La sostenibilidad. Leonardo Boff

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La sostenibilidad - Leonardo Boff Reflexiones ecológicas

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Comenzamos por dicho proceso porque en los últimos decenios ha venido produciéndose lo que en 1944 el conocido economista húngaro-canadiense Karl Polanyi († 1964) denominó La gran transformación. El modo de producción industrialista, consumista, despilfarrador y con- taminante consiguió hacer de la economía el principal eje articulador y constructor de las sociedades. El mercado libre se transformó en la realidad central, sustrayéndose al control del Estado y de la sociedad, cambiándolo todo en mercancía: desde las realidades sagradas y vitales, como el agua y los alimentos, hasta las más obscenas, como el tráfico de personas, de drogas y de órganos humanos. La política fue vaciada de contenido o sometida a los intereses económicos, y la ética se vio enviada al exilio. Lo bueno es ganar dinero y hacerse rico, no ser honrado, justo y solidario.

      Con el fracaso del socialismo real a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, los ideales y características del capitalismo y de la cultura del capital resultaron exacerbados: la acumulación ilimitada, la competi- tividad, el individualismo...: todo se resumía en la máxima greed is good, es decir, “el afán de lucro es bueno”.

      El capital especulativo adquirió prominencia sobre el capital pro- ductivo. Es decir, que es más fácil ganar dinero especulando con dinero que produciendo y comercializando productos. La diferencia entre un tipo y otro de capital raya en el absurdo: 60,000 billones de dólares es el monto total de los procesos productivos, mientras que son 600,000 los billones de dólares que circulan por las bolsas como derivados o papeles especulativos.

      La especulación y la fusión de grandes conglomerados multinacionales han transferido una cantidad inimaginable de riqueza a unos cuantos grupos y familias. El 20% más rico de la población consume el 82.4% de las riquezas de la Tierra, mientras que el 20% más pobre ha de contentarse con tan solo el 1.6 por ciento. Las tres personas más ricas del mundo poseen unos acti- vos superiores a toda la riqueza de los 48 países más pobres, donde viven 600 millones de personas. Doscientas cincuenta y siete personas acumulan más riqueza que 2,800 millones de individuos, el equivalente al 45% de la humanidad. Actualmente, el 1% de los estadounidenses gana lo correspon- diente a la renta del 99% de la población. Son datos proporcionados por Noam Chomsky, uno de los intelectuales más respetados de los Estados Unidos y crítico severo del actual rumbo de la política mundial.

      Hoy hay cada vez menos países ricos, cuyo lugar ha sido ocupado por grupos sumamente opulentos que se han enriquecido especulando, sa- queando los dineros públicos y las pensiones de los trabajadores, además de devastar globalmente la naturaleza.

      Lo que es demasiado perverso, como es el caso de la realidad que acabamos de referir, no tiene en sí mismo ninguna sostenibilidad. Llega un momento en que la farsa se desenmascara. Fue lo que ocurrió en 2008 con la explosión de la bolsa especulativa, que desencadenó la crisis eco- nómico-financiera en las naciones centrales (EUA, Europa y Japón), con repercusiones en todo el sistema, con mayor o menor intensidad en unos países que en otros.

      La estrategia de los poderosos consiste en salvar el sistema financiero, no en salvar nuestra civilización y garantizar la vitalidad de la Tierra.

      El papa Francisco hace constar en su encíclica sobre cómo habitar la Casa Común, que “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”... Por eso, hoy “cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (LS, n. 56).

      El genio del sistema capitalista se caracteriza por su enorme capacidad de encontrar soluciones para sus crisis, generalmente promoviendo la destruc- ción creativa. De este modo, gana destruyendo un sistema y gana también reconstruyéndolo. Pero esta vez ha topado con un obstáculo insalvable: los límites del planeta Tierra y la cada vez mayor escasez de bienes y servicios naturales. O encontramos otra forma de producir y asegurar la subsistencia de la vida humana y de la comunidad de vida (animales, bosques y demás seres orgánicos), o tal vez asistamos a un fenomenal fracaso, a una grave catástrofe social y ambiental.

      La sostenibilidad de una sociedad se mide por su capacidad de incluir a todos y garantizarles los medios necesarios para una vida suficiente y decente. Pero ocurre que la crisis que asuela a todas las sociedades ha desgarrado el tejido social y ha arrojado a millones de seres humanos a la marginalidad y la exclusión, creando una nueva clase de gente: la de los desempleados estructurales y los precarizados, es decir, la de quienes se ven obligados a realizar trabajos inestables y con bajísimos salarios.

      Hasta que hizo su aparición la crisis económico-financiera de 2008, había en el mundo 860 millones de personas que pasaban hambre. Hoy son más de 1,000 millones. Los desgarradores gritos de los hambrientos y los mise- rables se elevan al cielo, pero son pocos los que oyen sus lamentos. Hemos alcanzado unos niveles de barbarie y de inhumanidad como en muy pocas épocas de nuestra historia.

      Existe una lamentable falta de solidaridad entre las naciones, ninguna de las cuales ha destinado, como se había acordado oficialmente, ni siquiera el 1% de su Producto Interior Bruto a mitigar el hambre y las enfermedades que esta produce y que devastan inmensas regiones de África, Latinoamérica y Asia. El grado de humanidad de un grupo humano se mide por su nivel de solidaridad, de cooperación y de compasión frente a sus semejantes en necesidad. Según este criterio, somos inhumanos y perversos, hijos e hijas infieles de la Madre Tierra, siempre tan generosa para con todos.

      Con enorme énfasis, el papa Francisco sostiene que las grandes mayorías que viven en los países pobres serán las primeras víctimas de los cambios climáticos.

      Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particular- mente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y de protección (LS, n. 25). El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos (LS, n. 51).

      En términos globales, podemos afirmar que la convivencia entre los hu- manos es vergonzosamente insostenible, puesto que no garantiza losmedios de vida necesarios para una gran parte de la humanidad. Todos co- rremos el peligro de atraer sobre nosotros la ira de Gaia (cf. J. Lovelock, La venganza de la Tierra, Planeta, Barcelona 2007), que es paciente para con sus hijos e hijas, pero que puede ser terrible para quienes sistemáticamente se muestran hostiles a la vida y ponen en peligro la vida de los demás. Tal vez Gaia no desee tenerlos más en su seno y acabe eliminándolos de alguna forma solo de ella conocida (catástrofe planetaria, bacterias inatacables, guerra nuclear generalizada...).

      El actual modo de producción, que aspira al más elevado nivel posible de acumulación (“¿cómo puedo ganar más?”), conlleva la dominación de la na- turaleza y la explotación de todos sus bienes y servicios. Para ello se utilizan todas las tecnologías imaginables, desde las más sucias, como son las ligadas a la minería y a la extracción de gas y de petróleo, hasta las más sutiles, que utilizan la genética y la nanotecnología. La mayor agresión para el equilibrio vital de Gaia es el uso intensivo de agrotóxicos y pesticidas, pues devastan los

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