Mitos y Leyendas del pueblo mapuche. Juan Andrés Piña

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Mitos y Leyendas del pueblo mapuche - Juan Andrés Piña

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en las últimas décadas se ha ido homogeneizando esta grafía y terminología. En este libro utilizamos las de uso más expandido y aceptado en la actualidad. Para facilitar la lectura, se incluye un glosario de nombres y términos que en cada una de las historias están en letra cursiva.

      3

      Los relatos contenidos en este volumen no solo hablan de una geografía determinada, de lugares o de personas específicas que los protagonizan, sino de un mundo mágico y remoto, poblado de espíritus que colaboran con la gente o se enfrentan a ellas. También tratan de seres humanos que consiguen una profunda relación con la naturaleza, al punto de que varios de ellos terminan transformados en piedras, ríos o árboles.

      Grandes creadores de los epew (cuentos), los mapuche fueron consolidando allí un vívido universo poblado de seres fantásticos, animales monstruosos, ríos y mares que cobran vida, entes sobrenaturales que conviven con la gente, flores y árboles sanadores, brujos y chamanes, ánimas tutelares, diluvios, terremotos y maremotos que cambian la fisonomía del lugar y volcanes indómitos habitados por espíritus que transforman su entorno.

      Así, estas lecturas ayudan a comprender, desde el punto de vista de la literatura, la cosmovisión de un pueblo que ha sido base de nuestro crecimiento como nación.

      Si bien es cierto muchos de estos relatos tienen influencias de la cultura occidental, como se dijo antes, aquí adquieren un renovado fulgor y una fuerte originalidad, marcados por el particular entorno geográfico y climático, por las costumbres y rituales del mundo mapuche, por su coherente religiosidad. Ya no son simples recreaciones o imitaciones, sino historias definitivamente originales.

      Respetando todo aquello, en esta recopilación se ha conservado un concepto cultural originario, evitando denominaciones propias de lo cristiano occidental lejanas al mundo mapuche; por ejemplo, príncipes, reyes, princesas, hadas, gnomos y tantos otros que son habituales en muchas de las antologías. Incluso en estas páginas hemos preferido el término comunidad antes que tribu, porque se acerca más al sentido de asociación grupal mapuche. También hemos evitado la denominación de cacique, que ellos nunca ocuparon para sí: es un nombre de origen antillano con que los españoles nominaron a las jefaturas que participaban en los parlamentos. De igual manera, no hay aquí tigres ni leones, porque ellos nunca existieron en la Araucanía, aunque sí los pumas.

      Al momento de la llegada de los españoles, el concepto de país o república (Chile) no existía ni tampoco el de frontera entre nosotros y Argentina. Aunque en menor cantidad, muchas comunidades mapuche habitaban en las zonas de Neuquén, Chubut, Río Negro y parte de la Patagonia (poyas, ranqueles, tehuelches, entre otros). Ello explica que varias de las narraciones de este libro se desarrollen, justamente, en el actual territorio argentino. Todos pertenecían a alguna comunidad de pueblos originarios: no eran ni chilenos ni argentinos.

      En el caso de este libro, no se incluyen los relatos de la isla de Chiloé. Aun cuando originariamente es un pueblo mapuche —formado por huilliches y chonos—, su extensa y riquísima mitología las hacen merecedoras de otro volumen, actualmente en proceso. Ahí se incluirán, además, mitos y leyendas de tehuelches, kawéskar, yámanas, selk’nam y aónikenk.

       Juan Andrés Piña

       Diciembre de 2020

Cherruve

       El origen del mundo

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      El mito de la creación del mundo

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      Antes, mucho antes, no había tierra ni agua, ni plantas ni árboles, ni mares ni lagos. Todo era nada. En ese tiempo de oscuridad, en los aires vivía un espíritu poderoso, Nguenechén. Con él vivían otros espíritus menores que le obedecían, porque él mandaba a todos.

      Entonces, los espíritus que no mandaban quisieron tener poder también, deseando no obedecer más al espíritu grande. Uno de ellos dijo: “Nosotros mandaremos ahora, porque somos muchos y aunque él es grande y poderoso, está solo”.

      Pero Nguenechén no estaba solo, ya que quedaban algunos otros espíritus que eran leales y querían siempre obedecer al jefe. Cuando el espíritu grande supo de esta sublevación, se enojó y mandó a que los espíritus buenos reunieran en un solo lugar a todos los malos. El espíritu grande estaba muy enojado, pataleaba y lanzaba fuego por sus ojos.

      Entonces, cuando todos los rebeldes estuvieron juntos, esperando qué ocurriría, fueron atrapados: los apilaron en un gran montón y cuando estuvieron así, el jefe ordenó a sus mocetones fieles que les escupieran encima. También escupió él, y por todas las partes donde caían los escupos los cuerpos se endurecieron como piedras. Quedaron todos encerrados en una gran roca. Y entonces el espíritu grande les puso un pie encima y volaron por el aire, por el mucho peso de todos los espíritus, los que cayeron. Al caer se partió esta gran bola y quedaron los pedazos esparcidos formando cerros y montañas.

      Entonces sucedió que no todos los espíritus eran de piedra, porque a los de adentro no les habían tocado los escupos. Estos espíritus eran de fuego vivo y se encontraron encerrados entre las piedras de los cuerpos de sus hermanos. Ellos querían salir y empezaron a trabajar, y cavaban y hacían hoyos como unos pozos, pero de nada servía. Y rabiaban y peleaban entre ellos, porque mutuamente se echaban la culpa de lo que había sucedido. Era tanto el fuego que tenían en el cuerpo y que los quemaba, que de repente reventaron las montañas donde estaban atrapados y surgieron grandes chorros de cenizas y un humo muy negro. También brotaban lenguas de fuego, aunque ellos no pudieron salir, porque no lo quería el espíritu que mandaba.

      Y así volaron con las cenizas y las llamas unos espíritus que no habían sido tan malos como los otros, pero que se habían encontrado en medio de esta pelea. A estos, el jefe les permitió salir, aunque no los quería recibir más entre sus espíritus fieles. Entonces los dejó así, colgados en los aires. Ellos son los que se ven de noche y que brillan como luces por el fuego que tienen en sus cuerpos y que llamamos estrellas.

      Los espíritus castigados lloraron días y noches por su condición de prisioneros y todo el llanto caía desde las montañas y arrastraba las cenizas y las piedras, y de esta manera se formaron las tierras, se apozaron las aguas y nacieron los mares y los ríos. Los espíritus malos se quedaron adentro de las montañas y estos son algunos de los pillanes, los que hasta hoy hacen reventar con ruidos ensordecedores los volcanes, lanzando humo y fuego.

      Entonces, el espíritu grande de los aires miró abajo, vio lo que había surgido de aquella situación y se preguntó: “¿Para qué sirve esta tierra sin que haya nadie?”. Y tomó a un joven espíritu, que era hijo suyo, y le dijo que lo iba a enviar a la Tierra para ver qué haría él allí. Y lo convirtió en un hombre de carne y hueso. De arriba lo lanzó y al caer el joven se golpeó con la dureza de la tierra y quedó aturdido, como muerto. Entonces, la madre del joven se lamentaba y pedía que la dejara bajar a ella también para así acompañar a su hijo.

      Sin embargo, no lo quiso así el espíritu poderoso. Pero mirando alrededor vio una estrellita que estaba muy cerca y la atrapó: era una luz muy bonita. Con ella formó una mujer y le sopló encima. Ella voló por los aires y

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