Luz de luna en Manhattan. Sarah Morgan

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Luz de luna en Manhattan - Sarah Morgan Top Novel

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muy amable, hija, pero tú no quieres pasar la Navidad con una vieja gruñona como yo.

      —Si quiero. Y, si no vienes a mi casa, te traeré el pavo aquí. De una vieja gruñona a otra.

      —Eres un alma de Dios.

      —No lo creas.

      —Ya sé —Glenys le dio un codazo—. Podemos resbalar las dos en el hielo en Navidad y pasar el día en Urgencias con tu doctor sexy. Hace calor y estaríamos muy bien acompañadas.

      —No es mi doctor sexy y no creo que le hiciera gracia verme dos veces en un mes.

      Pero si Papá Noel quisiera echarle a un hombre como él por la chimenea, esa sí sería una Navidad perfecta.

      Capítulo 5

      Seguía nevando.

      En Urgencias, Ethan estaba más ocupado que nunca.

      Antes de que saliera para el trabajo, su hermana le había llevado a Madi. Le había sorprendido ver lo tranquila y bien educada que parecía la perra. En Acción de Gracias se había portado como una maniaca, pero su hermana le había asegurado que eso se debía a que estaba nerviosa por la cantidad de personas que había en la casa.

      Desde luego, era cierto que ese día parecía una perra distinta.

      Si seguía así, tal vez consiguieran sobrevivir ambos.

      —Y la paseadora de perros… —había dicho él.

      —Se llama Harriet. ¿Por qué se te da tan mal recordar los nombres?

      —Porque la gente pasa tan deprisa por mi departamento, que no necesito recordarlos. No me importan sus nombres ni sus ambiciones. Yo los curo y punto. ¿O sea que Harriet… —repitió varias veces el nombre mentalmente— vendrá dos veces al día? ¿Y qué pasa si nieva? ¿Entonces no vendrá?

      —A mí no me ha fallado nunca en dos años. Vendrá. He pasado por su apartamento de camino aquí y le he dado tu llave.

      —Le has dado mi llave a una desconocida. Gracias.

      —No es una desconocida. Es un salvavidas. El tuyo. Procura estar luego en casa para conocerla.

      Una vez convencido de que Madi estaría atendida, aunque no fuera por él, Ethan se concentró en su trabajo.

      Su primer paciente fue un hombre de cuarenta y cinco años que había sufrido dolores en el pecho cuando retiraba nieve con una pala.

      Los primeros paramédicos en acudir al lugar habían enviado ya un electro. Alguien se lo mostró a Ethan, quien pidió que avisaran al cardiólogo de guardia.

      Momentos después llegaba el hombre a Urgencias.

      —Estaba quitando la nieve de los escalones y empecé a sentirme raro —le contó a Ethan—. Tenía una opresión en el pecho, como si me lo estrujaran. Pensé que no sería nada y seguí con mi tarea. Pero entonces apareció mi esposa en la puerta y dijo: «Mike estás más blanco que la condenada nieve». Y llamó al teléfono de Emergencias.

      —Buena decisión. He visto ya el electro que nos han enviado los paramédicos de la ambulancia y muestra que está teniendo un infarto —Ethan vio el miedo en los ojos del hombre y le puso una mano en el hombro—. Está en buenas manos, Michael. Vamos a cuidarle bien y ya está avisado el cardiólogo —se volvió hacia su equipo—. ¿Podéis repetir el electro? Y hay que ponerle dos vías y colocarle un goteo de nitroglicerina. Hay que prepararlo para el laboratorio de cateterismo —miró al paciente, le explicó lo que ocurría y lo interrogó con cautela.

      —No puedo creer que sea el corazón. Me siento patético. Solo era un poco de nieve. ¿Cómo demonios ha podido pasar esto?

      —Está subestimando la exigencia física de palear nieve, sobre todo tanta nieve como la del temporal de anoche —Ethan se colocó el estetoscopio en las orejas y le escuchó el pecho—. Puede ser una labor tan agresiva como un sprint, solo que limpiar la nieve dura más. Quizá una comparación mejor sería una sesión fuerte en la cinta de correr. Y la combinación de frío y ejercicio físico incrementa la carga en el corazón. Seguramente haya tenido un pico de presión arterial. Al menos tuvo el sentido común de parar y llamar a Emergencias. Vemos a mucha gente que sigue, que cree que está siendo débil y no para. Usted ha parado. Eso ha sido inteligente.

      —¿Está seguro de que es un ataque cardiaco?

      Ethan le mostró el electrocardiograma.

      —Esto muestra que tiene lo que llamamos STEMI, infarto agudo de miocardio con elevación del segmento ST. De momento le vamos a colocar un monitor del corazón y pedirle una angiografía.

      Lo prepararon para trasladarlo al laboratorio de cateterismo cardíaco, colocándole un monitor portátil y una botella de oxígeno en la cama.

      Uno de los residentes con menos experiencia se mostró sorprendido.

      —¿Quitando nieve? Si llega a venir andando, yo habría asumido que tenía un tirón muscular.

      —Si llega alguien con dolores en el pecho después de haber estado quitando nieve, asume que es un infarto de miocardio. Necesita una intervención coronaria percutánea en el laboratorio de cateterismo cardiaco. Tenemos un tiempo de puerta a globo de noventa minutos como máximo.

      —¿Ethan? ¿Puedes echarle un vistazo a esto? —preguntó la enfermera de triaje. Y Ethan pasó al siguiente paciente.

      Fue un día ajetreado. Su mente estuvo ocupada con las exigencias de su trabajo. Con sus pacientes.

      No pensó ni por un momento en su hermana ni en la perra.

      Harriet se caló más el gorro de lana sobre las orejas y comprobó dos veces la dirección. Normalmente recogía a Madi en casa de Debra, pero esta iba de camino a la Costa Oeste donde estaría un par de semanas lidiando con una urgencia familiar y había dejado a la perra con su hermano. Este vivía en el West Village, que teóricamente estaba fuera de la zona que cubrían los Rangers Ladradores, pero aquello era una excepción. Ella iba donde iban sus clientes y, si Madi estaba en el West Side del Lower Manhattan, allí iría ella. Tendría que ajustar un poco su agenda porque no podría ocuparse de pasear a perros en el Upper East Side, pero contaba con paseadores suficientes en esa zona para cerciorarse de que podían asumir ese cambio de planes.

      La temperatura había caído en picado y un viento helado atravesaba la ropa. La nieve prometida había empezado a caer por fin.

      Harriet llevaba abrigo y pantalones muy calentitos, pero aun así temblaba de frío.

      Debra quería que sacara a Madi dos veces al día todos los días.

      —Mi hermano es maravilloso y lo adoro, pero no entiende nada de perros. Le he prometido que sacarás a Madi y harás lo que haya que hacer. Él es doctor y está muy ocupado. No quiero que Madi sea una molestia.

      Harriet, que conocía bien a la perra, no albergaba muchas esperanzas con eso.

      No porque Madi fuera una molestia exactamente, más bien porque

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