La sostenibilidad. Leonardo Boff

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La sostenibilidad - Leonardo Boff Reflexiones ecológicas

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por lo que se refiere a los insectos que garan- tizan la polinización de las plantas); la deforestación, que afecta al régimen de aguas, de sequías y de lluvias; la acumulación excesiva de desechos in- dustriales, que no sabemos cómo eliminar o reutilizar; la contaminación de los océanos, que ven cómo aumenta su nivel de salinización; y finalmente, como consecuencia de todos estos factores negativos, el calentamiento global que a todos nos amenaza indistintamente.

      La Evaluación Ecosistémica del Milenio, organizada por la ONU entre 2001 y 2005 y en la que se vieron implicados cerca de 1,300 científicos de 95 países, además de otras 850 personalidades de la ciencia y de la política, reveló que, de los 24 servicios ambientales esenciales para la vida (limpieza del agua y del aire, regulación de los climas, alimentos, energías, fibras, etcétera), 15 de ellos se encontraban en proceso de degradación acelerada.

      En enero de 2015, 18 científicos publicaron en la famosa revista Science un estudio sobre “Los límites planetarios: guía para el desarrollo humano en un mundo en mutación”. Enumeraron nueve factores fundamentales para la continuidad de la vida; entre ellos mencionaron el equilibrio de los climas, la conservación de la biodiversidad, la preservación de la capa de ozono y el control de la acidez de los océanos, entre otros. Todos se encontraban en estado de erosión, pero dos los calificaban de especialmente degradados, en sus “límites fundamentales”: el cambio climático y la extinción de las especies. La ruptura de estas dos fronteras fundamentales, según los cien- tíficos, puede llevar a la civilización al colapso.

      En otras palabras, estamos destruyendo las bases químicas, físicas y ecológicas de nuestro futuro. Esta destrucción obedece a la voluntad de unos pocos millones de seres humanos sumamente poderosos. Fred Pearce, autor del famoso libro Peoplequake (“El terremoto poblacional”), publicó un artículo en New Scientist (26-09-2009) donde proporcionaba los siguientes datos: los 500 millones de personas más ricas (7% de la población mundial) son responsables del 50% de las emisiones de gases de efecto-inverna- dero, mientras que los 3,400 millones más pobres (50% de la población) son causantes tan solo del 7% de dichas emisiones, causantes a su vez del calentamiento global.

      En este contexto, ¿debemos prestar especial atención a la denominada huella ecológica de la Tierra, es decir, a todo cuanto, en términos de suelo, de nutrientes, de agua, de bosques, de pastos, de mar, de plancton, de pesca, de energía, etcétera, necesita el planeta para reponer lo que le ha sido arrebatado por el consumo humano?

      El informe Living Planet (“El planeta vivo”) de 2010, reveló que la huella ecológica de la humanidad se ha más que duplicado desde 1996. Los resul- tados de la Red de la Huella Global (Global Footprint Network) del año 2011, nos llevan a pensar en los riesgos que estamos corriendo. He aquí los datos que nos ofrece:

      En 1961 necesitábamos tan solo el 63% de la Tierra para atender a las demandas humanas. En 1975 ya necesitábamos el 97 por ciento. En 1980 exigíamos el 100.6% de Tierra, por lo que necesitábamos más de una Tierra. En 2005, la cifra había llegado al 145%; es decir, se necesitaba casi una Tierra y media para estar a la altura del consumo general de la humanidad. En 2011 nos acercábamos ya al 170% de demanda, muy cerca ya de las dos Tierras... De seguir a este ritmo, en el año 2030 tendremos necesidad al menos de tres planetas iguales a esta única Tierra que ya tenemos. Si quisiéramos, hipotéticamente, universalizar para toda la humanidad el nivel de consumo de que disfrutan los países ricos (EUA, la Unión Europea y Japón), aseguran los biólogos y cosmólogos que harían falta cinco planetas Tierra, lo cual es absolutamente irracional (Robert Barbault, Ecologia Geral, 418).

      Dicho con una expresión tomada de la vida cotidiana: la Tierra se en- cuentra, hace ya bastante tiempo, “en números rojos”. Necesita más de un año y medio para reponer lo que le hemos sustraído durante un año. En otras palabras, la Tierra ya no es sostenible. ¿Cuándo entrará en quiebra?

