La persona en la empresa y la empresa en la persona. Carlos Ruiz González

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degradado, según Marx, a una actividad “enajenante”, pues éste no le pertenece al trabajador, quien tiene que sacrificar la energía de su espíritu y la fuerza de su cuerpo en beneficio de otro.[14] Su consecuencia más palpable sería a la postre la instauración de los regímenes comunistas, que teóricamente se propusieron la abolición de las clases sociales y la apropiación de los medios de producción por parte de la única clase que históricamente persistiría, es decir, el proletariado.

      Las críticas a la ideología anterior no se hicieron esperar; se enfocaron tanto en elementos concretos de la obra de Marx, como en las interpretaciones que de ésta hicieron las organizaciones políticas y los intelectuales socialistas o comunistas posteriores; empero, su preocupación se centró más bien en la moralidad o viabilidad de los nuevos sistemas económicos derivados de las distintas ramas de la ideología marxista, así como en el papel del Estado y su función reguladora. Por su parte, las naciones autodenominadas “capitalistas” se enfrentaron al reto de generar diversos mecanismos de control que impidiesen la explotación laboral en un sistema de libre mercado y proporcionar en cambio condiciones más dignas para el desempeño del trabajo.

      Tanto el surgimiento del liberalismo económico como de su crítica marxista detonaron el interés por el estudio del tema del trabajo desde distintas perspectivas y disciplinas. Sin embargo, esta renovada atracción intelectual mantuvo en casi todas sus vertientes el mismo denominador común: una concepción meramente utilitaria. El trabajo es únicamente el medio para ganarse la vida y colocarlo como fin vital resulta perverso.

      Este orden de ideas es el que ha inspirado en gran medida el contenido de esta investigación: si bien para muchos resulta difícil aceptar que el trabajo productivo es fuente de dignificación personal, vehículo para el desarrollo de las capacidades personales y, en suma, un medio para ensanchar el espíritu, el propósito de este estudio es mostrar que se trata de una actividad indispensable, no sólo para garantizar la supervivencia de la humanidad en un sentido meramente material, sino más aún, para el despliegue de su condición racional, por lo que es necesario reconocer que se trata además de una labor fundamental, de una obligación moral y social devenida de nuestra propia naturaleza, indispensable para construir una vida plena y armónica. En consecuencia, la actividad económica en general –antes despreciada y relegada por algunos filósofos como actividad servil e inferior– se evidencia hoy como un instrumento relevante para alcanzar un objetivo superior: el desarrollo humano y social. Pero no sólo eso, si el trabajo productivo en todas sus vertientes actuales se ha erigido como la actividad más importante de nuestros tiempos, es preciso que las empresas contemporáneas asuman con plena conciencia la responsabilidad que tienen, pues al propiciar el trabajo en la mayoría de sus formas actuales, se han convertido en sitios de desarrollo e identificación social y personal.

      Si las personas contemporáneas se revelan a si mismas en su trabajo, la empresa toma preeminencia al ser uno de los lugares más importantes donde de forma organizada se lleva a cabo dicha revelación. En consecuencia, el desarrollo de un programa sobre filosofía de la empresa y, en particular, sobre los principios antropológicos que subyacen a la empresa, como el que se propone en esta investigación, tiene como uno de sus principales objetivos llamar la atención sobre la necesidad de examinar filosóficamente no sólo el trabajo, sino también a la empresa moderna, y colocar ambos temas, así como todos aquellos relacionados, entre los nuevos problemas de interés especulativo.

      Una revalorización de la importancia antropológica de la empresa permite, además, llamar la atención sobre un tercer obstáculo que posiblemente ha limitado el impulso de un proyecto como el que ahora nos proponemos desarrollar: en la actualidad, el papel de la filosofía respecto de la empresa se ha visto sumamente restringido al desarrollo de una pequeña área relacionada: la ética empresarial o la ética en los negocios, que en la mayoría de los casos se limita al estudio de los valores que deben orientar la acción de las organizaciones económicas, desarrollados muchas veces sobre suposiciones metafísicas y éticas no explicitadas, poco estructuradas o poco fundamentadas. Desde luego, resulta imposible negar la relevancia de este vínculo, que en todo caso debería ser más bien supeditación (de los principios de la empresa a los de la ética). Sin embargo, las especulaciones que la propia filosofía puede aportar a la empresa no se reducen únicamente a la enumeración de valores morales a los cuales ésta se debe atener. Por el contrario, el amplísimo bagaje teórico con el que cuentan sus representantes, su capacidad de análisis, así como

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