Cachacos en el Llano, llaneros por adopción.. Julio Izaquita
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La cabalgata de las sombras
Pero en las labores ganaderas no son las reses lo más importante para el vaquero. El animal privilegiado en la vaquería es el caballo. Hombre y caballo forman uno solo frente a la manada y el toro. De allí proviene la importancia y la singularidad del ancestral rito llanero de la doma del potro. Es mucho más que una práctica o un trabajo de vaqueros. Tampoco es solamente la domesticación de un animal salvaje que vive libre en sus campos sin fin. La doma del potro de los viejos llaneros, que tal vez sobreviva en algunas regiones, es la fusión vital entre el jinete y el caballo. Porque no es solo la aplicación de unas técnicas y unos procedimientos bien conocidos para someter a la bestia, donde al final resulta que ya puede ser montada, incluso por cualquiera. No. En la vida de los vaqueros llaneros a la antigua, los que se dedicaban a la ganadería, el inicio auténtico en su condición de vaquero, a la edad que fuese, se efectuaba en el rito de la doma de su potro.
Y el posesivo tiene aquí su importancia, pues no define una propiedad sino un vínculo del animal con su jinete. Ese vínculo es un vínculo de reciprocidad. Para el vaquero llanero es el primer caballo que doma y para el caballo es su paso del mundo salvaje al de la cultura, o sea, su domesticación utilitaria por el hombre. Una vez sometido el potro, es decir, cabalgado con montura y sin resistencia, se diría que ha terminado el asunto y lo que sigue es el adiestramiento para el trabajo o lo que sea. En realidad, y es la singularidad de la doma ancestral del potro llanero, es allí donde comienza la consagración del rito en el que hombre y caballo parten hacia la cabalgata de las sombras.
Una parte importante de la vida de los llaneros de antaño sucede en la noche. En general, en las tierras cálidas del trópico las noches son climáticamente distintas, y muy distintas, a las de las tierras altas frías. En tierra caliente las noches refrescan el ardiente día y en las tierras frías por lo común lo emparaman. De allí la tendencia a resguardarse en estas últimas al anochecer y, por el contrario, a tomar un agradable respiro al aire libre en las primeras. El respiro puede ser largo hasta permitir, con cierta desenvoltura, una vida a espacio abierto en la noche. La doma del caballo terminaba en la noche, porque la noche hacía y hace parte de la vida de los vaqueros llaneros. Cuando se arrea una manada en la extensión de los campos abiertos de estas tierras planas y cálidas, en la noche se le canta al ganado2. Se le canta para que no se agite, para que no salga en estampida, que es la pesadilla de los vaqueros. El canto del vaquero tranquiliza al ganado. También a los caballos, con los que ha forjado un vínculo de alianza desde la doma de su potro.
La doma del caballo se hacía en varias etapas. Primero se encerraban los potros dispersos en libertad en las sabanas para ser llevados a los corrales de los ranchos. Una vez allí, el vaquero escogía la bestia que haría suya en el rito de la doma. Luego se le enlazaba, labor que sin duda requiere destreza con el lazo. Y se le acercaba a otro potro padrino montado por un vaquero para habituarlo a la presencia de las cabalgaduras y reducir su rechazo al siguiente paso: la primera monta. Esta se hace preferiblemente sin silla ni aperos, pues inducen mucha agresividad en los potros cerreros (salvajes) y también pueden producir accidentes graves de llegar a quedar enredado un vaquero entre ellos debido a una caída. Las corcovadas de un potro son una de las imágenes más conocidas y peligrosas de estas faenas. Es otro de los espectáculos salidos de las formas de vida cotidiana.
Así, jinete y potro tienen su primer encuentro cuerpo a cuerpo, que es como un enfrentamiento de dominación mutua. El caballo prefiere su existencia salvaje y el vaquero busca hacerlo entrar en el orden de la cultura, es decir, de la domesticación. Bestia y hombre baten sus fuerzas en lidia. El jinete sobre el lomo desnudo del potro no tiene más agarre que la crin del animal y la fuerza de sus piernas contra sus costillas. Si esta etapa pasa con éxito, es probable que después de muchos golpes y caídas, el animal se rinde, pero aún no está domado; solo está listo para la consagración del vaquero en la cabalgata de las sombras.
