Portugueses y españoles. Federico J. González Tejera

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Portugueses y españoles - Federico J. González Tejera страница 7

Portugueses y españoles - Federico J. González Tejera Minerva

Скачать книгу

influencia en los temas portugueses, sino sobre los propios asuntos castellanos. Lo que es más, parece ser que tanto los burgueses como los comerciantes portugueses se beneficiaron de hecho de un mercado mayor, de un «país» más grande, y de una flota mercante más numerosa. Parece ser que incluso Felipe tuvo la tentación de hacer de Lisboa su residencia definitiva, tras vivir en ella casi dos años, pero la lejanía de los intereses europeos le hizo desistir.

      Solo fue el pueblo el que quizás tuvo una actitud más escéptica, ya que tenía miedo de que el gobierno castellano se tradujese en mayores impuestos y mayores levas de tropas, a las que los castellanos estaban acostumbrados. Aun así, la verdad es que, como dice Saraiva, parece ser que el «sentimiento antihispano» no pasaba de ser una mera actitud literaria.

      Con la muerte de Felipe II, en 1598, se inicia sin duda el declive en la relación. Felipe III de España y II de Portugal no estuvo a la altura, ni de lejos, de su predecesor. Como botón de muestra se puede mencionar el hecho de que visitó Portugal por primera vez al final de su reinado. ¡En 1619! Al mismo tiempo, no tuvo el tacto de su predecesor en el nombramiento de responsables para la gestión de Portugal y comenzó a nombrar a españoles para llevar sus asuntos. Pero no se conformó con ello. También incrementó los impuestos y las levas de soldados considerablemente, algo que como hemos mencionado era de máximo rechazo por parte del pueblo llano portugués. La intención del rey era construir un ejército «nacional» de ayuda mutua, al que debían contribuir todos los miembros de la Corona, desde Cataluña hasta Portugal, pero la medida no fue bien aceptada.

      Con estas tres «inteligentes» medidas, no resulta difícil de entender que la propia nobleza que un día había apoyado la unión, comenzase a estar recelosa del gobierno «compartido». Al mismo tiempo, la situación económica castellana empeora. La plata de América deja de llegar con la abundancia del pasado, y lo que llega apenas da para pagar las crecientes deudas que se acumulan tras las continuas campañas militares que se llevan a cabo en Europa y en algunas partes de la península. Para agravar un poco más la situación, se expulsa a los moriscos de España en 1605, y con ellos desaparecen prácticamente la totalidad de los artesanos y los ingresos que aportaban a la economía nacional.

      Hay un dicho en España que dice que «los negocios familiares no sobreviven de la tercera generación, que gasta lo obtenido por la primera y lo administrado por la segunda». Hay otro que dice que «no hay mal que cien años dure». Ambos, a mi modo de ver, vienen muy bien al caso. Nuestro amigo Felipe IV de España (y III de Portugal) parece que quiso hacer honor a ambos dichos en su relación con Portugal. Nombrado rey en el año 1621, entró en plena crisis de la hacienda española. Aumentó la frecuencia y las cuantías tanto de soldados como de impuestos que se pedían de Portugal, para luchar contra la insurrección catalana y otras preocupaciones europeas.

      El pueblo portugués se reveló en 1629, 1634 y de nuevo en 1637, pero las cosas no pasaron de «una revuelta». Ahora bien, desde 1637 y hasta el año 1640, el debilitamiento de la corona castellana se hace exponencial. ¡Qué sorpresa! No se puede estar en guerra con todo el mundo. En este período, Castilla está en guerra tanto con la región catalana como con la propia Francia. Y es el propio cardenal Richelieu el que parece que maniobra para impulsar la revuelta en Portugal (nosotros los españoles siempre echando la culpa a los franceses de todo…).

