Alfred Hitchcock presenta: Los mejores relatos de crimen y suspenso. VV.AA.

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que esta colección presenta variantes de esa lucha entre el bien y el mal. El desenlace no siempre es a favor del bien, pero resulta sorpresivo en cada cuento, una suerte de revelación que cambia el mundo de los protagonistas de manera insospechada y regala al lector una solución sorprendente. El cuento corto resulta así un perfecto vehículo para inducir suspenso. Perla Ediciones ofrece este homenaje al artista y entrega una divertida antología al público lector que sabe disfrutar de esta rara sensación: el suspenso.

      Las emociones contenidas en la obra de Hitchcock se basan en un equilibrio finamente logrado entre el terror y el humorismo. Hay gran desenfado, interés por la parodia, rigor preciso en cada detalle, historias paralelas dentro de la historia principal. Queda la sensación de un hombre que amaba el cine y disfrutaba de cada una de sus facetas, dotado de numerosos talentos y de una asombrosa inteligencia práctica que le permitió labrarse un lugar preponderante en la competida industria del entretenimiento.

      Su filmografía sonora sumó más de treinta títulos como director, y fue también productor de muchas de sus propias películas. Varias de sus mejores obras se basan en ficciones ya publicadas. Puede uno imaginar a Hitchcock leyendo a Cornell Woolrich o Patricia Highsmith, Daphne du Maurier o tantos otros escritores, y empezando desde la lectura a visualizar su película. ¡Experiencia que comparte todo lector, por supuesto! Uno lee ficción para ver viva la historia, más que para entenderla.

      La historia de Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine corre paralela entre 1955 y 1965 con las series semanales de televisión Alfred Hitchcock presenta y La hora de Alfred Hitchcock, en las cadenas CBS y NBC. Muchos autores publicados en la revista colaboraron en los guiones para las películas de ambas series televisivas, por ejemplo: Ed McBain, Jack Ritchie, Ed Lacy, Henry Slesar, Donald E. Westlake y Talmage Powell. Cada programa era presentado por Hitchcock, quien al final comentaba las películas con inteligencia y sentido del humor. Recurrió a actores y directores de primer orden, y siempre ocupó los horarios predilectos en la programación general. Para entonces, Hitchcock se había convertido ya en su propia leyenda.

      Hitchcock sin duda fue un gran lector, ávido de buena literatura, y un correcto supervisor editorial que dejaba su impronta, ya prefabricada, en cada proyecto. Mi devoción a su obra fílmica ha influido para llevarme repetidamente a la revista, cada uno de cuyos números contiene varios cuentos espléndidos. Suele incluir autores primerizos junto con otros renombrados. Esta edición, por cierto, logra un nuevo deleite dentro de la abundante iconografía del realizador. Ahí está sir Alfred, en la portada, como conserje de hotel de lujo, listo para servirnos un pájaro negro con la mayor elegancia imaginable. Buen retrato del cineasta y del libro.

      El peso de una temática de trasfondo más apropiado para la tragedia se evita en estas narraciones gracias a la ligereza de tono, que aporta una incertidumbre esencial al suspenso; admite incluso giros humorísticos en la naturalidad de la prosa que nos hacen sonreír, en ocasiones, ante desen­laces crueles y sangrientos. En suma, se trata de una medicina para preparar el alma ante las atrocidades de la existencia, al menos para los aficionados al género de terror.

      La categoría de pulp fiction, a la que pertenece Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine, no es estrictamente literaria, sino económica. Incluye algunas obras que se pagaban por cantidad, a tantos centavos de dólar por palabra, y solían publicarse en revistas impresas en papel reciclado de pulpa. Proveyeron de ingresos a muchos autores jóvenes posteriormente consagrados, como Isaac Asimov, Ed McBain, Philip K. Dick o Avram Davidson. Hay una variable interesante: los proyectos editoriales modestos no reciben mucha atención de la censura y gozan de cierta libertad de la que carecen otras manifestaciones. De hecho, una de las antologías de la revista está dedicada a relatos que no tuvieron permi­so de adaptarse para la televisión.

