Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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Parte II
Entre los principios a los que nos referimos, existen unos que residen en los seres animados, en el alma, en la parte del alma en que se halla la razón. Como se observa, debe de haber potencias irracionales y racionales; y todos los actos, todas las ciencias prácticas, todas las ciencias, en fin, son potencias, pues son principio de cambio en otro ser en tanto que otro. Cada potencia racional puede generar por sí sola efectos contrarios, pero cada una de las potencias irracionales genera un solo y mismo efecto. El calor solo es causa de la calefacción, mientras que la medicina puede serlo de enfermedad y de salud. Se comprueba así, porque la ciencia es una explicación racional. Sin embargo, la explicación racional explica el objeto y la privación del objeto, solo que no es de la misma forma. Desde un punto de vista, el conocimiento de lo uno y de lo otro es el objeto de la explicación racional: pero desde otro punto, es principalmente el del objeto mismo.
Las ciencias de esta especie son por lo mismo necesariamente ciencias de los contrarios, pero uno de los contrarios es su propio objeto, mientras que el otro no lo es. Ellas explican el uno en sí mismo; y solo accidentalmente, si puede mencionarse así, tratan del otro. Valiéndose de la negación es como presentan al contrario, haciéndole desaparecer. La privación primera de un objeto es en efecto su contrario; y esta privación es la eliminación del objeto.
Los contrarios no se dan en el mismo ser; pero la ciencia es una potencia en tanto que contiene la razón de las cosas, y que hay en el alma el principio del movimiento. Y así lo sano no genera más que salud, lo caliente calor, lo frío la frialdad, mientras que el que sabe genera los dos contrarios. La ciencia conoce lo uno y lo otro, pero de una forma diferente. Porque la noción de los dos contrarios se encuentra, pero no de la misma forma, en el alma que tiene en sí el principio del movimiento; y del mismo principio, del alma, aplicándose a un solo y mismo objeto, hará salir ambos contrarios. Los seres racionalmente potentes están en un caso opuesto al que se encuentran los que no tienen más que una potencia irracional; no hay en la definición de estos últimos más que un principio único.
Está claro que la potencia del bien lleva consigo la idea de la potencia activa o pasiva; pero no acompaña siempre a esta. El que obra el bien, necesariamente obra; mientras el que solamente obra, no obra necesariamente el bien.
Parte III
Existen filósofos que pretenden, como los de Mégara, por ejemplo, que no existe potencia más que cuando existe acto; que cuando no existe acto no existe potencia; y así que el que no construye no posee el poder de construir, pero que el que construye posee este poder cuando construye; idénticamente en todo lo demás. No es difícil descubrir las consecuencias absurdas de este principio. Evidentemente, entonces no se será constructor si no se construye, porque la esencia del constructor es el poseer el poder de construir. Lo propio ocurre con las demás artes. Es imposible poseer un arte sin haberlo aprendido, sin que se nos haya trasmitido, y el dejar de poseerlo sin haberlo perdido (se pierde olvidándolo, o por cualquiera circunstancia, o por efecto del tiempo; porque no hablo del caso de la destrucción del objeto sobre el que el arte opera; en esta hipótesis el arte subsiste siempre). Sin embargo, si se deja de obrar, no se poseerá ya el arte. Ahora bien, se podrá poner a construir inmediatamente; ¿cómo habrá recobrado el arte? Lo mismo será respecto de los objetos inanimados, lo frío, lo caliente, lo dulce; y en una palabra, todos los objetos sensibles no serán cosa alguna independientemente del ser que siente. Se viene a parar entonces al sistema de Protágoras. Añádase a esto que ningún ser tendrá ni tan solo la facultad de sentir si realmente no siente, si no tiene sensación en acto. Si llamamos ciego al ser que no ve, cuando está en su naturaleza el ver y en la época en que debe por su naturaleza ver, los mismos seres serán ciegos y sordos muchas veces al día. Más todavía; como aquello para lo que no hay potencia es imposible, será posible que lo que no es producido actualmente sea producido jamás. Pretender que lo que tiene la imposibilidad de ser existe o existirá, sería sentar una falsedad, como lo señala la propia palabra imposible.
Semejante sistema anula el movimiento y la producción. El ser que está en pie estará siempre en pie; el ser que está sentado estará siempre sentado. No podrá levantarse si está sentado, porque el que no tiene el poder de levantarse se halla en la imposibilidad de levantarse. Si no se pueden admitir estas consecuencias, está claro que la potencia y el acto son dos cosas diferentes; y este sistema lo que hace es identificar la potencia y el acto. Lo que aquí se intenta suprimir es una cosa de grandísima importancia.
Queda, pues, admitido que unas cosas pueden existir en potencia y no existir en acto, y que otras pueden existir realmente y no existir en potencia. Lo propio ocurre con todas las demás categorías. Suele ocurrir que un ser que posee el poder de andar no ande; que ande un ser que tiene el de no andar. Digo que una cosa es posible cuando su tránsito de la potencia al acto no comporta ninguna imposibilidad. Por ejemplo: si un ser tiene el poder de estar sentado; si es posible, en fin, que este ser esté sentado, el estar sentado no producirá para este ser ninguna imposibilidad. Igual ocurre si tiene el poder de recibir o imprimir el movimiento, de tenerse en pie o mantener en pie a otro objeto, de ser o de devenir, de no ser o de no devenir.
Con relación al movimiento se le ha conferido principalmente el nombre de acto a la potencia activa y a las demás cosas; él, en efecto, parece ser el acto por excelencia. Por esta razón no se atribuye el movimiento a lo que no existe; se le liga a algunas de las demás categorías. De las cosas que no existen se dice con razón que son inteligibles, apetecibles, pero no que se encuentran en movimiento. Y esto porque no existen al presente en acto, sino que solo pueden existir en acto; porque entre las cosas que no existen, algunas existen en potencia, aunque en realidad no existen porque no existen en acto.
Parte IV
Si lo posible es, como dijimos, lo que pasa al acto, está claro que no es exacto decir: tal cosa es posible, pero no se comprobará. De otra manera el carácter de lo imposible huye. Decir por ejemplo: la relación de la diagonal con el lado del cuadrado puede ser medida, pero no lo será, es no tener en cuenta lo que es la imposibilidad. Se dirá que nada priva que respecto a una cosa que no existe o no existirá exista posibilidad de existir o de haber existido. Pero admitir esta proposición, y suponer que lo que no existe, pero que es posible, existe realmente o ha existido, es admitir que no hay nada imposible. Pero hay cosas imposibles: medir la relación de la diagonal con el lado del cuadrado. No hay identidad entre lo falso y lo imposible. Es falso que estés en pie ahora, pero no es imposible.
Es evidente, por otra parte, que si existiendo A lleva consigo necesariamente la existencia de B, pudiendo existir A, necesariamente B puede existir igualmente. Porque si la existencia de B no es necesariamente posible, nada obsta a que su existencia sea posible. Supóngase, pues, que A es posible; en el caso de la posibilidad de la existencia de A, admitir que A existe no supone ninguna imposibilidad. Ahora bien, en este caso B existe necesariamente. Pero hemos admitido que B podría ser imposible. Supóngase a B imposible. Si B es imposible, necesariamente A lo es igualmente. Pero antes A era