Una breve historia del futuro. Conrado Castillo
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Un mundo superpoblado, envejecido, cada vez más híbrido, hacinado en ciudades inmensas, con crecientes diferencias económicas y con un omnipresente uso de la tecnología.
El futuro es tecnológico. Esta es otra certeza. Siempre lo ha sido, desde el Renacimiento y las sucesivas revoluciones industriales, los avances vertiginosos en digitalización que hemos visto en este comienzo del siglo XXI son solo el anticipo, los cimientos de una transformación mucho más profunda. Acaba de empezar la quinta ola de destrucción creativa que Schumpeter pronosticó para 2020.
El economista austroamericano y profesor de Harvard Joseph Alois Schumpeter, uno de los teóricos de la innovación del siglo XX, estudió los ciclos económicos del capitalismo, las llamadas ondas largas de Kondratiev, y desarrolló su hipótesis de las olas de innovación u olas de destrucción creativa, en las que cada cierto número de años nuevas tecnologías innovadoras generan un nuevo paradigma de desarrollo económico y prosperidad. Lo interesante es que esta teoría, formulada hace más de 80 años, era adecuada para explicar lo que ya había pasado en las anteriores revoluciones industriales, y le sirvió para anticipar —predecir— las olas futuras, la cuarta y la quinta. Estas olas, que veremos en un capítulo más adelante, la primera de las cuales arranca en 1785 con grandes innovaciones en el sector textil, siderometalúrgico e hidroeléctrico, son cada vez más cortas en su duración y más potentes en su impacto. La primera duró 60 años (1785-1845); la segunda, del vapor, el ferrocarril y el acero, 55 (1845-1900); la tercera, la de la electricidad, los químicos y el motor de gasolina, 50 años (1900-1950); la cuarta —petroquímicos, electrónica y aviación— se prolongó por espacio de 40 años (1950-1990) y la quinta ola, de apenas 30 años (1990-2020) de existencia, es la del software, las redes digitales y los nuevos media. ¿2020? Efectivamente, la quinta ola de destrucción creativa acaba de romper, para dar comienzo a la siguiente. Hace 80 años que nos avisaron —que Schumpeter la predijo—, ¿y no estábamos preparados para todo lo que iba a pasar? Ahora llega la sexta ola de innovación, que, si se cumplen los patrones, va a ser más breve, quizás de 20 años o menos, y con impacto creador mucho más disruptivo. ¿Con qué tecnologías? ¿En qué industrias?
Las conocidas como tecnologías exponenciales, que se encuentran en 2021 en pleno Big-Bang, una explosión de startups, proyectos y modelos de negocio, que atraen obscenas inversiones de capital, basados en las expectativas de disrupción.
¿Cuáles son estas tecnologías exponenciales que van a definir las próximas dos décadas? Hay un relativo consenso de la inteligencia artificial, aplicando sus algoritmos al Big Data generado por cientos —o miles de millones— de dispositivos conectados a la Internet de las Cosas (por sus siglas IoT, Internet of Things), y dando indicaciones a una creciente legión de robots, desde industriales a domésticos o terapéuticos, y permitiendo a flotas de drones y vehículos autónomos desplazarse por nuestras carreteras y nuestros cielos: nadie duda de que en 2030, si no antes, varios servicios de drones no tripulados llevarán personas en ciudades de cuatro continentes, como hacen los taxis en la actualidad. La realidad extendida, combinando virtual y aumentada, la manufactura aditiva —conocida como impresión 3D y 4D—, la genómica —la edición de ADN a través de la tecnología CRISPR— y la energía fotovoltaica de alto rendimiento completan el mapa de tecnologías exponenciales, que junto a otras hoy todavía incipientes como la computación cuántica, la producción de hidrógeno verde o nuevos materiales como el grafeno formarán parte de nuestras vidas, así como los plásticos, la televisión, el avión o internet han cambiado nuestra existencia en los últimos 30 años.
