Luz de luna en Manhattan. Sarah Morgan

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Luz de luna en Manhattan - Sarah Morgan Top Novel

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sé —Harriet golpeó el aire con el puño y Glenys se echó a reír.

      —No deberías perder el tiempo con una anciana decrépita —dijo.

      —Me encanta tu compañía y me encanta cocinar. Desde que se fue Fliss, solo tengo que cocinar para mí y eso es aburrido —Harriet puso la tortilla en un plato y añadió un trozo de pan crujiente—. Ahora siéntate y come.

      —Odio comer sola.

      —No vas a comer sola —Harriet se cortó una rebanada de pan e intentó no pensar en que iría a sus muslos. Después de todo, ella era la única que veía sus muslos. Reprimió aquel pensamiento deprimente y untó el pan con mantequilla—. Yo también como.

      —¿Has ido al médico por el tobillo?

      —Fui a Urgencias. Y les hice perder el tiempo, porque no estaba roto —Harriet dio un mordisco al pan y tomó nota mentalmente de preparar galletas de chocolate para su próxima visita. A todo el mundo le gustaban sus galletas. La receta original era de su abuela, pero ella había introducido pequeños cambios con el tiempo. Eso era lo más rebelde que había hecho en su vida.

      «No, no usaré una cucharada de vainilla. Usaré dos, que lo sepas».

      Lastimoso.

      Glenys picoteó la tortilla.

      —Eso no es hacerles perder el tiempo. ¿Y si hubiera estado roto?

      —Mi vida habría sido más difícil —Harriet pensó en la cantidad de gente que había en la sala de espera. Demasiada gente, y eso que todavía no había empezado a nevar—. Supongo que en Urgencias están muy ocupados en invierno, así que intentaré ir con más cuidado.

      —Háblame del doctor sexy que te examinó el tobillo en Urgencias.

      —Yo no he dicho que fuera sexy.

      —Los doctores siempre lo son. No importa cómo sean, el hecho de que sean doctores los hace atrayentes. ¿Era moreno o rubio?

      —Cómete la tortilla y te lo diré —Harriet esperó a que Glenys se llevara el tenedor a la boca—. Moreno. Pelo negro y ojos azules.

      —La mejor combinación. Mi Charlie tenía ojos azules. Fue lo primero en lo que me fijé.

      —También fue lo primero que noté yo —contestó Harriet. En eso y en que sus ojos estaban cansados. No cansados de falta de sueño, más bien cansados de la vida.

      Quizá fuera consecuencia de trabajar en Urgencias. Eso tenía que cobrarse un precio. A ella la habría agotado tratar con tantas personas con problemas. Lidiar con tanto dolor y ansiedad.

      —Quizá sea una señal —Glenys tomó otro pedazo pequeño de tortilla—. El comienzo de una relación perfecta. Quizá estéis juntos para siempre.

      Harriet se echó a reír.

      —A menos que me rompa el otro tobillo, no volveré a verlo. Y quizá sí que era sexy, pero no sonreía lo bastante para mi gusto. Para ser sincera, amedrentaba un poco.

      —Probablemente sea su modo de lidiar con el trabajo. En Urgencias tratan como muchos problemas distintos. Lo sé porque mi Darren fue paramédico y contaba cosas que ponían los pelos de punta.

      Darren era el hijo mayor de Glenys. Vivía en California y su madre no lo había visto desde el funeral de su esposo.

      Harriet se preguntaba a menudo por qué se dispersaban tanto las familias. No le parecía bien. Anhelaba pertenecer a una familia grande donde todos vivieran lo bastante cerca para entrar y salir continuamente de la vida del otro. Que llegara alguien a tomar café. Descubrirse cocinando para doce personas… A ella no se le ocurría nada mejor. Ese año, Fliss pasaría el día de Navidad con la familia de Seth en la casa que tenían en el norte del estado de Nueva York, su hermano Daniel viajaría con Molly a ver al padre de ella por primera vez en siglos y la madre de los tres estaba recorriendo el mundo. Ella era la única que no iba a ninguna parte.

      Se quedaría en Manhattan. Sola. Mirando las ventanas decoradas de la gente. Sola. Patinando sobre hielo. Sola. Comiendo la comida de Navidad. Sola.

      Observó a Glenys tragar otro trozo de tortilla.

      —¿Qué vas a hacer en Navidad? —preguntó.

      —Quedarme en casa y esperar a Papá Noel.

      Harriet sonrió.

      —¿Quieres venir a esperarlo en mi apartamento? Soy buena cocinera.

      —Ya lo sé —Glenys tomó otro bocado de tortilla—. ¿Vas a invitar al apuesto doctor?

      —No, definitivamente no voy a invitar al apuesto doctor. A juzgar por las preguntas que me hizo, debió de pensar que era una prostituta o una adicta —contestó Harriet. Y no lo culpaba por ello. No había sido su mejor noche y la sala de espera de Urgencias no había contribuido en nada a mejorarla.

      —En Urgencias llega mucha gente así. Seguro que tú fuiste como un soplo de aire fresco. Enséñame tu tobillo.

      —No puedo. Está enterrado bajo cuatro capas de lana porque hace frío ahí fuera.

      —¿Pero era atractivo?

      Harriet suspiró.

      —Sí, era atractivo y sí, una parte de mí se pregunta por qué no puedo encontrar a alguien como él en la vida real.

      —Urgencias es algo muy real.

      —Tú ya me entiendes. En una situación que pudiera conducir a una cita. Aunque tampoco eso saldría bien porque, si ocurriera alguna vez, estaría demasiado cortada para abrir la boca. Cuando conozco a alguien, me cuesta mucho ir más allá de la primera fase incómoda.

      —Conmigo hablas perfectamente.

      —Porque hace años que te conozco. Contigo estoy relajada. La mayoría de los hombres no están dispuestos a esperar a que me sienta lo bastante cómoda para charlar con normalidad. Tengo que encontrar el modo de saltarme la parte de aprender a conocerse.

      —Por eso muchos de los mejores matrimonios se dan entre amigos. Personas que se conocen desde hace tiempo. De amigos a amantes. Ese era mi tema favorito en libros y películas.

      —Suena genial en teoría, pero, desgraciadamente, no tengo amigos varones que conozca desde hace años y estén dispuestos a casarse conmigo.

      —¿Tu hermano no tenía amigos?

      —Siempre querían estar con mi hermana. Yo era la callada.

      —Querida, el silencio puede ser bueno. Estar callada no significa que no tengas cosas importantes que decir, solo que puede que tardes tiempo en decirlas.

      —Tal vez. Pero la mayoría de la gente no espera lo suficiente para oírlas.

      —¿Me vas a decir que nunca has salido con chicos?

      —He salido con unos pocos. Un par de chicos en la universidad. Sin consecuencias

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