Una breve historia del futuro. Conrado Castillo

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Una breve historia del futuro - Conrado Castillo

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ni Netflix—. Las televisiones privadas llevaban apenas unos meses emitiendo y los españoles nos alegrábamos o disgustábamos por los nuevos formatos que emitían las cadenas como Tele 5 —las Mama Chicho estuvieron prohibidas en un principio, aunque terminaron emitiéndose en una franja nocturna—. La aspiración de veinteañeros como nosotros era cambiar el walkman Sony por un lector de compact discs portátil. Había videoclubs en cada esquina y parecía que la gente iba a dejar de ir a las salas de cine. ¿Te preocupaba tu futuro hace 30 años? Acabábamos de entrar en la Unión Europea, se había caído el muro de Berlín e íbamos desbocados hacia 1992, con su Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, y ese abrupto fin de fiesta económico con devaluación de la peseta y una larga crisis económica. El Renault Clio —evolución del R-super5— fue el coche más vendido en España ese año.

      El hecho es que en los últimos 30 años, desde 1990, ha habido más cambios que en los 300 años anteriores, desde la primera Revolución Industrial, y en esos 300 años hubo igualmente más cambios que en los 3000 precedentes desde la antigua Grecia y el comienzo de la agricultura y la escritura. No es difícil pensar que en los próximos 10 o 15 años vayamos a ver más transformaciones que en la toda la historia precedente de la humanidad, habida cuenta de la aceleración exponencial de muchos de estos cambios, lo que hace este ejercicio de diseño de futuros mucho más desafiante. Es posible que nos hayamos quedado muy cortos. Existe incluso una fórmula para describir este fenómeno: la ley de Amara, según la cual sobreestimamos el impacto de la tecnología a dos años vista, pero somos incapaces de evaluarlo a 10 años vista.

      No obstante la vertiginosa aceleración de estos cambios, lo que no ha cambiado son las emociones de las personas, los algoritmos bioquímicos que condicionan nuestro miedo —o desconfianza— a lo desconocido, ansiedades, alegrías, apegos o los mecanismos de cohesion social, nuestras necesidades de comunicarnos, de pertenencia a la tribu, de reconocimiento individual, el deseo de dejar nuestra huella y reafirmar nuestra identidad y trascendencia, sea con la pintura rupestre de un bisonte en una cueva de Altamira o con un vídeo de TikTok.

      Estos viajes en el tiempo te generarán emociones, lector, y además vas a reconocerte en algunas de las emociones de los protagonistas de las historias. El objetivo es que entiendas que este futuro, por impredecible y complejo que parezca, ya lo has vivido antes, y como seres humanos ya hemos gestionado anteriormente transiciones tecnológicas y cambios de época de gran complejidad y alto impacto. Si lo hicimos antes, podemos volver a hacerlo. Está en nuestro ADN y en nuestra memoria colectiva.

      A lo largo de estas páginas vas a poder viajar al pasado para ver cómo desaparecieron las industrias más prósperas y fueron sustituidas por otras emergentes, cómo nuevas tecnologías cambiaron la vida de las personas en el siglo XIX, de igual manera que viajaremos al futuro para descubrir cómo nuevas tecnologías exponenciales transformarán la vida de millones de seres humanos en los próximos años, suponiendo la desaparición de industrias enteras.

      Los autores no hemos pretendido profetizar ni evangelizar ni adivinar nada. No sabemos cómo va a ser el futuro, pero sí disponemos de elementos, patrones, tendencias para diseñar un futuro plausible, más o menos probable, pero con certeza, posible. De hecho, ambos llevamos muchos años trabajando en estrategias y proyectos de innovación y anticipando necesidades de clientes y soluciones tecnológicas. Este no es un libro determinista ni de prospectiva. Es, en todo caso, un «artefacto» para catalizar esa respuesta racional y emocional que se busca en los ejercicios de Design Fiction.

      Por supuesto, no podemos saber si habrá otra pandemia o si Facebook será abandonado por sus cientos de millones de seguidores o si finalmente habrá una mujer presidenta de los Estados Unidos, eventos que aparecen en muchas quinielas —perdón…, vaticinios— con bastante grado de probabilidad, pero, parafraseando a Edgar (Nahoum) Morin, «el conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas». Sí poseemos algunas certezas basadas en análisis demográficos, tecnológicos, económicos, etc., derivadas de datos, extraídos de fuentes solventes, que nos han servido para hacer algunas presunciones: este es el marco que hemos usado para definir nuestro horizonte 2040.

