellido merecía. Había crecido en cuna de oro y ciertas costumbres eran muy difíciles

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