Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana). Nicholas Eames

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Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana) - Nicholas Eames La banda

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a Lilith, eso sí.

      En ese momento entró en la habitación la reina de Agria, como un espíritu malévolo que hubiese acudido al oír su nombre. Solo llevaba puesto un camisón y, aunque había envejecido varios años y dado a luz a muchos hijos desde la última vez que Clay la había visto, nada había sido capaz de arrebatarle su imponente (y severa) belleza. Ni siquiera el hecho de que la situación con la que acababa de encontrarse estaba muy lejos de parecerle agradable. La seguía un hombre muy musculoso que, por alguna extraña razón, no llevaba camisa, aunque sí traía consigo un gesto protector en el rostro y una espada muy grande en la mano.

      —En el nombre de Vail, ¿qué pasa aquí? —exclamó Lilith.

      —¡Lilith! —Matrick dio un paso hacia su esposa, pero se detuvo cuando el guardia sin camisa se interpuso entre ellos—. Había un asesino, pero los chicos... Recuerdas a los chicos, ¿no?

      Dedicó una mirada fría a los tres hombres que habían arriesgado sus vidas para rescatarla hacía ya unos veinticinco años.

      —¿Qué hacen aquí?

      El rey se retorció las manos de la misma manera que Gabe lo había hecho hacía unos instantes.

      —Bueno, pues lo cierto es que llegaron a través de ese espejo de ahí. —Su voz era una mezcla de súplica y calma. Clay se imaginó que era el mismo que usaría un perro parlante para explicarle a su amo por qué había cagado en la alfombra.

      —No te pregunté cómo han llegado, cariño —dijo Lilith, con voz dulce como la miel envenenada—. Te pregunté qué hacen aquí.

      —Claro, sí. Bueno, han pasado porque están de camino a Castia.

      —¿Castia? —articuló la palabra como si le diera asco—. ¿Por qué?

      —Pues... porque... —El rey miró a Clay con nerviosismo.

      —Es complicado —respondió Clay.

      ***

      En el bar de Coverdale había un plato llamado Desayuno del Rey. Consistía en unos huevos semicrudos pegados al fondo de una sartén de hierro fundido, aderezados con mucha pimienta negra y una salsa roja y espesa que Shep llamaba sangre de tomate. Lo servían con una hogaza de pan bien tostada y, si uno tenía suerte, unas pocas rodajas de pera más estropeadas que el ego de un bardo mediocre.

      No les sorprendió nada comprobar que el verdadero desayuno de un rey quedaba muy lejos de lo que creía Shep. Entre los platos más destacados que había en la mesa de Matrick a la mañana siguiente figuraban varias columnas tambaleantes de esponjosos y doraditos hot cakes empapados de diversos jarabes, unas hogazas humeantes de un pan que hacía la boca agua, todo acompañado de unos platos de porcelana fina llenos de mantequilla con sal, unas tostadas perfectas servidas con todo tipo de mermeladas: de arándanos, fresas, frambuesas, moras, albaricoques, uvas, higos y algo más, que Moog no era capaz de pronunciar sin que le asomase una risita entre los labios. También había trozos de panceta, salchichas jugosas y huevos tan grandes y frescos que Clay creía haber oído a las gallinas que acababan de ponerlos detrás de la puerta de la cocina.

      De beber habían servido jugo recién exprimido —de manzana, naranja o arándano rojo— y también un vino blanco seco, té de aromas florales, agua fresca con sabor a lima y hasta un café fantrano que Matrick bebía como si fuese el antídoto de un veneno que le ardiera en las venas.

      Clay lo consideraba uno de los mejores desayunos de su vida, al menos hasta que Lilith, que se había sentado frente al rey en el otro extremo de la mesa, anunció que estaba embarazada.

      La noticia tomó al rey por sorpresa mientras tenía la boca llena, y Clay se preguntó si la reina había elegido a propósito ese momento para anunciarlo. Por toda la mesa, las bebidas se quedaron a medio camino de los labios a los que se dirigían y el ruido de los cubiertos se apagó, excepto por los cinco hijos de Matrick, que siguieron comiendo y hablando entre ellos, como hacen los niños cuando los adultos hablan.

      En el salón había más personas además de Clay y sus compañeros de banda. Los sirvientes no dejaban de entrar y salir por una puerta, mientras retiraban platos y volvían a traerlos llenos a medida que el rey y sus invitados daban buena cuenta de ellos. También había varios soldados apostados junto a los ventanales a un lado del salón, y el guardia personal de la reina, que estaba unos metros detrás y cuya enorme figura se elevaba varias cabezas por encima de ella. Tenía aspecto de norteño y era el mismo que había entrado en la alcoba real la noche anterior. Era más joven de lo que Clay había percibido antes, pero parecía alguien muy capaz en su oficio, y además era demasiado guapo. Tenía la nariz como muchos de los kaskareños que Clay había conocido: ganchuda como el pico de un halcón, y no había apartado la mirada de Lilith en ningún momento durante toda la mañana.

      Clay estaba seguro de que se estaba acostando con la reina, lo que hacía que la noticia que acababa de dar ella fuera aún más interesante.

      Moog rompió el silencio con un aplauso lento que dejó a su paso un silencio mucho más incómodo.

      El rey, al menos, tuvo tiempo de tragarse su orgullo y la comida.

      —Es... una noticia estupenda, amor.

      —¿Sí? —La sonrisa de Lilith estaba cargada de rencor—. Los augurios afirman que será un niño. Van a tener un hermanito —dijo en dirección al quinteto de niños que estaban sentados a un lado de la mesa.

      Clay los vio reaccionar uno a uno. Los gemelos eran los más jóvenes, y se limitaron a reír entre dientes antes de seguir comiendo. Lillian, cuya piel morena como una cáscara de nuez contrastaba con el intenso azul de sus ojos, no se mostró sorprendida, seguramente porque sabía el fastidio que la esperaba por tener otro hermano varón. Kerrick, el más gordo, puso cara de sorpresa. Abrió mucho la boca, y Clay vio toda la comida que quedaba en el interior. Danigan, el mayor de todos y pelirrojo con pecas, asintió sin alzar la cabeza.

      —Pero yo no quiero otro hermano —dijo Kerrick.

      —Yo tampoco —aseguró Lillian, que se sumó a la protesta.

      Su madre los miró con frialdad:

      —Bueno, yo tampoco quería dar a luz a una monstruosidad de cinco kilos y medio ni a una chica, pero así son las cosas. La vida no es justa, ¿verdad? Kerrick, comparte ese plato con tu hermana. Diría que ya has comido más que suficiente y tu hermana está flaca como una mendiga.

      Clay no pudo evitar abrir la boca de par en par. Como era de esperar, tanto Kerrick como Lillian empezaron a llorar, momento que los gemelos también aprovecharon para hacer lo propio pero con más fuerza. El único que se quedó en silencio fue el hijo mayor, que no dejaba de llevarse cucharadas de huevo a la boca con un notorio desinterés.

      Matrick se atusó el pelo ralo.

      —Bueno, niños, su madre no quiso decir eso. Solo quería... —dedicó una mirada cargada de desesperación al otro extremo de la mesa—. Es por el bebé —explicó—. La pone de mal humor. Eso es todo. ¿Verdad, amor?

      —Será eso, sí —dijo Lilith—. Y también me deja terriblemente cansada. Creo que voy a echarme una breve… siesta antes de que partamos al concilio. Lokan, ¿serías tan amable de escoltarme a mis aposentos?

      —Será un placer —dijo el guardia, con un tono que no hizo sino confirmar las sospechas de Clay.

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