Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana). Nicholas Eames
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—Alteza, ¿qué deberíamos...? ¿Alteza?
El rey estaba encorvado y se agarraba la panza, como si acabaran de atacarlo. Clay oyó un bufido, y luego Matrick echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír a carcajadas. El matón de Kallorek gruñó como un perro amenazado. Los nudillos de la mano con la que sostenía la maza se pusieron muy blancos.
Era la única señal que necesitaba Clay. Con un solo movimiento, se quitó Corazón Oscuro del hombro y lo sujetó con fuerza. Avanzó hacia la mole, quien ya había levantado la pesada maza de metal y se dirigía hacia Gabriel, que aún intentaba reincorporarse. La maza estalló contra el escudo con un retumbar sordo antes de desviarse. La fuerza sacudió los antebrazos de Clay, que sintió latigazos de dolor que se le extendieron hasta los hombros. Había pasado meses sin meterse en una pelea de ningún tipo y años desde que se había enfrentado a algo que tuviera alguna posibilidad de matarlo.
“Más te vale que te sacudas el polvo rápido, Mano Lenta”, pensó. Vio que la maza volvía a elevarse y, en esta ocasión, detuvo el golpe con antelación y consiguió desviarla bien. El siguiente paso era darle un puñetazo al tipo, pero mientras pensaba en hacerlo recibió una patada en mitad del pecho. Trastabilló hacia atrás y se dio un buen golpe contra uno de los gruesos postes de la cama.
Los guardias del rey no se habían movido, porque no tenían muy claro a quién tenían que atacar —un dilema con el que Clay también podía llegar a identificarse. La mole se había recuperado y empezaba a levantar la maza, como un leñador que se prepara para volver a golpear un tronco. No tuvo tiempo de buscar algo le sirviera de arma —como un candelabro o un libro grueso—, y tampoco podía apartarse porque habría dejado a Gabriel demasiado expuesto, por lo que decidió abalanzarse sobre su enemigo.
El golpe de la maza vino por la izquierda. Clay se colocó Corazón Oscuro en el hombro y se inclinó hacia ese lado para que el golpe no lo tirase al suelo. Luego esquivó un torpe revés y se lanzó al aire para golpear el rostro de su oponente con la cara retorcida de madera que había en su escudo. La mole dio un paso atrás, y luego otro. Clay aprovechó la ventaja para presionar y le dio un puntapié, lo que obligó a su enemigo a volver a entrar por el espejo, que se hundió como una piedra que cae al agua. Después, Clay volteó hacia la cama.
—Moog, ¿qué puedo hacer para que no vuelva a entrar?
El mago extendió los brazos:
—¿Y si pruebas meter la cabeza y pedírselo por favor?
—Moog... —Clay sintió que empezaba a acabársele la paciencia. Su hija de nueve años era más fácil de tratar que este hechicero anciano y senil.
Por suerte, Gabriel era más listo que ambos. Dio un paso al frente y colocó el espejo boca abajo en el suelo.
—Gracias —dijo Clay.
Gabriel le dedicó una sonrisa con los labios apretados y apartó la mirada al instante.
El torrente de alegría que había emanado de Matrick terminó por convertirse en poco más que un goteo. Soltó una risilla nerviosa, mientras se colocaba junto a los guardias y les daba unos golpecitos en la espalda para que envainaran las espadas.
—Por los dioses de Grandual, ¿qué hacen aquí? —Se acercó a ellos con cautela, como si fuesen un trío de ciervos a los que hubiera encontrado bebiendo de un estanque en el bosque y cualquier movimiento brusco fuera a espantarlos.
Clay se apartó el pelo de la frente sudorosa. El enfrentamiento había sido breve, pero lo había dejado agotado.
—Es complicado —respondió.
Moog se sentó en la cama y colocó las manos sobre las rodillas:
—La hija de Gabe está atrapada en Castia. Vamos a ir a rescatarla y nos gustaría que nos acompañaras.
—Es un buen resumen —dijo Clay, encogiéndose de hombros.
Matrick se puso pálido.
—¿Castia? ¿Qué hacía Rosa en Castia?
—Bueno, eso ya es más difícil de explicar... —empezó a decir Clay.
—Está en una banda —respondió Gabriel. Había comenzado a retorcerse las manos otra vez, como un indigente frente a las puertas de una capilla—. Marchó hacia allí cuando la República pidió ayuda para combatir a la Horda.
—Bien, sí —convino Clay—. Se podía resumir así sin problema.
—¡Estamos reuniendo a la banda! —exclamó Moog—. ¡Piénsalo, Matty! ¡Como en los viejos tiempos! ¡Los cinco reunidos y de camino al Corazón de la Tierra Salvaje!
Matrick gruñó y se frotó los ojos con la palma de las manos. A pesar de todos los años que había pasado rodeado de lujos, el tiempo no había sido benévolo con el rey de Agria. Su pelo negro tenía mechones blancos y empezaba a ralear, y las canas de su bigote adornaban un rostro rechoncho. Parecía cansado, pero Clay supuso que se debía a que se encontraba dormido cuando cuatro hombres aparecieron de repente en su dormitorio a través de un espejo mágico y comenzaron a golpearse con escudos, mazas y unas erecciones absurdamente incoherentes.
—¿Matty? ¿Qué te parece el plan, amigo? —Moog parecía muy desconcertado por la falta de entusiasmo del rey.
—No... no puedo hacerlo, Moog. No puedo. Lo siento.
El mago parecía completamente abatido. Clay pensó que Matrick era el único de los antiguos integrantes de Saga que había demostrado algo de sentido común, pero luego empezó a sentir una fría punzada que se extendía por sus entrañas: decepción.
Se dio cuenta de que esperaba que Matrick dijera que sí. Una parte de él había creído (sin tener mucha razón para afirmarlo) que si Gabriel lo había convencido a él para acompañarlo en aquella misión suicida a Castia, entre los dos sin duda podían convencer al resto de la banda. Tenía sus dudas sobre Ganelon, claro, pero no sobre Matrick, que quería a Gabe como a un hermano y en el pasado había sido el más audaz de todos.
El rey se dirigió a Gabriel:
—Lo siento mucho, Gabe, pero estoy ocupadísimo. Tengo que preocuparme de Lilith y de los niños, ya sabes. Eso sin tener en cuenta el reino que tengo que gobernar, una guerra en la frontera que parece inevitable y un maldito concilio que tendrá lugar mañana. Si no fuera así...
—¿El Concilio de los Reinos es mañana? —preguntó Gabe, que de pronto se había puesto alerta.
Matrick se pasó la mano por el pelo ralo.
—Sí, mañana. En Lindmoor. Y ese desgraciado de Obolon Han estará presente. Estuvimos a punto de llegar a las manos la última vez que nos vimos, y las tensiones con Cartea no han dejado de aumentar desde entonces. Miren, ese “Duque de los Confines” ha elegido un momento terrible para... para lo que sea que pretenda con este maldito concilio.
Gabriel lo escuchaba sin dejar de mordisquearse un nudillo con inquietud y con la mirada perdida. Cuando el rey terminó de hablar, preguntó:
—¿Podemos ir? Me gustaría ver a ese duque con mis propios ojos.