      ¿Qué será de nuestra civilización y de las generaciones presentes y futuras cuando nos falten los medios de vida indispensables para nuestra propia supervivencia y para llevar adelante los proyectos humanos, cada vez más nuevos y exigentes?

      Como es fácil deducir, necesitamos garantizar la sostenibilidad general del planeta, de los ecosistemas y de nuestra propia vida. Se trata de una cuestión irrenunciable, si queremos seguir viviendo. Como muy acertadamente adver- tía Mijail Gorbachov en 2002, en el transcurso de las reuniones del grupo que forma la “Iniciativa Carta de la Tierra”, “necesitamos un nuevo paradigma de civilización, porque el actual ha llegado a su término y ha agotado sus posibilidades. Tenemos que llegar a un consenso sobre nuevos valores; de lo contrario, en treinta o cuarenta años la Tierra podrá existir sin nosotros”.

      Hasta la aparición del ser humano, hace entre cinco y siete millones de años, la Tierra se regía instintivamente por las fuerzas que determinaban el funcionamiento del universo y de ella misma. Una vez aparecido el ser humano, la Tierra se atrevió a asumir el riesgo de confiar su destino a uno de sus productos, la comunidad humana, y decidir sobre el futuro de sus sistemas vitales básicos. Es este un acontecimiento tan importante como la aparición de la propia vida. Como especie, los humanos nos hacemos responsables de la vida o la muerte de las demás especies y hasta de la nuestra propia. De ahí la exigencia de reflexionar sobre la sostenibilidad y sobre nuestra capacidad y responsabilidad de garantizarla para toda la comunidad de vida.

      Es propio de la geofísica de la Tierra el que de vez en cuando (se calcula que aproximadamente cada 26,000 años) cambie de clima: unas veces, más frío; otras, más cálido. En cualquier caso, su temperatura media se halla en torno a los 15 grados centígrados, óptima para la conservación de la vida. En los últimos siglos, desde el comienzo del proceso de industrialización, se han venido lanzando a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases con efecto-invernadero, como son el dióxido de carbono, los nitritos o el metano, que es 23 veces más agresivo que el dióxido de carbono y otros gases. De ese modo, el calentamiento de la Tierra ha ido creciendo progre- sivamente hasta alcanzar un nivel realmente peligroso, como fue detectado y denunciado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en inglés), en el que más de un millar de científicos, reunidos en París el 2 de febrero de 2007, constataron que no nos encaminamos hacia el tan temido calentamiento global, sino que ya estamos inmersos de lleno en él. No falta mucho para que el aumento de la temperatura llegue a los 2 grados centígrados. Lo cual exige dos medidas fundamentales: la primera, adaptarse a la nueva situación, y quien no lo consiga, como es el caso de muchas especies de seres vivos, estará condenado a ir desapareciendo; la segunda medida consiste en tratar, por todos los medios posibles, de mitigar los efectos nocivos para la biosfera y para la especie humana.

      Tales medidas solo surtirán efecto si la humanidad como un todo se propone seriamente reducir la emisión de gases contaminantes y causantes del calentamiento. El protocolo de Kyoto, en torno al cual se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de la Tierra, preveía una reducción del 5.2% de dichos gases. Pero los principales países contaminantes, como los Estados Unidos y China, no suscribieron tales medidas. El dato, con todo, no deja de ser ridículo, porque la comunidad científica aconseja urgentemente la reducción de al menos un 60% de esos gases nocivos.

      El calentamiento global esconde hechos realmente extremos: por una parte, arrasadoras inundaciones; por otra, tórridas sequías, la irrupción de devastadores huracanes, el hambre de millones de seres vivos, la des- trucción de cosechas..., provocando la emigración de poblaciones enteras y el alza de los precios de los alimentos (commodities), así como la disputa y auténticas guerras tribales por espacios y recursos.

      El tema del calentamiento global resulta polémico y es rechazado por muchos, especialmente por representantes de grandes corporaciones, obcecados por sus propios intereses económicos. Pero es un hecho que puede constatarse de un modo cada vez más convincente, como

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