Los Elementales. Michael McDowell
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Big Barbara se dio vuelta.
—Luker, ¿esa chica bebe?
—Solo desde que conseguí que abandonara las anfetaminas —dijo Luker guiñándole el ojo a Odessa.
—¡Eres demasiado joven para beber! —le gritó Big Barbara a su nieta.
—No, no lo soy —respondió India sin levantar la voz.
—¡Bueno, te aseguro que eres demasiado joven para beber delante de mí!
—Entonces date vuelta.
—¡Por supuesto! —dijo Big Barbara, y se dio vuelta. Miró a Leigh—. ¿Sabes que esa chica ve gente muerta todo el tiempo en Nueva York… en plena calle? ¡Las personas se mueren a la vista de todos y uno puede moverlas con un palo!
—India es mucho más madura de lo que era yo a su edad, mamá —dijo Leigh—. No creo que debas preocuparte tanto por ella.
—Si quieres saber qué pienso, pienso que es terrible tener a Luker como padre. Es el hombre más malo del mundo; pregunta y verás.
—¿Y por eso lo quieres más que a mí? —preguntó Leigh.
Big Barbara no respondió, pero India soltó una carcajada.
—Luker no está mal —dijo.
Luker apareció con una bandeja de tragos. Primero se acercó a India.
—Mira esto, Barbara —dijo—. Mira qué bien la entrené. ¿Qué se dice, India?
India se levantó de la mesa, hizo una genuflexión y dijo con voz afectada:
—Te agradezco muchísimo, padre, por haberme traído este vaso de Punt e Mes con hielo.
India volvió a sentarse, pero Big Barbara no se dejó convencer.
—Tiene buenos modales, sí, ¿pero podríamos decir lo mismo de sus valores morales?
—Bah —dijo Luker con liviandad—. Nosotros no tenemos valores morales. Debemos arreglarnos con un par de escrúpulos.
—Ya me parecía —dijo Big Barbara—. Jamás saldrá nada bueno de ninguno de ustedes dos.
India miró a su abuela.
—Somos diferentes —se limitó a decir.
Big Barbara sacudió la cabeza.
—¿Alguna vez escuchaste palabras tan verdaderas, Leigh?
—No —dijo Leigh. Y sin querer volcó casi media taza de té helado sobre su vestido negro. Sacudiendo la cabeza ante su propia torpeza, se levantó y fue a cambiarse. Cuando regresó, pocos minutos después, Luker ya había recuperado su puesto en el sofá y ofreció, falsamente, devolvérselo.
—Bueno, presten atención —dijo Leigh. Y se sentó en una silla frente a ellos—. ¿Se mueren por saber lo del cuchillo o no?
—¡Sabes que sí! —chilló Big Barbara.
—Odessa me lo contó cuando volvíamos de la iglesia.
—¿Cómo es posible que Odessa lo supiera y tú no? —preguntó Luker.
—Porque es un secreto de la familia Savage, por eso. Y no hay nada de los Savage que Odessa ignore.
—Marian Savage me contaba todo —dijo Big Barbara—. Pero jamás dijo una palabra sobre clavarles cuchillos a los muertos. Yo no habría olvidado algo así.
—Vamos, cuéntanos —exigió Luker, impaciente a pesar de su postura lánguida. La luz del porche era ahora totalmente verde.
—Prepárame un trago, Luker, y les contaré a todos lo que me dijo Odessa. Y, cuando se hayan enterado, no podrán decirle una sola palabra a Dauphin, ¿entendido? No le gustó hacerlo, no quería clavar un cuchillo en el pecho de Marian.
—¡Tendría que haberme pedido que lo reemplazara! —dijo Luker.
Nails gritó en su jaula.
—No soporto a ese pájaro —dijo Leigh hastiada.
Luker fue a prepararle un trago y regresó acompañado por Odessa.
—¿Podría asegurarse de que mi hermana cuente las cosas tal como son? —preguntó Luker por encima del hombro. Odessa asintió. Sentada a la mesa, India volvió a inclinarse sobre el cuaderno de papel cuadriculado. Odessa se sentó en la otra punta y comenzó a recorrer con sus huesudos dedos negros el borde de su vaso de té helado.
Leigh miró a todos con expresión grave.
—Odessa, ¿usted me interrumpirá si digo algo que no está bien, verdad?
—Sí, señora, por supuesto que sí —dijo Odessa. Y bebió un sorbo de té para cerrar el trato.
—Bueno —empezó Leigh—, todos sabemos que los Savage están en Mobile desde hace muchísimo tiempo…
—Desde antes de que existiera Mobile —dijo Big Barbara—. Eran franceses. Los franceses fueron los primeros en llegar… después de los españoles, quiero decir. Originalmente eran los Sauvage. —El breve discurso estaba dirigido a India, que asintió sin levantar la vista de su cuaderno.
—Bueno, en aquella época, hará unos doscientos cincuenta años, los franceses eran dueños de Mobile y los Savage ya eran muy importantes incluso entonces. El gobernador de todo el territorio francés era un Savage y tenía una hija… Yo no sé cómo se llamaba, ¿usted sabe, Odessa?
Odessa negó con la cabeza.
—Bueno, esa hija murió en el parto. El bebé también murió y los enterraron juntos en el mausoleo de la familia. No donde enterramos a Marian hoy, sino en otro que había antes… y que ya no existe. Como sea, al año siguiente el marido de la difunta también murió, de cólera o algo parecido, y volvieron a abrir el mausoleo. —Leigh hizo una pausa.
—¿Y saben qué encontraron? —agregó Odessa desde atrás.
Nadie tenía la menor idea.
—Descubrieron que habían enterrado viva a la mujer —dijo Leigh—. Despertó adentro del ataúd y empujó la tapa y gritó y gritó, pero nadie la oyó, y se desgarró las manos intentando abrir la puerta del mausoleo, pero no pudo abrirla y como no tenía nada que comer… se comió al bebé muerto. Y cuando terminó de comerse al bebé apiló los huesos en un rincón y puso la ropa del bebé sobre la pila. Después murió de hambre, y eso fue lo que encontraron cuando abrieron el mausoleo.
—Eso jamás habría ocurrido si la hubieran embalsamado —dijo Big Barbara—. Muchas veces la gente se pone negra sobre la mesa del embalsamador. Eso quiere decir que les quedaba un resto de vida adentro; pero una vez que les inyectan el líquido de embalsamar, nadie vuelve a despertar. Si alguno de ustedes está presente cuando yo muera, quiero que se asegure de que me embalsamen.
—No