100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Jo asintió con el gesto, y suspiró.
―Sí, Amy. Probablemente tienes razón. Pero pienso en lo que habría dado él para poder verla por última vez…
En aquel momento entró Laurie y su presencia tuvo la virtud de deshacer aquel ambiente triste y melancólico. Como siempre, Laurie tenía la obsesión de los cuadros vivientes. Abrió solemnemente la puerta del salón y exclamó con viveza:
―Mirad; un nuevo cuadro. Yo lo titularía «Sólo un violín», de Anderson.
En efecto, a través del marco de la puerta podía verse a un joven, radiante de dicha y placer, asediado y saludado.
Daisy perdió por un momento su habitual aplomo y corrió a su encuentro sollozando de alegría. Sin darse cuenta siquiera los dos jóvenes se encontraron fundidos en un abrazo.
También Meg abrazó a Nath. Aquello fue la señal para que lo hicieron John y Jossie, que por el gesto de su madre veían al triunfador violinista como a un nuevo hermano.
Jossie le saludó teatralmente.
―Fuiste un modesto gorrión. Eres segundo violinista. ¡Y serás el primero!
Como es natural entre personas tan amantes del arte pronto» pidieron a Nath que interpretase alguna pieza.
El muchacho no se hizo rogar. En realidad lo estaba deseando.
Su actuación fue magistral. Maravilló tanto por su perfección, que denotaba los indudables progresos realizados por Nath, como por el temple y energía que vibraron en las notas, que parecían impropias del tímido Nath que ellos habían conocido.
Pero es que la vida le había transformado en otro hombre, seguro de sí, decidido.
Lo demostró al dirigirse a los que le aplaudían y felicitaban tras su actuación.
―Permítanme que toque ahora una pieza que posiblemente recordarán, pero que nadie como yo puede recordar con tanto cariño.
Hecho el silencio comenzó a interpretar la melodía callejera que les hizo oír por primera vez el día de su llegada a Plumfield.
Sí; recordaban la canción. Y tímidamente al principio y con mayor seguridad después, cantaron todos aquellas melancólicas estrofas que tan bien expresaban los sentimientos del violinista.
De vuelta a su casa, Jo pareció salir de su pasajera tristeza.
―Me siento más animada. Es cierto que algunos de nuestros muchachos no han resultado como esperábamos. Pero otros, en cambio, como el mismo Nath, han superado nuestras más optimistas previsiones.
―Así es en realidad ―corroboró el profesor.
―Como tú eres quien más mérito tiene en el cambio de Nath, te felicito de todo corazón. Estoy orgullosa de ti, porque lo estoy de él.
―Poco podemos hacer. Sembrar la buena semilla y confiar que caiga en tierra fértil. Es cierto que yo sembré. También lo es que tú vigilaste que las aves no comieran la semilla. Laurie le dio agua en abundancia. De modo que de esta cosecha todos somos un poco responsables.
―En Dan pensé haber sembrado sobre terreno estéril. Ahora confío que fructifique y sus frutos superen los de los demás chicos. Su caso será aún más meritorio.
Jo seguía fiel a su oveja negra, porque las demás iban andando y pastando tranquilamente ante ella.
Al llegar a este punto de la historia el autor siente deseos de ponerle fin de una manera brusca. Un terremoto o una inundación que borrase Plumfield y sus alrededores de la faz de la tierra sería un buen final.
Pero sería también una desagradable impresión para los lectores que hayan seguido la narración. Antes de que formulen la clásica pregunta: «¿Y qué fue de ellos?», haremos un breve resumen.
Todos los matrimonios fueron afortunados y felices. En general, todos alcanzaron las metas propuestas.
Bess y Jossie consiguieron fama y dinero con su arte y, más adelante, contrajeron ventajosos matrimonios, en los que fueron muy dichosas.
Nan permaneció soltera conforme a sus deseos. Dedicó su vida al cuidado y atención de los demás y llegó a ser un médico insustituible en la comarca.
Tampoco se casó Dan. Fiel a su «Princesita» vivió con sus amigos, los indios de Montana, a los que defendió en todos los terrenos. Murió por ellos y se llevó a la tumba un secreto que Jo guardó celosamente, un rizo dorado y una fotografía que eran su talismán.
Jorge «Relleno» engordó y prosperó al mismo tiempo. De resultas de un pantagruélico banquete falleció de apoplejía.
Por su parte, Dolly vivió alegremente, y despilfarró más de la cuenta. Cuando tuvo necesidad, se empleó como asesor en una casa de modas.
John, «Medio-Brooke», llegó a ser socio accionista de la editorial, y siempre encontró gran placer en su trabajo.
Rob siguió los pasos de su padre y ejerció el cargo de profesor en el colegio Laurence.
Finalmente, queda Teddy. Contra los pronósticos de quienes temían llegara a parecerse al indómito y aventurero Dan, a medida que fue creciendo varió de tal forma que a la edad apropiada llegó a ser un elocuente y famoso predicador, en el que no se sabía qué admirar más, si la agudeza de su inteligencia o el ardor con que defendía sus convicciones. Fue, desde luego, el mayor orgullo de su madre, la inefable «tía Jo».
El Convivio
Por
Dante Alighieri
TRATADO PRIMERO
I
Como dice el filósofo al principio de la primera filosofía, todos los hombres, por naturaleza, desean saber. La razón de lo cual puede ser el que toda cosa impulsada por providencia de su propio natural, inclínase a su perfección; de aquí que, pues la ciencia es la última perfección de nuestra alma, y en ella reside nuestra última felicidad, todos, por naturaleza, a desearla estamos sujetos. En verdad, muchos están privados de esta nobilísima perfección, por diversas causas, que dentro del hombre y fuera de él le apartan del hábito de la ciencia.
Dentro del hombre puede haber dos defectos o impedimentos: uno, por parte del cuerpo; el otro, por parte del alma. Por parte del cuerpo lo hay cuando las partes están indebidamente dispuestas, así que nada puede percibir, como son los sordos, mudos y sus semejantes. Por arte del alma lo hay cuando la malicia vence en ella, de modo que da en seguir viciosos deleites, en los cuales tanto engaño recibe, que por ellos tiene por vil toda otra cosa.
Fuera del hombre, pueden ser asimismo comprendidas dos causas, una de las cuales es inductora de necesidad, la otra de pereza. La primera son las atenciones familiares y civiles, que necesariamente sujetan al mayor número de los hombres, de modo que no pueden permanecer en ocio de especulación. La otra es el defecto del lugar donde la persona ha nacido y se ha criado, pues a veces estará, no solamente privada de todo estudio, sino lejos de gente estudiosa.
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