100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 162
Daisy preparaba la comida, Nan comprobaba los medicamentos, Jossie leía y recitaba para evitar su aburrimiento y Bess le distraía con sus libros, ilustrados con láminas de arte, e incluso trayendo la cabeza de búfalo para modelarla en presencia del convaleciente.
Dan llamaba a Jossie «Madrecita», pero para Bess siempre mantuvo el apodo de «Princesita». Su proceder con ambas era muy distinto.
Mientras Jossie le impacientaba y aturdía con frecuencia con su alborotado proceder, aceptaba y toleraba todo cuanto venía de Bess.
También las tres hermanas le atendían tanto como podían. Pero Meg estaba muy atareada en casa, Amy estaba enfrascada preparando una excursión a Europa para la próxima primavera y Jo estaba absorbida en su novela, muy retrasada ya.
Jo escribía en la habitación vecina de la ocupada por Dan, a quien podía ver con sólo levantar la cabeza.
La cortina existente entre ambas habitaciones, generalmente, estaba descorrida, y permitía ver al grupo de enfermo y acompañantes. A un lado, Bess con su blusón gris de escultora modelaba afanosamente.
Al otro, Jossie con el libro. Entre ambas, Dan, tumbado en el diván entre un sinfín de almohadones.
Jo observó al trío, con curiosidad primero, con auténtico interés después.
Porque en la mirada de Dan observó algo inquietante. Podía notar que no estaba atento a la lectura de Jossie. Sus ojos estaban fijos en Bess y sólo los apartaba cuando ella levantaba casualmente la mirada. En ocasiones eran dulces y pensativos. En algún momento, ardientes y suplicantes. Pero luego su mirada volvía a ser triste, sombría, desesperada, como la del que contempla una felicidad que le está prohibida.
Alguien llamó a Jossie, que se excusó antes de salir.
Bess se ofreció a reemplazarla.
―Gracias, Bess. Me gustará que continúes. Comprendo que soy muy exigente con vosotras.
―Nada de eso, Dan. Es natural. Te ves obligado a quedarte en casa cuando siempre has estado libre y suelto…
Aquellas palabras fueron como un golpe para él. Habían sido dichas con toda inocencia, pero trajeron a su memoria algo que quería olvidar.
Jo pensó que era la ocasión propicia para acercarse a Dan y a Bess. Parecía prudente hacerlo así.
―¿Qué puedo leer, tía? A Dan lo mismo le da una cosa que otra. Mejor que sea corto porque Jossie volverá en seguida.
Antes de que la señora Bhaer pudiera contestar, Dan sacó un libro de debajo un almohadón.
―¿Quieres leerme el tercer cuento de este libro? Me gusta mucho ―pidió el muchacho.
Bess miró con sorpresa el libro.
―¡Me sorprendes, Dan! Nunca hubiera dicho que te gustase eso tan romántico.
―No tenía mucho que leer y casi me lo sé de memoria. Este cuento, El caballero de Aslaugha, me encanta. Creo que Edwualdo es demasiado suave, pero Froda es estupendo. Con sus cabellos dorados, lo imaginaba como tú.
La «Princesita» enrojeció por el piropo.
―Estoy segura que sus cabellos no le fastidiaban tanto como ―a mí los míos. Me recogeré las trenzas.
―¡Oh, no lo hagas! ―suplicó él―. Me gusta verlos brillar así. Además, de esta forma están más en carácter para leer el cuento Rizos de Oro.
Azorada por los cumplidos, Bess comenzó la lectura que Dan siguió con delectación.
Esto permitió a Jo observarle detenidamente, y ver la expresión de serena placidez que se apoderaba de él, como si siguiese la lectura del cuento, dándole forma en su pensamiento y gozándose en hacerlo.
El encantador cuento de Fouqué se refería al caballero Froda y a la hermosa hija de Sigurd, una especie de espíritu que aparecía junto a su amante en los momentos de peligro o de prueba; así como en los de triunfo y alegría, siendo siempre su guía y guardiana, inspirándole valor, nobleza y lealtad y ayudándole a llevar a cabo grandes hazañas en el campo de batalla. Por ella aprende a hacer sacrificios en favor de los amados y triunfo, de sí mismo mediante el resplandor de aquel cabello de oro, que de día y de noche brilla ante él. Hasta que después de muerto, el caballero encuentra al adorable espíritu para recibirle y recompensarle.
De todos los cuentos del libro, éste era el menos apropiado para Dan. Incluso Jo quedó sorprendida de que lo hubiera preferido e incluso hubiese captado el sutil significado.
Sin embargo, ya Dan había demostrado en otras ocasiones una rara virtud para apreciar la belleza en lugares inéditos para otros. En el perfil de las montañas, en las nubes, en el color de las flores o el galope de un caballo. Lo que pasaba es que no acertaba a describir lo que su alma sensible percibía. Era como una gran roca por cuyo interior corriera una veta de oro oculta a todos.
Ahora que el sufrimiento de alma y cuerpo domó sus fuertes pasiones, había taladrado también la firmeza de su carácter, aquella roca de que estaba constituido, y quedaba a la vista algo muy distinto de él. Algo interior, sensible y muy valioso.
Aquella paz, aquella belleza espiritual y física que él buscaba, aquella cultura y sensibilidad estaban representadas para Dan por la tierna Bess. Esto estaba ahora muy claro para Jo.
Y con toda la vehemencia de que era capaz se sentía atraído hacia la chiquilla, pero estaba obligado a contener sus impulsos, porque en su pasado había algo que ocultar.
Jo sintió oprimírsele el corazón. Aquello era irrealizable. La luz y las tinieblas no estaban más separados entre sí que lo estaban Bess con su inmaculada blancura y Dan, manchado de grave pecado.
La tranquila actitud de Bess demostraba que no tenía ni la más remota idea de todo aquello. Pero ¿podrían contenerse durante mucho tiempo los expresivos ojos de Dan?
Y cuando se denunciasen, que tarde o temprano ocurriría, ¡qué tragedia para él! ¡Qué violencia para ella!
―¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Tendré suficiente valor para hacerlo? ―se decía Jo―. Este muchacho necesita ayuda y, sin embargo, debe intervenirse a tiempo para matarle una ilusión, tal vez la única que tiene, porque es irrealizable.
Bess acabó de leer el cuento. Dan le preguntó:
―¿Te ha gustado también?
―Mucho. Tiene un bello significado. Sin embargo, siempre me gustó más Undine.
―Es muy natural. Parece escrito expresamente para ti. Lirios, perlas, almas y agua pura. A mí me gustaba Sintram. Pero una temporada que estuve…, que estuve un poco triste me aficioné a éste. Me hizo mucho bien. Había como un mensaje que era un aliento espiritual.
Dan hablaba a la muchacha con dulzura, pero se revolvía inquieto en los almohadones. Pensando Bess que deseaba otra clase de distracción cogió el periódico.
―Las noticias de Bolsa no te interesan. Las pasaremos, pues. Las informaciones musicales te dejan frío. Aquí hay algo que