Consejos para el progreso espiritual. Ricardo Sada Fernández

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Consejos para el progreso espiritual - Ricardo Sada Fernández Patmos

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Espíritu.

      La verdadera vida es la nueva, la de Cristo, comunicada por la gracia y las virtudes, continuamente asistidas y perfeccionadas por los dones. Es ahora cuando el cristiano adulto se va configurando a su Señor paciente y glorioso, y alcanza ante el Padre una cada vez más plena identidad filial. Entra gozoso en la contemplación mística y se torna radiante y eficaz en su actividad apostólica.

      [1] Cf. SAN AGUSTÍN, De natura Boni, c. 1: ML 34, 305; SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I, q. 9, a. 2.

      [2] Malaquías 3, 6.

      [3] SANTA CATALINA DE SIENA, Epístola 122.

      [4] SAN BERNARDO, Epist. 34, 1; 91, 3; 254, 4: Nolle proficere, deficere est.

      [5] SAN LEÓN MAGNO, Sermón 60, 18; S. AGUSTÍN, Sermón 169, SAN BERNARDO, Epístola 254, 4.

      [6] Cf. Suma Teológica, II-II, q. 24, a. 9, c.

      [7] El notable escritor francés León Bloy (1846-1917) termina su libro La mujer pobre con una frase estremecedora y memorable: «Solo existe una tristeza, la de no ser santo».

      [8] Suma Teológica, II-II, q. 24, a. 9, c.

      [9] Suma Teológica, II-II, q. 24, a. 9, c.

      [10] Las virtudes morales se sintetizan en las cuatro cardinales: «Las virtudes que deben dirigir nuestra vida son cuatro. La primera se llama prudencia, y nos hace discernir el bien y el mal. La segunda, justicia, por la cual damos a cada uno lo que le pertenece. La tercera, templanza, con la cual refrenamos nuestras pasiones. La cuarta, fortaleza, que nos hace capaces de soportar lo penoso» (SAN AGUSTÍN, Enarr. In Ps 83, 11).

      [11] «Además de las virtudes morales, naturalmente adquiridas, están otras infusas que llevan el mismo nombre (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y que, si aparentan tener materialiter el mismo objeto, lo tienen formaliter muy distinto, produciendo de suyo actos de un orden trascendente» (JUAN GONZÁLEZ ARINTERO, La evolución mística, BAC, Madrid 1952, p. 194-5). «Conforme van las almas siguiendo con docilidad estos impulsos del Espíritu, así van sintiendo cada vez más claramente sus toques, notando su amorosa presencia y reconociendo la vida y las virtudes que les infunde. De ahí que poco a poco vengan a obrar principalmente por medio de los dones, que se manifiestan ya en alto grado y como algo sobrehumano» (Id., p. 20).

      [12] SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche, libro 1, n.º 1.

      [13] Para una amplia y clara explicación de la oración de meditación ver los números 2705 a 2708 del Catecismo de la Iglesia Católica.

      [14] Ver nn. 2709 a 2719 del Catecismo de la Iglesia Católica.

      [15] De acuerdo a la definición de santo Tomás, los dones del Espíritu Santo son «hábitos o cualidades sobrenaturales permanentes, que perfeccionan al hombre y lo disponen a obedecer con prontitud a las inspiraciones del Espíritu Santo» (Suma Teológica, I-II, q. 68, a. 3). Son fundamentalmente instrumentos receptivos —al modo de los aparatos que captan las ondas electromagnéticas, inaccesibles para los sentidos naturales—, pero se tornan animados por el soplo actual de Dios, y resultan a un tiempo flexibilidades y energías, docilidades y fuerzas que hacen al alma más pasiva bajo el influjo de Dios y, simultáneamente, más activa para seguirlo y secundar sus obras.

      [16] Suma Teológica, II-II, q. 24, a. 9, c.

      [17] I Juan 4, 18-19.

      [18] Gálatas 5, 18.

      [19] Romanos 8, 21.

      [20] Confesiones l. 8, c. 11, n. 25.

      

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