Mitos y Leyendas del pueblo mapuche. Juan Andrés Piña
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Por las noches oímos los cantos, cuentos y adivinanzas a orillas del fogón respirando el aroma del pan horneado por mi abuela, mi madre, o la tía María mientras mi padre y mi abuelo —Lonko de la comunidad— observaban con atención y respeto.
Hablo de la memoria de mi niñez y no de una sociedad idílica.
Allí, me parece, aprendí lo que era la poesía las grandezas de la vida cotidiana, pero sobre todo sus detalles el destello del fuego, de los ojos, de las manos.
Sentado en las rodillas de mi abuela oí las primeras historias de árboles y piedras que dialogan entre sí, con los animales y con la gente.
Elicura Chihuailaf
El territorio mapuche es un mundo animado, lleno de ríos que tienen vida, de piedras que recuerdan a personas que murieron en tiempos de las grandes inundaciones, de animales, pájaros y seres de toda naturaleza que expresan sentidos, comunican sentimientos. Esa maravillosa vitalidad de este lugar es lo que está en el origen y en la base de la cultura mapuche. No tomar en serio esta dimensión espiritual del territorio significaría no comprender nada de la historia de la sociedad de los antiguos mapuches, nada del porqué de esta defensa impaciente de donde han vivido.
José Bengoa
La magia de los relatos
y la riqueza de una lengua
El presente volumen es una recopilación de los más importantes mitos y leyendas de origen mapuche que se conservan hasta hoy.
Aquí entendemos mito como una narración de acontecimientos extraordinarios, fantásticos y trascendentes relativos a lo cósmico, a la creación y destrucción del mundo y del ser humano, donde intervienen dioses y semidioses. Por ejemplo, cómo nació el universo, de qué manera fueron creadas las personas, qué hay más allá de la muerte y otros asuntos de carácter religioso. (Es el caso de la primera parte de este libro).
La leyenda, en cambio, es un género narrativo de transmisión oral que combina elementos reales y comprobables con otros maravillosos, y que se refiere a aspectos variados de naturaleza más común: por qué un lago del sur es salado, de dónde proviene el nombre de una flor, cómo se extinguió un volcán o de qué manera un espíritu poderoso ayudó a una comunidad. En muchos casos, las leyendas sirven para trasmitir valores. Ambos relatos son propios de todas las culturas.
Es importante enfatizar sobre la oralidad de los relatos contenidos en estas páginas. Ellos fueron narrados a través de distintas generaciones, recogidos por personas —especialistas o no— interesadas en preservar aquella memoria centenaria, quienes después publicaron sus registros y versiones, muchos de los cuales sirvieron de base para este libro. Entre las personalidades chilenas más destacadas en esta labor están Rodolfo Lenz, Ricardo Latcham, Oreste Plath, Yolando Pino y Sonia Montecino. Sin embargo, estos mitos y leyendas no tienen ninguna autoría, sino que constituyen una voz colectiva que traspasa el tiempo. Ello también explica que existan diversas versiones de una misma historia, dependiendo de quién lo narró y cuándo lo hizo.
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Sin duda que en este medio centenar de relatos se encontrarán muchas coincidencias con otros de culturas occidentales e incluso orientales. Ello tiene su origen en la sostenida relación que existió entre mapuches y españoles por casi tres siglos: el intercambio humano y comercial ocurrió, a pesar de que se trataba de pueblos en guerra, formando a través de las décadas un sincretismo cultural, es decir, el traspaso de elementos propios de una civilización a otra. Ello se prolongó después, ya en el siglo XIX, cuando fueron los chilenos quienes coexistieron con las comunidades mapuche.
En términos generales, al momento de llegar el ejército español hacía muchos siglos que los mapuche habitaban la zona que va desde lo que hoy llamamos valle del Aconcagua hasta la isla de Chiloé, en un proceso que habitualmente se ha denominado la Conquista. Entre otras comunidades que formaban parte de este pueblo originario estaban los moluches, gente de guerra o del Este, oriundos del otro lado de la cordillera, que se mezclaron con los mapuche a partir del siglo XII; los huilliches, gente del sur, que alcanzaron hasta las islas Guaitecas y se amalgamaron con los chonos en Chiloé, dando origen a los chilotes; los picunches, gente del Norte, que se extendieron desde Coquimbo hasta el río Itata; los pehuenches, gente del árbol pehuén, cazadores nómades de ambos lados de Los Andes, desde Chillán a Lonquimay; los changos, pescadores del litoral, entre los ríos Loa y Choapa; los puelches, habitantes al sur de Patagonia.
En 1550, cuando la población de todos estos grupos era cercana al millón de habitantes, Pedro de Valdivia se internó en La Araucanía en busca de oro, iniciándose lo que se llamó la Guerra de Arauco. Es conocida la férrea, extensa e incansable defensa de los mapuches de su territorio y de qué manera fueron aprendiendo tácticas de combate, como el uso del caballo, por ejemplo, animal que hasta ese momento no conocían.
A través de varias décadas, las batallas fueron sostenidas, triunfando alternativamente ambos bandos en pugna. Hubo periodos de relativa paz y otros de hostilidades sin tregua. Los parlamentos entre mapuches y españoles para alcanzar acuerdos comenzaron en 1641, comprometiéndose