100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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―Llévala como guía en tu vida. Que sea como una estrella que te oriente en los momentos difíciles para saber ir siempre por el buen camino.
Tía Jo no pudo continuar. Las lágrimas que ella pugnaba por contener afloraron a sus ojos y corrieron libremente por sus mejillas.
Dan se sintió aliviado al ver compartida su pena. Poco después se repuso de la emoción e incluso trató de restar importancia a todo para consolar a Jo.
Era un auténtico hombre. Un carácter noble, curtido por la adversidad. Todavía hablaron largo rato bajo la luz crepuscular. Aquel secreto que compartían, aquella conversación clara y sincera, les unió mucho más de lo que siempre habían estado.
Cuando terminaron, la larga y fría noche invernal estaba ya muy avanzada.
Jo se acercó a la ventana. Antes de bajar la cortina dijo alegremente a Dan:
―Ya que te gusta tanto el lucero de la tarde, míralo. Hoy parece que luce con mayor esplendor que nunca.
Luego le tomó la mano con ternura.
―Y no olvides nunca que si la voluntad de Dios te niega esta niña angelical siempre tendrás aquí a esta vieja amiga dispuesta a ser una ayuda para ti, una confidente o, si tú me aceptas como a tal…, una segunda madre, orgullosa de este hijo.
Esta vez Dan no la decepcionó como en otra ocasión al decirle que deseaba fumar. El muchacho había, cambiado mucho y no se avergonzaba ya en demostrar sus sentimientos.
Por esto tomó a la señora Bhaer entre sus brazos y solemnemente le contestó:
―No lo olvidaré jamás. Porque en usted he encontrado la mejor y más inapreciable ayuda que pude nunca soñar. Por eso repetiré siempre: ¡Dios la bendiga!
CAPÍTULO XXII
LAS ÚLTIMAS ESCENAS
Después de una noche de reflexión, Jo pensó que algo debía hacer.
―Esto es como un Barril de pólvora y la presencia de Bess es el fuego. Lo prudente será alejarla. Sí; esto será lo mejor.
De acuerdo con este pensamiento Jo visitó a su hermana Amy. No le contó el secreto de Dan. Había prometido no hacerlo. Pero bastó que hiciese a Amy una velada insinuación para que ésta se alarmara y decidiese alejar a su hija por una temporada.
Precisamente Laurie iba a salir para Washington con objeto de gestionar una ayuda para el plan de Dan. Cuando se le sugirió que Bess podría acompañarle, acogió la idea con entusiasmo. No en vano estaba algo celosillo de su esposa, pensando que su hija pudiera quererla más que a él.
La conspiración de Jo salió perfectamente. Sin embargo, aun cuando la idea era buena, se sentía culpable de traición hacia Dan, y temía el momento de enfrentarse de nuevo con él. Pero Dan no la recriminó. Acogió la noticia de la marcha de Bess con aparente calma. Tan sólo pudo notarse una ligera palidez en su ya pálido rostro y cómo apretaba la mandíbula para contenerse. Sin embargo, no protestó. Sabía que tarde o temprano aquello iba a suceder y estaba dispuesto a soportarlo, cuando llegara la ocasión, sin una muestra de desfallecimiento. La ingenua Bess, ignorante del drama en el que estaba incluida, fue a despedirse de Dan. El muchacho, ya prevenido por la señora Bhaer, estaba desempeñando admirablemente su papel, sometiendo a dura disciplina sus emociones para que no se manifestasen.
Lo habría conseguido plenamente de no ser porque la misma Bess, sin darse cuenta, provocó la reveladora reacción.
Dan le había cogido la mano sosteniéndola con delicadeza. Sonriendo con tristeza le dijo:
―Adiós, «Princesita», adiós. Si no volviéramos a vernos, acuérdate alguna vez del viejo Dan.
Ella, pensando que su pesimismo se refería a su quebrantada salud actual, le contestó cariñosamente:
―¿No volver a vernos? ¡Dios no lo querrá así! Estamos muy orgullosos de ti y para nosotros siempre será una felicidad tenerte aquí. No lo dudes ni un momento, Dan.
Aquella mirada llena de sincero y puro afecto hizo comprender a Dan, más que nunca, lo que estaba perdiendo con aquella separación.
Hubo una lucha en su interior. Súbitamente, tomó entre sus manos aquella cabecita dorada y besó con veneración, casi con adoración y con el máximo respeto, aquellos cabellos cuyo recuerdo le acompañaría toda la vida.
La única palabra que dijo pareció más bien un sollozo.
―¡Adiós!
Y ocultando el rostro a la sorprendida mirada de Bess huyó corriendo a encerrarse en su habitación, donde nadie podría ver su cruel sufrimiento.
Aquella brusca despedida, aquel desgarrador «adiós» asustaron un poco a Bess. Su instinto de mujer le hizo comprender que algo había en todo aquello, desconocido para ella hasta el momento.
Quedó mirando la puerta por la que había marchado Dan, con las mejillas encendidas por el rubor.
Jo intervino:
―Debes comprender que todo lo que ha pasado le ha vuelto más sensible a las emociones. Le ha enternecido separarse de una persona querida, como le dolería separarse de cualquiera de los que nos quedamos aquí con él.
―Comprendo. Los efectos de la caída y de la enfermedad…
―No se trata de eso, Bess. Debe bastarte saber que ha tenido que soportar algo muy triste para él. Pero podemos y debemos estar orgullosas de nuestro Dan. Ha sido tan valiente y firme en lo espiritual como lo fue al salvar aquellos mineros con peligro de su vida.
―¡Pobre Dan! Supongo que habrá perdido a alguna persona muy querida. Tenemos que ser siempre muy cariñosas con él.
Jo dejó que Bess creyera eso. Sin embargo, la verdad no era muy distinta, porque Dan perdía a una persona querida, la más querida por él, al alejarse de aquella muchacha de cabellos rubios y sentimientos delicados.
La perdió primero con su crimen. Ahora perdía la posibilidad de tenerla cerca con la marcha de Bess a Washington.
Si fácil fue convencer a la inocente muchacha, en cambio Ted no se daba por satisfecho con tanta facilidad.
Estaba fuera de sí por la extraordinaria reserva de Dan. En vano Jo le había prohibido terminantemente que molestase a Dan con preguntas; alegando que su debilidad aconsejaba no charlase demasiado. La perspectiva de la próxima marcha de su héroe decidió definitivamente al «león».
Deseaba obtener una clara y satisfactoria versión de las aventuras que había vivido, y que él imaginaba extraordinariamente emocionantes.
Esa idea la sacó a través de algunas palabras oídas al propio Dan cuando estaba delirando.
Así, aprovechando un momento en que estaba poco vigilado, le interpeló directamente:
―Siempre te he tenido por mi mejor amigo.
―Es una satisfacción para