La sostenibilidad. Leonardo Boff

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La sostenibilidad - Leonardo Boff Reflexiones ecológicas

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crecimiento, suscitando acaloradas discusiones en los medios científicos, en las empresas y en la sociedad.

      La alarma ecológica provocada por este informe hizo que la ONU se ocupara del tema. En este sentido, entre el 5 y el 16 de junio de 1972 se celebró en Estocolmo la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano, cuyos resultados no fueron demasiado significativos, aunque dio lugar a la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

      Otra conferencia, esta sumamente importante, se celebró en 1984 y dio origen a la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, cuyo lema era “Una agenda global para el cambio”. Los trabajos de esta comisión, formada por decenas de especialistas, se cerraron en 1987 con el informe de la primera ministra noruega, Gro Harlem Brundtland, con el sugerente título “Nuestro futuro común” (también conocido simplemente como Informe Brundtland).

      En dicho informe aparece claramente la expresión “desarrollo soste- nible”, definido como aquel que atiende a las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de atender a sus necesidades y aspiraciones. Esta definición ha llegado a hacerse clásica y a imponerse en casi toda la literatura relacionada con el tema.

      Como consecuencia del informe, la Asamblea de las Naciones Unidas decidió dar continuidad al debate, convocando para ello la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que se celebró en Río de Janeiro entre el 3 y el 14 de julio de 1992 y que es también conocida como la “Cumbre de la Tierra”. Esta conferencia produjo varios documen- tos, entre los que destacan especialmente la Agenda 21: Programa de acción global, con 40 capítulos, y la Carta de Río de Janeiro. La categoría “desarrollo sostenible” adquirió entonces carta de ciudadanía y constituyó el eje de todos los debates, apareciendo casi siempre en los principales documentos. En la Carta de Río de Janeiro se afirma claramente que todos los Estados y todos los individuos deben, como requisito indispensable para el desarrollo sostenible, cooperar en la tarea esencial de erradicar la pobreza, de forma que se reduzcan las disparidades en los distintos modelos de vida y se atienda mejor a las necesidades de la mayoría de la población del mundo. Se estableció también un criterio ético-político en el sentido de que los Estados deben cooperar, en un espíritu de sociedad global, a la conserva- ción, protección y restablecimiento de la salud y la integridad de los eco- sistemas terrestres; frente a las distintas contribuciones a la degradación ambiental global, los Estados tienen responsabilidades comunes, aunque diferenciadas.

      Esta declaración tuvo buena aceptación y dio ocasión a todos los países a comprometerse en evaluar su propio desarrollo para que la sostenibili- dad quedase efectivamente garantizada. Un compromiso que en realidad apenas pudo cumplirse, como se constató en el Encuentro Río+5, celebrado en Río de Janeiro en 1997.

      Para los analistas era cada vez más clara la contradicción existente entre la lógica del desarrollo de tipo capitalista, que procura siempre maximizar el lucro a expensas de la naturaleza, creando grandes desigualdades sociales (injusticias), y una dinámica del medio ambiente regida por el equilibrio, la interdependencia entre unos y otros y el reciclaje de todos los residuos (la naturaleza no conoce los desechos).

      Semejante impasse provocó una nueva convocatoria, por parte de la ONU, de una Cumbre de la Tierra sobre el Desarrollo Sostenible, que tuvo lugar en Johannesburgo entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre de 2002 y que contó con representantes de 150 naciones, además de la presencia de las grandes corporaciones, de científicos y de militantes de la causa ecológica. Si en la Eco-92 de Río reinaba todavía un espíritu de cooperación, favo- recido por la caída del imperio soviético y del muro de Berlín, en Johannes- burgo fue patente la feroz disputa por intereses económicos corporativos, especialmente por parte de las grandes potencias, que boicotearon el de- bate sobre las energías alternativas en sustitución del petróleo, altamente contaminante.

      Johannesburgo se clausuró con una gran frustración, pues se había per- dido el sentido de inclusión y de cooperación, predominando las decisiones unilaterales de las naciones ricas, apoyadas por las grandes corporaciones y por los países productores de petróleo. Al tema de la salvaguarda del planeta y la preservación de nuestra civilización apenas se hizo alguna que otra referencia marginal. Se habló de sostenibilidad, pero esta no constituyó la preocupación central.

      El saldo positivo de todas estas conferencias de la ONU ha sido una mayor conciencia, por parte de la humanidad, respecto del problema ambiental, aun cuando todavía reine el pesimismo en un buen número de personas, de empresas y hasta de científicos. Sin embargo, los eventos extremos se han multiplicado de tal forma que hasta los escépticos comienzan ya a tomarse en serio el tema de los cambios climáticos de la Tierra.

      La expresión “desarrollo sostenible” comenzó a emplearse en todos los documentos oficiales de los gobiernos, de la diplomacia, de los proyectos de las empresas, en el discurso ambientalista convencional y en los medios de comunicación.

      El “desarrollo sostenible” es propuesto, bien como un ideal por alcan- zar, o como el calificativo de un proceso de producción o de un producto supuestamente fabricado de acuerdo con unos criterios de sostenibilidad, cosa que la mayoría de las veces no responde a la realidad. Lo que suele entenderse en este sentido es la sostenibilidad de una empresa que consigue mantenerse e incluso crecer, sin analizar los costos sociales y ambientales que ocasiona. Hoy día, el concepto está tan manido que se ha convertido en un modismo, sin que se esclarezca o se defina críticamente su contenido. A finales de junio de 2012 tuvo lugar en Río de Janeiro una megaconfe- rencia, otra Cumbre de la Tierra, promovida por la ONU y conocida como Río+20, que intentó hacer un balance de los avances y retrocesos del bino- mio “desarrollo y sostenibilidad” en el marco de los cambios producidos por el calentamiento global y por la evidente crisis económico-financiera iniciada en 2007, que ha afectado al sistema global a partir de los países centrales del orden capitalista, profundizándose cada vez más a partir de 2011. Los temas centrales de Río+20 fueron: sostenibilidad, economía verde y gobernanza global del ambiente.

      Desafortunadamente, el documento definitivo: “El futuro que quere- mos”, cuya redacción final fue confiada a la delegación brasileña, por falta de consenso entre los 193 representantes de los pueblos, no logró proponer meta concreta alguna para erradicar la pobreza, controlar el calentamiento global y salvaguardar los servicios ecosistémicos de la Tierra. Por tímido y vacío, no ayudará a la humanidad a salir de su crisis actual. En este mo- mento, no avanzar es retroceder.

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