Consejos para el progreso espiritual. Ricardo Sada Fernández

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Consejos para el progreso espiritual - Ricardo Sada Fernández Patmos

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cual es, independientemente de sus méritos. Con ese fundamento comprende todo lo demás. Su fe será ante todo una relación personal y directa con ese Dios que se ha abajado hasta él, y tal acercamiento le dará la pauta para tratarlo con confiada intimidad. El pecado no será sino el desaire a Quien le ha ofrecido su amor: el rechazo de la unión.

      En su examen de conciencia buscará ubicar momentos en que la comunicación amorosa se ha interrumpido, así como el desenfoque del corazón que la ha ocasionado. Se refugiará entonces en el canto a la misericordia de Dios que habrá de cantar eternamente. Para quien se siente cómodo en esta directriz, orar le resultará sencillamente trato de amistad, ejercicio unitivo, donde se dejará amar y encender por el fuego y la luz de un Amor sin límite ni medida. Tal resplandor se manifestará, con palabras o sin ellas, en su existencia.

      Esta forma de plantear la vida espiritual no conlleva la pérdida de la propia personalidad, pero sí la de la propia voluntad, que busca hacerse una con la del Amado, incluidas las exigencias de vaciamiento y purificación que eso comporta. Ser humilde consistirá en permitir que la verdad propia se deje fascinar por la grandeza, belleza, bondad y amor de Dios. Su vida tendrá como meta la transformación en el Amado, para hacerlo presente de nuevo sobre la tierra. En una palabra, el acento recae en Dios, a quien el hombre mira, no en el hombre, que es transformado por Dios.

      El acento místico o contemplativo entiende el cristianismo como vida, cuya fuente es Jesús. Sus efectos no suelen ser fácilmente mesurables ni tampoco rápidos. Como ha de asimilar una Vida que suple la suya, el proceso se va realizando paulatinamente, hasta que se haga presente la única Vida, la de Cristo. Atiende a lo hondo de la persona, a la raíz, desde donde llegará al tronco y a las ramas, y entonces producirá el fruto.

      Ambas líneas tienen sus peligros y ambas han tenido sus partidarios en los grandes sistemas teológicos y en las distintas escuelas de espiritualidad. Por ambas se transita hacia la santidad, una en calidad de medio, la otra de fin. Como todo camino, en las dos aparecen riesgos: la contemplativa o teocéntrica puede desembocar en intimismo, quietismo y misticismo (en el sentido peyorativo de la palabra). Ilusiones, auto-engaño, soberbia espiritual que prescinde de reglas y controles. La otra puede deslizarse hacia el pelagianismo, es decir, a la inflación de lo humano con oscurecimiento de la acción divina que antecede, acompaña y sigue todo esfuerzo del hombre. El hilo negro de la soberbia aparece ahí, igual que cuando Adán quiso hacer del hombre un dios.

      En la mera ascética, los éxitos y progresos en la propia vocación o en los frutos apostólicos —unidos al carácter resolutivo y empeñoso del sujeto—, podrán derivar en voluntarismo, jansenismo y humanismo, con los tintes propios de cada época, ambiente y temperamento. Por la ley del péndulo, muchas veces este planteamiento provoca decepciones, cuando el cristiano experimenta sus límites. Aparecerá tarde o temprano la sensación de fracaso al percibir la santidad como imposible, porque la entendió como autoperfección, o al comprobar esterilidad en su acción apostólica.

      La mística es vivencia de las virtudes teologales de las cuales brotan las morales por desbordamiento; la ascética atiende más la acción del hombre. La una abre las alas para volar; la otra corre el peligro de cortarlas.

      [1] El planteamiento de Scaramelli no se da por generación espontánea. En el Apéndice I se relatan los avatares que dieron lugar a dicho planteamiento.

      [2] Para un tratamiento amplio del tema, ver La cuestión mística. Estudio histórico-teológico de una controversia, JAVIER SESÉ-MANUEL BELDA, EUNSA, Pamplona 1998.

      [3] Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 2014. El subrayado es nuestro.

      [4] Además de la enseñanza del Catecismo antes citada, el Magisterio enseña: «A propósito de la mística, se debe distinguir entre los dones del Espíritu Santo y los carismas concedidos en modo totalmente libre por Dios. Los primeros son algo que todo cristiano puede reavivar en sí mismo a través de una vida solícita de fe, de esperanza y de caridad y, de esta manera, llegar a una cierta experiencia de Dios» (Carta Orationis formas, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, n. 25, 15-X-1989). Recordemos que, desde el bautismo y mientras permanecemos en gracia santificante, poseemos todos los dones del Espíritu Santo.

      [5] Aunque tienen matices que las diferencian, aquí emplearemos indistintamente los vocablos mística y contemplación. Así, san Juan de la Cruz: «Esta noche es la contemplación en que el alma desea ver estas cosas. Llámala noche porque la contemplación es oscura, que por eso la llama por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida» (Cántico B, canción 39, n.º 12).

      [6] «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no solo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos» (SAN JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n.º 34).

      [7] «El puro ascetismo, sin amor, ha fracasado siempre en la historia del cristianismo» (MELQUIADES ANDRÉS, Historia de la mística en la edad de oro en España y América, BAC, Madrid 1994, p. 127).

      [8] Por examen particular se entiende la concreción de alguna meta espiritual: desarraigar un hábito, crecer en una virtud, rezar determinadas oraciones, etc.

      [9] San Josemaría Escrivá enseña un modo concreto de vencer desde la óptica de la mística: «Si queréis aprender de la experiencia de un pobre sacerdote que no pretende hablar más que de Dios, os aconsejaré que cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la soberbia —que es peor— se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le sujetaron a la Cruz, y la lanza que atravesó su pecho. Id como más os conmueva: descargad en las Llagas del Señor todo ese amor humano... y ese amor divino» (Amigos de Dios, n.º 302).

      [10] Id. Surco, n.º 452.

      

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