      Demografía. Esta es posiblemente la variable que más condiciona el futuro de las sociedades y tiene un poderoso efecto transformador. Además, hay muchos datos disponibles para analizarlo: desde las proyecciones de los ministerios de Economía y Seguridad Social para calcular pensiones, a menudo disputados por la AIReF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal), y varios Think-Tanks y fundaciones, la propia Unión Europea y las naciones unidas (ONU), además de diversas fuentes públicas en internet que integran otras muchas, como las de Statista y PopulationPyramid.net: hay una abundancia de datos, con sus horquillas y discrepancias, sobre cómo será la población de España y del mundo; seremos más y más mayores, con los desafíos que eso supone.

      En 2037 la población mundial superará los 9000 millones de habitantes; actualmente, en 2021, somos 7700, y el incremento vendrá principalmente de África, ya que el crecimiento vegetativo (los nacimientos menos los fallecimientos) de Europa y Asia está bastante estabilizado, cuando no es negativo. De hecho, en España este crecimiento es negativo ya desde hace un par de años: nacen aproximadamente 150 000 personas menos de las que mueren, por lo que en los próximos 30 años la población española podría perder entre 4 y 5 millones de habitantes. Estos desajustes se compensan con movimientos migratorios, en función de las condiciones económicas y las posibilidades de empleo, que son más volátiles, como hemos visto en España en la última década.

      Lo que nadie discute es que en 2040 seremos más mayores. La esperanza de vida de todas las sociedades está alargándose a un ritmo de 3 meses por año, es decir, un año cada 4 transcurridos, debido a los avances médicos y de bienestar. Extrapolando estos ratios, en 20 años podríamos estar hablando de unos 5 años adicionales de esperanza de vida al nacer, lo que coincide con la mayoría de las estadísticas proyectadas de un horizonte de unos 78-79 años para el conjunto de la humanidad, (actualmente 73), que podría llegar a casi los 90 en el caso de España.

      Durante todo el siglo XX la esperanza de vida global del planeta, y de cada país en concreto, prácticamente se duplicó, y todo apunta a que en el XXI podría pasar lo mismo. Un alargamiento de la vida que según muchos autores añadirían 8 o 10 años más si las investigaciones en longevidad extrema y terapias anti-aging en las se están invirtiendo cantidades multimillonarias dieran los resultados esperados. «Curar la muerte» como si de una enfermedad se tratara es la misión de geriatras como Aubrey de Grey o Liz Parrish, CEO de BioViva, y que es hoy genéticamente más joven que hace 20 años. El envejecimiento a partir de determinados límites conlleva no pocos desafíos médicos para revertir la «obsolescencia programada» de algunas células y órganos destinados a «autodestruirse» una vez cumplida su función biológica, como es el caso de la próstata en los varones más allá de la edad de reproducción, o la perdida de flexibilidad del cristalino que genera la presbicia. Cuando los Homo sapiens moríamos a los 50 años, no teníamos problemas de presbicia, próstata o alzhéimer. Sencillamente no nos daba tiempo. Otras enfermedades asociadas a estilos de vida, como la pandemia global actual de diabetes melitus, con más de 300 millones —500 según otras fuentes— de enfermos crónicos, llevará a las autoridades a proscribir el azúcar tal y como hoy ocurre con el tabaco y los cigarrillos. Subir los impuestos de la bollería y los refrescos es solo el primer paso.

      Aunque este conocido como «invierno demográfico» afecta a gran parte de Europa y a potencias demográficas como China y Japón, el desafío de la longevidad es singularmente relevante para España, con una situación muy complicada: apenas 1,2 nacimientos por mujer, lejos de los 2,4 necesarios para el recambio generacional. En 2050 España podría ser el país del mundo con la edad media más avanzada, 55 años, con un tercio de la población mayor de 64 años y con 78 personas mayores de 65 años por cada 100 trabajadores. Los desafíos que esto supone van mucho más allá de la sostenibilidad del sistema

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