Una nueva cabalgadura parte al anochecer. Los últimos arreboles destellan entre las penumbras de los matorrales en los alrededores. Jinete y potro serán uno solo hasta su regreso. Al potro le han puesto unas anteojeras para que no vea. Ahora queda a merced de sus demás sentidos que se agudizan. El jinete le habla o le susurra al caballo para alentarlo, calmarlo y asegurarle que está con él, y para evitar que se desboque. En medio de la oscuridad, los ojos de los dos son los del jinete, pero el caballo lo percibe todo también de otra manera. En su recorrido todo lo que no sea pasto bajo o tierra llana es un obstáculo o una trampa. Piedras, huecos, arbustos, surales, baches en el terreno, hasta el ruido de las chicharras y los animales de la noche previenen al vaquero. Éste debe asegurarse en su caballo y librarse de espantos y temores, pues su caballo percibe estas emociones y no se sabe cómo pueda reaccionar. Esta cabalgata de iniciación en la vaquería, hecha en la noche, pone a prueba las capacidades del hombre y del animal, forjando un vínculo de alianza entre ambos, pues juntos arriesgan la vida o tener un accidente durante la travesía. La noche templa el brío de los dos. El mismo que necesitarán frente a los toros, los potros y sus manadas.
La cuenca del río Upía
Ganado, potros, mulas y burros pastaban en la Mesa de San Pedro de la vereda Matasuelta. En la época de los herrajes caprichosos esta vereda pertenecía al corregimiento de Villanueva, en el municipio de Sabanalarga (Casanare). Esos nombres designan una sección geográfica del suroccidente de Casanare, formada entre dos ríos, en uno de los cuales la geología abrió un cañón en sus costados en esta parte de su recorrido. Cuando se viaja por la región, el cañón y la formación de la meseta se observan claramente en el trayecto entre Tauramena y Monterrey. El cañón del río Túa delimita junto con el río Upía, al final de sus trayectos en el piedemonte llanero, esta particular meseta que se prolonga hasta sus desembocaduras en el río Meta.
Es una zona de confluencia hidrográfica de varios ríos que descienden de la cordillera oriental de los Andes colombianos hacia el Orinoco, formando en el mapa un tejido de hilos de agua que se prolonga hasta el río Meta, a donde llegan todas las aguas de esta parte de los llanos. El río Upía recoge, en el inicio de su parte baja saliendo de las montañas cerca a Sabanalarga, las aguas que provienen de la represa de Chivor, otra cuenca hidrográfica importante del oriente de Boyacá que abastece la hidroeléctrica del mismo nombre.
Figura 2. Mapa cuenca del río Upía
Es uno de los grandes ríos del piedemonte llanero y, como todos ellos, se desbordaba periódicamente en las temporadas de invierno anegando las tierras colindantes en sus orillas. Esta característica del río ha obligado a la formulación de planes de manejo a través de zonas de inundación con usos restringidos.
Pero si bien esta historia quiere describir un proceso de desarrollo en donde los factores económicos, institucionales y poblacionales ocupan los temas centrales, ha sido necesario hacer por lo menos una mención a ese pasado y a la gran variedad y riqueza del ecosistema de fauna y flora que conformaba y aún vive en esta geografía, también al subsuelo que ha adquirido últimamente más importancia que la superficie y el aire.
Al hablar del Llano casi siempre se retratan imágenes y se describen paisajes que ya no se ven cuando se viaja por las modernas carreteras que existen actualmente. El chigüiro de los esteros, la danta, el cachicamo, la lapa, el venado moteado, las corocoras rojas son animales que fueron desplazados por la ocupación humana del territorio y su desarrollo, algunos de ellos en riesgo de extinción. ¿Es inevitable? En cualquier caso ha sido una consecuencia de las formas de desarrollo que hemos implantado. Es necesario hacer un gran esfuerzo de imaginación para hacerse una idea de lo que fue este territorio en términos geográficos y ecológicos hace cincuenta años, en 1970, cuando había más animales que habitantes humanos.