Llegamos a Creer. Anonimo

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Llegamos a Creer - Anonimo

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Nunca había tenido una idea más clara. No podía ver ninguna salida. A las tres de la mañana seguía sin dormirme. Estaba recostada en almohadas con el corazón latiéndome tan fuerte que parecía que se me iba a saltar del pecho. Primero, se me empezaron a dormir las piernas, por encima de las rodillas, y luego los brazos, por encima de los codos.

      Me dije: “Este es el fin”. Recurrí a quien antes, por ser demasiado lista (según lo veía yo) o demasiado estúpida, no pude recurrir. Grité, “¡Dios mío, no dejes que me muera así!” En estas pocas palabras estaban mi corazón y alma atormentada. Casi instantáneamente me empezó a desaparecer el adormecimiento. Sentí una Presencia en el cuarto. Ya no estaba sola.

      Alabado sea Dios, no he vuelto a sentirme sola. No me he vuelto a tomar un trago y, aun mejor, nunca he tenido la necesidad de hacerlo. Tardé mucho tiempo en recuperar la salud, y pasó bastante tiempo antes de que la gente recuperara la confianza en mí. Pero eso realmente no importaba. Yo sabía que estaba sobria y de alguna manera sabía que, mientras viviera según yo creía que Dios querría que yo viviera, no tendría que volver a sentir miedo.

      Recientemente, me enteré de que tenía un tumor maligno. En lugar de sentirme asustada y deprimida, le di gracias a Dios por los pasados 16 años que me había concedido. Me quitaron el tumor; ahora me siento bien y estoy disfrutando cada minuto de cada día. Creo que habrá muchos días más. Mientras Dios tenga trabajo para mí, estaré aquí.

      Lac Carré, Quebec

      UN HOMBRE NUEVO

      Intenté ayudar a este hombre. Fue una experiencia humillante. A nadie le gusta ser un fracaso total; hace estragos en el ego. No parecía que nada diera resultados. Yo lo llevaba a las reuniones, y él se sentaba allí con una expresión vacía, y yo sabía que sólo su cuerpo estaba presente. Cuando iba a visitarlo a su casa, o bien él estaba fuera bebiendo o se escapaba por la puerta de atrás al entrar yo por la puerta principal. Su familia acababa de entrar en un período de graves apuros; yo podía sentir su desesperación.

      Luego ocurrió el episodio del hospital, el último de su historia extraordinaria de hospitalizaciones. Sufría de delirium tremens y convulsiones tan violentas que había que atarle a la cama. Estaba en coma y había que alimentarlo por vía intravenosa. Cada día que iba a visitarlo tenía peor aspecto, por imposible que pudiera parecer. Allí estaba tumbado seis días inconsciente, sin moverse excepto por los temblores ocasionales.

      El séptimo día, volví a visitarle. Al pasar por su habitación, vi que le habían quitado las ataduras y los tubos de alimentación intravenosa. Me sentí eufórico. ¡Iba a recuperarse! El médico y la enfermera encargada me quitaron las esperanzas. Él iba empeorándose a toda velocidad.

      Después de hacer arreglos para llevar a su esposa a verlo, me acordé de que él era católico, y por ello se debían observar ciertos ritos. Ya que era un hospital católico, salí al pasillo y pronto encontré a una monja (más tarde me enteré de que era la madre superiora). Ella llamó a un sacerdote y, con otra monja, me acompañaron a la habitación.

      El sacerdote entró solo a la habitación, y nosotros decidimos esperar en el pasillo sentados en un banco. Sin acuerdo previo, los tres inclinamos la cabeza y empezamos a rezar — la madre superiora, la monja, y yo, un diácono presbiteriano.

      No puedo decir cuánto tiempo pasamos allí. Sé que el sacerdote ya se había marchado para atender a sus otras tareas. Lo que nos hizo volver otra vez a la realidad fue un sonido que nos llegó desde la habitación. Al mirar adentro, vimos al paciente sentado en la cama.

      “Ya está, Dios mío”, dijo, “ya no quiero ser el que dirige la función. Dime lo que Tú quieres que yo haga y lo haré”.