      En un momento de falta de popularidad tanto del gobernador como de su secretario de Estado, el 1 de diciembre de 1640 se inicia una rebelión que, con el apoyo de los ingleses, en apenas quince días proclama al duque de Braganza como Joao IV. Con el tratado de Lisboa, España reconocía de nuevo la independencia de Portugal. Aun así, España intentó, sin éxito de nuevo, la entrada en Portugal en el año 1663 y en el año 1665. La última batalla registrada oficialmente es la de Montes Claros. El reconocimiento final de la independencia se firma en 1668.

      Es por tanto a finales del XVII cuando la corona española se hace a la idea de que aquella aventura de intentar invadir Portugal no se podía conseguir. De hecho, Portugal fue el único reino de la Península Ibérica que no se integra en la monarquía hispánica. He intentado buscar teorías que explicaran el por qué de esta «exclusividad», pero son muchos los autores que reconocen que aún hoy es difícil descodificar la hilera de acontecimientos y voluntades que justifican esa independencia.

      El hecho de que España geográficamente estuviese siempre en el camino de Portugal hacia Europa (como decía Eça de Queiroz: «España es lo que hay que atravesar para llegar a Europa») forzará a Portugal a optar por una vocación decididamente atlántica y a vivir de espaldas al resto de la península, y con ello, a gran parte de Europa.

      El siglo XVIII tiene paralelismos significativos entre los dos países. La corriente ilustrada representada en España por Floridablanca tuvo su representante en Portugal en la figura del marqués de Pombal, que llevará a cabo, en pura línea del despotismo ilustrado, reformas liberalizadoras tanto en el país como en las colonias. Es la época del conde de Aranda como embajador de España en Lisboa.

      El último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del XIX estuvieron marcados, tanto en Portugal como en España, por la inestabilidad. Esta inestabilidad, en ambos casos, fue tanto interior, con continuas tensiones entre liberales y conservadores, como exterior. Los paralelismos durante esta época son significativos, aunque es cierto que Portugal toma la delantera en muchos de los acontecimientos. Este adelanto según algunos autores se debe probablemente a que «la homogeneidad lingüística y la realidad unitaria portuguesa han permitido a Portugal encontrar soluciones más rápidamente que al vecino para enfrentarse a los desafíos de la época contemporánea».

      La relación entre ambos países durante estos años es casi inexistente. Los problemas internos en ambos países son tales que ambos se concentran en ellos mismos. Pero debemos reconocer que durante esta época ya no existe la más mínima intención por parte española de invadir Portugal. A pesar de esta afirmación, en 1807 el ejército francés invade Portugal apoyado por el ejército español, si bien es verdad que en aquel momento la monarquía española no es más que un títere en manos de Francia. (Otra vez los franceses. Ven cómo, aunque no se quiera nombrarles como responsables de los males de España, para un español es casi imposible no hacerlo…) No obstante, no tardan ambos ejércitos en salir del país gracias al apoyo que de nuevo el aliado inglés brinda a los portugueses. Durante los años siguientes, y debido al movimiento de liberalización de las colonias, ambos países van perdiendo las mismas de forma gradual, siendo en el caso de Portugal significativa la pérdida de Brasil en 1822.

      El resto del XIX es en ambos países un baile de alternancias entre revoluciones liberales y contrarrevoluciones conservadoras. En el interior, Portugal sufre una guerra civil entre los hermanos Pedro IV y Miguel. Durante este siglo siguió la influencia de los ingleses en Portugal, y estos aprovechan un momento de debilidad a finales de siglo, para pedir una compensación a su ayuda continuada. Es el famoso «ultimátum de 1890», en el que Inglaterra exige la soberanía de diversas colonias africanas, que finalmente consiguió. Esto iniciaría un descontento popular en Portugal hacia la monarquía que desembocaría en la proclamación de la República en 1910.

      Durante en el siglo XX ambos países siguen una evolución institucionalmente paralela, con adelanto por parte de Portugal en algunas ocasiones y de parte española en otras. En el caso portugués la primera República aparece en 1910 cuando el rey Manuel abdica. En España esto se produce un poco antes, en 1873 con la primera República y luego en 1931 con la segunda. El período de golpes militares también lo inicia España con el golpe de Primo de Rivera en 1923. Portugal sigue con

Скачать книгу