100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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―Dice: «Un hombre mata a otro…»
―¡No! ¡No! No lo leas, por favor…
Aquel ruego salió de lo más hondo del atormentado muchacho y sorprendió a la «Princesita». Jo se impresionó por el dolor que representaba para Dan, que se tapó la cara con un brazo como huyendo de la luz.
Bess se acercó a su tía.
―Me parece que debe querer dormir.
―Sí, déjale. Ya le cuidaré yo ahora.
Cuando la señora Bhaer se decidió a acercarse a Dan, éste dormía realmente. Como si el sueño quisiera liberarle de malos recuerdos.
Más compadecida de él que nunca, Jo se sentó a su lado, en una sillita baja. Deseaba pensar la forma de resolver aquel conflicto, y deseando estuviera en su mano conseguirlo.
El sueño de Dan era inquieto. Tenía, no obstante, una mano cerrada sobre su pecho con un ademán firme y resuelto.
En uno de los bruscos movimientos, causados por alguna pesadilla, la mano que tenía sobre el pecho se escurrió hasta llegar al suelo. Luego abrió la mano. Jo vio con sorpresa que de aquellos crispados dedos se desprendía un pequeño estuche de confección india. Quedó asombrada.
―Debe ser un amuleto indio ―se dijo, recogiéndolo y examinándolo con curiosidad―. Tiene el cordón roto. Se lo repararé y se lo pondré mientras sigue durmiendo.
Pero al moverlo, del estuchito cayó una fotografía, recortada para que ajustase.
Jo la recogió con presteza.
Era un retrato de Bess. Debajo de su bello rostro había dos palabras escritas: Mi Aslaugha.
Ya no cabía duda alguna. Lo que podían haber sido suposiciones suyas, ahora quedaba confirmado por desgracia.
Con un suspiro, Jo se dispuso a restituir aquella fotografía a su estuche, devolvérselo a Dan y fingir que ignoraba su secreto. Cuando se lo iba a poner vio con sobresalto que él la estaba observando.
―¡Oh, creí que dormías!…
―¿Vio usted el retrato?
―Lo vi, Dan.
―Así, ya sabe usted lo loco que soy.
―Dan, siento en el alma que…
―¡Bah!, no se preocupe por mí. No pensaba confiárselo nunca, pero me alegra que lo sepa. Comprendo perfectamente que se trata de un sueño absurdo. Ese ángel no podría ser nunca para mí más que una ilusión de todo lo dulce, bueno y bello que hay en la vida.
A Jo le apesadumbró aquella resignación sin esperanza.
―Por duro que sea, hijo mío, esa es la única manera de ver el problema. Tú eres fuerte y razonable. Así comprenderás que el secreto debe quedar entre los dos, y tendrás la suficiente fuerza para conseguirlo.
―No se preocupe, mamá Bhaer. Ni una palabra ni una mirada mía me delatarán. Nadie podrá imaginar nunca lo que yo siento. Y si mi sentir queda oculto, ¿hay algún mal en que conserve esta ilusión?
―Debes esforzarte en combatirla ahora. Esta ilusión irrealizable te atormentará si la alimentas.
Dan denegó con la cabeza, con firmeza pero tristemente.
―No me atormentará más de lo que me atormenta el remordimiento. Antes al contrario, al pensar en ese ángel de bondad que es Bess hallaré la fuerza necesaria para vivir y para ser bueno, pese a todo lo que la vida quiera reservarme.
Dan quedó un momento pensativo, luego, ~como si hubiera estado recordando días difíciles, habló nuevamente, con voz enronquecida por la emoción.
―En el penal, cuando la desesperación me aconsejaba barbaridades, cuando sólo proyectaba huir para correr una vida de aventuras, el recuerdo de Bess fue la barrera que me contuvo.
Jo le animó a que hablara con el fin de que encontrase alivio en relatar aquello que durante tanto tiempo le había quemado en su interior.
―Cuéntamelo todo, Dan.
―Usted sabe que nunca fui aficionado a los libros. Sin embargo, por consejo del sacerdote, procuré leer para distraer y alejar los malos pensamientos.
Hizo una pausa, y siguió.
―Tenía la Biblia, que poco a poco fui comprendiendo. Pero tenía también este otro libro de cuentos y leyendas, que me entretuvo mucho. Al principio la narración preferida era Sintram, después, poco a poco, fue este de Aslaugha que me hacía recordar la feliz época del verano último que pasé con ustedes.
Conmovía oír a Dan, siempre fuerte y valeroso. Ahora estaba postrado en el lecho, y recordaba el origen de un sueño romántico que le ayudó a superar la desesperación.
―Me acostumbré a pensar que yo era Fronda y que veía el resplandor del cabello de Aslaugha, que me prometía una nueva vida lejos de aquellos muros. La imaginaba en una de las pocas estrellas que el estrecho ventanuco de mi Calabozo me permitía ver. Usted dirá que todo eso son tonterías, ¿verdad? Quizá tenga razón. Pero en todo caso, esas tonterías obraron el milagro de contener mis ímpetus, de que me esforzase en dominar mi carácter desbocado, en ser mejor, en aceptar con humildad el castigo, en proyectar una nueva vida de honradez, trabajo y ayuda a mis semejantes.
Se enardecía mientras hablaba, le brillaban los ojos de apasionamiento.
―Si eso son tonterías, ¡benditas sean! No me las quite. Con ellas no hago mal a nadie. No me aconseje que borre esta ilusión de mi corazón. Poco importa que no pueda ser nunca realidad. Pero necesito amar algo y prefiero estar enamorado de una quimera, como Fronda lo estaba de un espíritu, que de cualquiera de esas chicas vulgares a las que yo compararía a todas horas con la maravillosa «Princesita».
La tranquila desesperación de Dan llenó de dolor el corazón de Jo. Pero no quiso darle esperanzas, porque ella entendía que no las había y habría sido cruel mantener esta ilusión.
Sin embargo, aquel amor sin esperanza podía servir para purificar su vida y elevarle por encima de lo que hubiera sido sin esa ilusión.
Pocas mujeres aceptarían casarse con él, en sus actuales circunstancias, con su pasado, con un presente aventurero e inestable y con un futuro cargado de dudas.
Por otra parte, pensó Jo, era mejor que siguiera solo. No fuera a resultar como su padre: un hombre guapo, atractivo, interesantísimo, sin escrúpulo alguno y responsable de más de un desengaño amoroso.
―Tienes razón, Dan. Me parece muy bien que conserves esa inocente ilusión, si ha de servirte de ayuda y consuelo. Tal vez más adelante se presente en tu vida otra ilusión que pueda sustituirla.
―¡Jamás! ¡Ni lo deseo ni es posible! ―exclamó Dan con exaltación.
―Nunca puede decirse. Pero, aunque no se presentase otra ilusión, debes comprender que no hay esperanza alguna.