      Más tarde, los médicos dijeron que habían considerado físicamente imposible que él se moviera, y mucho menos que se sentara. Y hasta este momento, no había dicho ni una palabra desde que ingresó al hospital. La siguiente cosa que dijo fue, “tengo hambre”.

      Pero el verdadero milagro fue lo que le sucedió en los diez años siguientes. Empezó a ayudar a la gente. ¡Y a ayudarla de verdad! Nada le ha resultado demasiado duro, ni demasiado molesto, ni demasiado “desesperado”. Fundó un grupo de A.A. en su pueblo y se siente avergonzado si se lo mencionas a otros o si comentas sobre la gran cantidad de trabajo de A.A. que hace.

      No es el mismo hombre que aquel a quien yo intentaba hacer el trabajo de Paso Doce. Todos los esfuerzos que hice por ayudar al hombre que yo conocía, fracasaron. Y entonces, Alguien nos presentó a un hombre nuevo.

      Bernardsville, New Jersey

      FIGURA DEL MAL

      Sucedió alrededor de las tres de la madrugada. Yo llevaba en nuestra Comunidad algo menos de un año. Estaba solo en la casa; mi tercera mujer se había divorciado de mí antes de mi ingreso en A.A. Me desperté con una sensación aterradora de muerte inminente. Estaba temblando y casi paralizado por el miedo. Aunque era el mes de agosto en el sur de California, tenía tanto frío que tuve que echarme por los hombros una manta gruesa. Luego encendí la calefacción en el salón de estar y me puse directamente encima del radiador, intentando calentarme. En vez de calentarme, empecé a sentirme entumecido y volví a sentir la proximidad de la muerte.

      Nunca había sido una persona muy religiosa, ni tampoco me había afiliado a ninguna iglesia después de ingresar en A.A. No obstante, me dije de pronto a mí mismo: “Si alguna vez me hubiera visto en la necesidad de rezar, este es el momento”. Volví al dormitorio y me puse de rodillas al lado de la cama. Cerré los ojos, hundí la cara entre las palmas de mis manos y las apoyé en la cama. Se me han olvidado todas la palabras que dije en voz alta, pero recuerdo decir: “Dios mío, por favor, enséñame a rezar”.

      Entonces, sin levantar la cabeza ni abrir los ojos, pude “ver” el plano de la casa. Y pude “ver” un hombre gigantesco de pie al otro lado de la cama con los brazos cruzados. Me estaba mirando fijamente con una expresión de intenso odio y malevolencia. Era la viva personificación del mal. Después de unos diez segundos, le “vi” dar la vuelta lentamente, caminar al cuarto de baño y mirar dentro, seguir hacia el segundo dormitorio y mirar dentro, pasar al salón de estar y echar una mirada alrededor y luego salir de la casa por la puerta de la cocina.

      Me quedé en la misma postura de oración. Y en el mismo momento en que se marchó, pareció llegarme desde todas las direcciones, una corriente magnética vibrando y pulsando desde los rincones más remotos del espacio. En unos quince segundos este poder tremendo me alcanzó, se quedó conmigo unos cinco segundos, y luego se retiró lentamente hacia su origen. Pero la sensación de alivio que me dio con su presencia supera toda descripción. Como pude, le di gracias a Dios, me metí en la cama y me dormí como un niño.

      No he vuelto a tener el deseo de tomarme un trago de cualquier bebida alcohólica desde aquella memorable mañana hace 23 años. En los años que he pasado en nuestra Comunidad, he tenido el privilegio de escuchar a otro miembro describir una experiencia casi exactamente igual a la mía. La salida de la personificación del mal de mi casa, ¿simbolizó, como algunos creen, la salida de mi vida de todos los males que yo había abrazado debido al alcoholismo? Sea lo que sea, el otro aspecto de mi experiencia simboliza para mí el amor omnipotente y purificador de un Poder Superior, a quien desde entonces he llegado felizmente a llamar Dios.

      San Diego, California

      COMO UN HOMBRE QUE SE AHOGA EN EL MAR

      Antes de ser confinado en un centro estatal de alcoholismo, pasé una temporada abstemio en Alcohólicos Anónimos. Aunque ahora me doy cuenta de haber acudido a A.A. para salvar mi matrimonio, mi trabajo y mi hígado, en aquel entonces no había

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