      La maldad en muchos de estos cuentos se presenta como resultado de circunstancias, más que atributos o inclinaciones de los personajes. Eso contribuye a la credibilidad: todos tenemos acceso al mal, especialmente si se nos ofrece sin temor al castigo. En algunos casos, el bien no puede triunfar sino recurriendo a actos de maldad. Más que un simple recurso narrativo, esto pareciera formar parte del estado mental de los Estados Unidos modernos y de su visión de la condición humana.

      Un safari en la selva profunda del corazón de África, un suburbio burgués en el estado de Florida, una gran mansión en Los Ángeles, un salón de masajes de relajación, la gran ciudad, el pueblecito insignificante, los oscuros e intrincados lazos en la confrontación de dos sacerdotes, las intrigas criminales de ambiciosos productores de cine, funerales sin cadáver o con un exceso de difuntos en un mismo ataúd, tribunales que dictan sentencias de muerte, trayectos fatales en carretera, peculiaridades de municipios ultraconservadores de Nueva Inglaterra, violencia en torno a un dios venido de la India, una arena de box en la Inglaterra del siglo XVIII. La variedad de escenarios es notable y aporta una cali­dad presencial a los relatos. En cada contexto aparece un poder radical de la maldad que amenaza a sus víctimas. A veces el tono es humorístico, en ocasiones el enfrentamiento va cargado de referentes sociales. No siempre triunfa el bien; al contrario, pareciera que la maldad es más eficaz en lograr sus objetivos: una gran verdad en la historia de las sociedades humanas que no suele presentarse con tanto desenfado en tipos más serios de ficción.

      El genio creativo de Alfred Hitchcock forma un capítulo aparte en la historia del arte del siglo XX. Una obra abundante y audaz que logra meter al espectador en sus extraños vericuetos, desafiando todas las ideas preconcebidas sobre la moral e implicándonos en su obsesión personal por perseguir inocentes. Es, sin duda, el autor más perver­so entre todos los grandes cineastas. Quizás el más ambi­cioso en muchos sentidos.

      RICARDO VINÓS

      Ciudad de México, junio de 2020

      VUDÚ

      RHYS BOWEN

      RHYS BOWEN creció en Bath, Inglaterra, pero fueron sus visitas a Gales en su infancia las que le dieron el escenario para su serie de misterio protagonizada por un policía galés, el alguacil Evan, con la que ha obtenido varios premios. En otra serie también premiada nos presenta a la inmigrante irlandesa Molly Murphy abriéndose camino a principios del siglo XX en Nueva York. Antes de escribir historias de misterio, la señora Bowen trabajó como escritora para la BBC en Londres, y fue autora de libros infantiles. El primer cuento que publicó en AHMM es “Vudú”, en el cual transmite con agude­za los escenarios y juega con percepciones equivocadas del vudú. Es triste que debido al huracán Katrina de 2005 puedan haberse perdido para siempre los barrios de Nueva Orleans captados con tanta habilidad en este relato.

      EN LOS MODERNOS REPORTES POLICIACOS no es frecuente que se mencione el vudú como causa de muerte, pero eso decía el papel escrito por el oficial Paul Renoir que encontré sobre el escritorio en el cuartel general del Departamento de Policía de Nueva Orleans. Probable causa de muerte: vudú.

      Me intrigó tanto esa palabra del reporte que determiné llevar a cabo la investigación personalmente, en lugar de en­co­mendarla a alguno de los funcionarios más jóvenes. Después de veinte años en la división de homicidios del departamento de policía de una ciudad grande, me sentía fastidiado con violaciones colectivas, tratos frustrados de tráfico de drogas y hombres que les destrozaban la cabeza a sus esposas sencillamente porque les dieron ganas de hacerlo después de una noche de parranda.

      Mandé llamar a Renoir. Era un joven de aspecto serio, de menor estatura de lo que era habitual en la policía en los tiempos en que yo me uní a la corporación, de cara redonda y bien dispuesto al trabajo. Llevaba sólo dos meses en la sección de homicidios, y era muy evidente que se hallaba incómodo en mi presencia.

      —¿De

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