El año 2040 es el horizonte estimado para alcanzar la singularidad, como se describe el momento en que la tecnología artificial amplia supere a la inteligencia humana y, presumiblemente, sea capaz de solucionar algunos de los problemas que, como especie, el Homo sapiens todavía no ha resuelto. La tecnología siempre ha generado abundancia, y la tecnología digital, liberada de las limitaciones fisicas de la materia, los átomos y las moléculas, genera abundancia exponencial. Superadas quedan las preocupaciones malthusianas de finales del siglo XVIII sobre la capacidad del mundo de alimentar un planeta que se acercaba a los mil millones de habitantes.
Esta convergencia entre tendencias demográficas y tecnológicas plantea una matriz de potenciales cambios socioeconómicos que actualmente empezamos a vislumbrar como hipótesis de encendidos debates, según adoptemos escenarios utópicos y distópicos no exentos de interpretaciones políticas. ¿Una mayor automatización generará una mayor productividad que nos haga disfrutar de más horas de tiempo libre y ocio —como ha ido sucediendo progresivamente en los últimos 50 años— o escenarios de desempleo global del 80%, tal como pronostica el Instituto Tecnológico de Massachusetts MIT? ¿Un escenario de Renta Básica Universal, combinado con un nuevo mercado de microservicios —Gig Economy— e ingresos derivados de activos digitales?
Más allá de las referencias tecnológicas y demográficas que nos sirven para enmarcar el porvenir en el que transcurren algunas de las historias de futuro 2050 de las siguientes páginas —y que explican por qué algunos de los protagonistas son sexagenarios de gran vitalidad y energía—, tenemos otros datos para definir ese futuro. Los desafíos medioambientales, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y cómo seamos capaces de responder a estos retos formarán el paisaje en el que va a transcurrir nuestro porvenir.
Si bien es cierto que 198 países se han aliado para hacer realidad la Agenda 2030 y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, y se están movilizando ingentes cantidades de recursos en los llamados planes de transformación digital y transición energética, y sin duda se lograrán grandes avances, la experiencia de anteriores movilizaciones —objetivos del milenio, protocolo de Kyoto, cumbre de Río, pacto de París, etc.— nos hace ser realistamente escépticos sobre la consecución de esos propósitos. Sin duda habremos avanzado mucho en hábitos de consumo más sostenibles, abandonado plásticos de un solo uso y combustibles fósiles, reducido el CO2 y otras prácticas que hoy son parte del problema, incluyendo las relacionadas con la alimentación, el transporte y la climatización de nuestras viviendas. Pero con toda probabilidad no habremos sido capaces de limitar el aumento de la temperatura a los 2 grados del objetivo marcado por la Conferencia del Clima de Naciones Unidas de Cancún de 2010 y el protocolo de Kyoto. La especie humana siempre ha sido mucho más hábil adaptándose que mitigando. Desde que los primeros Homo habilis abandonaron África en la primera gran migración, hemos colonizado —y modificado— todos los ecosistemas, amoldándonos a tórridos desiertos, gélidas latitudes, altitudes inhóspitas y junglas insalubres. Sin ninguna duda nos adaptaremos a un planeta más cálido, ayudados por la tecnología (del aire acondicionado).
En conclusión, en 2040 —fecha en que Greta Thunberg cumplirá 37 años— la temperatura media del planeta probablemente sea superior en 3 —o 4— grados a la de hoy, con fenómenos meteorológicos, más extremos (2020 ha sido hasta la fecha el año con más tormentas tropicales en el Atlántico Norte), una acelerada pérdida de glaciares, fusión del permafrost de la tundra e impacto en cultivos y producción agrícola. España, por su ubicación, es uno de los países potencialmente más vulnerables a los impactos del calentamiento global y la desertización. ¿Plantaciones de pistachos que sustituyan los olivares mediterráneos estériles tras la pertinaz seguía? Algunos de estos supuestos, hipotéticos, sirven de escenario para diversas reflexiones.
Estimado lector de esta breve historia del futuro, abre la mente, sin prejuicios, reflexiona y disfruta. Al final,