La persona en la empresa y la empresa en la persona. Carlos Ruiz González

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no se reduce únicamente al deseo de una mayor comprensión del fenómeno de la empresa en términos filosóficos, sino también, y más importante aún, a que dicha comprensión sirva como guía para construir mejores empresas, unidades económicas de producción y distribución de bienes y servicios que sean más acordes con sus elementos y fines propios. Así, queda delimitado el carácter del presente estudio. Se trata de una investigación filosófica –pues se inquiere por las causas–, sobre la empresa, que se circunscribe al ámbito de lo práctico, es decir, aquél donde, de acuerdo con santo Tomás de Aquino, se estudia a la razón en cuanto que considera las acciones voluntarias,[22] pues nuestro propósito último no es el de saber más, sino el de actuar mejor, “ya que de otro modo ningún beneficio obtendríamos de ella”.[23]

      Desde luego, esto no significa que nuestro estudio, o el modelo devenido de él, sea exhaustivo, pues no dudamos que en un futuro se elaboren modelos y teorías más completas que puedan juzgar con mejores parámetros lo que se ha intentado en este trabajo. En cambio, quizá el aporte más valioso radica en la reconsideración de la empresa como un instrumento positivo para la sociedad y para las personas que se desempeñan en ella, no sólo en cuanto trabajador, sino en cuanto persona, contra otras perspectivas obstinadas en clasificarla como un dispositivo “opresor” que juega en favor del mercado y en contra de los trabajadores. Pero esto sólo será posible siempre y cuando ésta se fundamente a sí misma en consonancia con la naturaleza de sus elementos constitutivos, y particularmente con el más importante de ellos, a saber, el ser humano. Más aún, dicha reconsideración no debe llevarse a cabo sin el aporte especulativo que puede dar la filosofía. Por ende, nuestro propósito último es llamar la atención sobre algunos de los problemas que deben formar parte del itinerario de las investigaciones filosóficas que se emprendan sobre el tema de la empresa, así como apuntar a sus posibles soluciones, cuya pertinencia sólo podrá ser juzgada a posteriori.

      [1] Carlos Llano, Análisis de la acción directiva, México, Limusa Noriega Editores, 1996, p. vii.

      [2] Con esto queremos decir que cuando una empresa cualquiera afirma sostener cierta “filosofía”, ésta se reduce, en la mayoría de los casos, a una breve y en ocasiones poco profunda descripción de los valores que la caracterizan.

      [3] En México son muy pocos los autores que se han dedicado a escribir sobre el tema de la empresa desde una perspectiva filosófica. En el ámbito internacional es posible encontrar mayores ejemplos entre los que se encuentran Adela Cortina, Robert Solomon, Rafael Alvira, Juan Antonio Pérez-López, Pablo Cardona, Alberto Ribera y Josep Rosanas.

      [4] Cuando hablamos de productivo nos referimos a cualquier trabajo que produce cosas, ya sea materiales o intangibles, que tienen vida independiente del sujeto productor. En este sentido, la administración o la dirección de empresas también son trabajos productivos en tanto que producen, por ejemplo, la configuración de una organización. Este concepto quedará más claro en el primer capítulo de esta obra, al tratar el concepto aristotélico de poíesis.

      [5] Cfr. Platón La República, Madrid, Gredos, 1981, III, XX, 451a.

      [6] Cabe aclarar que Aristóteles sí hizo un estudio sobre el tipo de actividad que representaba el trabajo productivo al cual designa con el calificativo de poiético y que será objeto de investigación más adelante. Sin embargo, eso no excluye el poco aprecio que tuvo el estagirita por el trabajo manual, que se encuentra en condición de inferioridad respecto de la contemplación teorética y la actividad política. Cfr. Aristóteles, Política, Madrid, Gredos, 2000, III, 5, 1278a 3 y VII, 9, 1328b 3.

      [7] Cfr. Ibid., VIII, 2, 1337b 9-15.

      [8] Utilizamos el término económicas en su sentido etimológico más primitivo, como el arte de administrar (νέμεωιν) un hogar o un patrimonio (οἶκος), y que en su sentido aristotélico se entiende como el “arte de utilizar” (Cfr. Ibid., I, 8, 1256b 13-15).

      [9] En este punto seguimos parcialmente la tesis de Max Weber, para quien la incubación del sistema capitalista en los países de mayoría católica fue mucho más difícil debido en parte al cariz predominantemente “ascético” propio de la religión, que despreciaba el éxito mundano en beneficio de la vida contemplativa. Cfr. Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Premia Editora, México, 1991, pp. 15 y ss. Aunque esta tesis weberiana ha sido ampliamente criticada debido a su carácter un tanto reduccionista –el ethos religioso protestante como explicación del surgimiento y preponderancia del sistema capitalista en gran parte de los países llamados occidentales–, nos parece un tanto acertada la idea de que el advenimiento del cristianismo, y su poderoso influjo, principalmente durante la Edad Media y el Renacimiento, influyeron decisivamente en la jerarquización de los fines considerados como valiosos, respecto de los cuales quedaron rebajadas las cuestiones mercantiles, calificadas como “mundanas”. Esta postura también explicaría en parte el nulo avance que hubo en cuestiones relacionadas con la administración durante aquellas épocas, de lo cual se queja por ejemplo Claude S. George, en su libro History of Management Thought: “Durante la época medieval no se escribió virtualmente ningún libro concerniente a los conceptos de administración. Esto no es sorprendente cuando nos detenemos a considerar el ambiente, los autores y sus factores. El pueblo vivía bajo condiciones hostiles […]. Quienes escribían eran escribas, miembros de órdenes religiosas, o líderes instruidos de la corte. Los libros fueron laboriosamente escritos a mano y sólo los conceptos más importantes fue valioso registrarlos bajo esas tediosas y penosas circunstancias. Los temas típicos incluyeron la religión, el gobierno del reino, las empresas bélicas y las leyes de la tierra […]. No se le dio alta prioridad al arte de la administración, a pesar de su importancia para cada uno de esos grupos […]. No es sorprendente, bajo esas circunstancias, que pocos o ningún escrito sobre administración se realizara durante ese periodo”. Claude George, Lourdes Álvarez, Historia del pensamiento administrativo, México, Pearson Education, 2005, p. 27.

      [10] Friedrich Meinecke define la razón de Estado de la siguiente manera: “Razón de Estado es la máxima del obrar político, la ley motora del Estado. La razón de Estado dice al político lo que tiene que hacer, a fin de mantener al Estado sano y robusto. Y como el Estado es un organismo, cuya fuerza no se mantiene plenamente más que si le es posible desenvolverse y crecer, la razón de Estado indica también los caminos y las metas de este crecimiento... La ‘razón’ del Estado consiste, pues, en reconocerse a sí mismo y a su ambiente y en extraer de este conocimiento las máximas del obrar”. Friedrich Meinecke, La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, p. 3. Esta idea se atribuye originalmente a Maquiavelo, fundador de la filosofía política moderna, quien sostenía la autonomía de lo político respecto de lo ético y lo moral. Cfr. Felipe Giménez Pérez, “La Razón del Estado en Maquiavelo y el antimaquiavelismo español y particularmente en Quevedo”, en El Catoblepas, Revista Crítica del Presente, núm. 13, 2003, p. 19.

      [11] Cfr. Nicolás Maquiavelo, El príncipe, México, Porrúa, 2003, particularmente capítulo XVIII.

      [12] Inmanuel Kant, “¿Qué

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