Mijo, levántese que llegó Belisario. Ramón Elejalde

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Mijo, levántese que llegó Belisario - Ramón Elejalde

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su residencia y decidió tomar una calle en contravía porque lo llevaría más rápido de regreso a su hogar. La decisión fue desafortunada pues a mitad de la vía se encontró con un policía de tránsito, quien le ordenó detenerse. El guarda se acercó e increpó al conductor: “Don Samuel: ¿no vio la flecha?”, indicándole que iba en contravía. Samuel en forma inmediata y seguramente en medio de algunas copas de licor, le respondió a la autoridad: “Amigo, no vi al indio, iba a ver la flecha”. El policía, que no estaba preparado para tan oportuna respuesta, se sonrió y lo autorizó a continuar. Hoy, esa respuesta, hace carrera en muchos lugares de Colombia.

      Enrique Elejalde Arbeláez es un hermano, recién pasado de los sesenta años de edad, que con trabajo y tesón ha logrado superarse y sobrellevar una vida digna. Hace poco un amigo le pidió lo atendiera para hablarle de un tema urgente que debía plantearle y que seguro era de utilidad para los dos. Con los días, se encontraron y el amigo le hizo una respetuosa propuesta a Enrique en los siguientes términos:

      –Enrique, están vendiendo una finca en Urabá, barata y con muy buenas facilidades de pago. Además, está recién cultivada con Teca, que produce una madera muy apetecida. Te propongo la adquiramos entre los dos. Esa madera es muy rentable y nos dará buenas utilidades.

      Enrique, seguramente interesado en el negocio, preguntó por el precio de la finca y las condiciones del pago de la misma. Satisfecha su curiosidad, interrogó a su amigo:

      – Hombre, ¿por lo que viste en esas tierras crees que más o menos para cuándo se podrá estar comercializando la teca sembrada?

      El interesado en el negocio respondió inmediatamente:

      – Como te dije, la teca está recién sembrada. Es necesario hacerle unas tres podas que seguramente reducirán el número de árboles, en unos veinte años debe estar lista para la comercialización.

      Con rapidez y con gran agudeza mental, Enrique respondió:

      – No, hombre. Yo no tengo interés en una finca con un cultivo incipiente de teca. Para mi edad, búscate una con cultivo de cilantro.

       PARA ÉPOCAS OSCURAS, SACERDOTES QUE FUERON LUZ

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      La violencia política que asoló a Colombia durante diez años, desde 1946, produjo más de trescientas mil muertes, exclusivamente por razones de la militancia política. No es mi intención en esta compilación de anécdotas, estudiar o mirar los orígenes de tales hechos. No obstante, traeré a colación pequeñas historias de esa época nefasta en el occidente lejano: Cañasgordas, Frontino, Uramita y Dabeiba, todas relacionadas con la acción heroica de algunos sacerdotes de la iglesia Católica que fueron desobedientes con las instrucciones que impartían algunos jerarcas, como el obispo de Santa Rosa de Osos, monseñor Miguel Ángel Builes, y seguidas con pasmosa obediencia por muchos clérigos.

      Fidel Blandón Berrío fue un sacerdote oriundo de Yolombó, quien llegó en el año de 1950 a servir a las parroquias de Uramita (por entonces, corregimiento compartido por Dabeiba y Frontino) y Juntas de Uramita, corregimiento de Cañasgordas. Blandón Berrío, que había sido secretario del obispo Builes, emprendió campañas tratando de disminuir las consecuencias del enfrentamiento político entre liberales y conservadores. Protegió a los liberales, los refugiaba en la Casa Cural, los visitaba en sus escondites en la selva, llevándoles alimentos, vestuario y medicamentos que recogía entre personas caritativas del pueblo, y los rescataba de una policía politizada y violenta, por lo menos en esa región. Fue un testigo activo de tanta crueldad. Sus experiencias las plasmó en una obra que tituló Lo que el cielo no perdona, que ya lleva varias ediciones y que, cuando fue publicada en 1954, mereció la atención de todo el país. Texto con un contenido dramático, cruel, reflejo cierto de una violencia partidista terrible. Ya el autor llevaba varios años retirado de sus actividades como religioso, cuando publicó, en Bogotá, su novela histórica, lo hizo sin causar ruido y con el seudónimo de Ernesto León Herrera. Quería, así, evitar que continuaran las persecuciones de la misma iglesia y de las huestes conservadoras. En un gesto para impedir que descubrieran la treta, el excura publica una supuesta carta de Ernesto León a Fidel Blandón, donde aparecían como viejos amigos y conocidos.

      Blandón Berrío erró por muchos lugares de Colombia dedicado a múltiples labores para obtener su manutención. Finalmente, terminó en Facatativá dedicado a la educación, donde encontró la muerte el tres de diciembre de 1981. En ese municipio de Cundinamarca el exsacerdote encontró paz y tranquilidad, previamente debió cambiarse de nombre, y ya se le conocía como Antonio Gutiérrez Berrío. Había casado con doña Ana Gutiérrez de Gutiérrez, hogar donde nacieron cinco hijos, algunos ya fallecidos. El padre Blandón fue considerado por los habitantes del occidente antioqueño como un héroe, salvador de vidas, apóstol de la paz.

      La historiadora Rosa Carolina Gil Jaramillo, en su trabajo de tesis titulado “Interpretación del sacerdote, la guerrilla liberal y la policía en Lo que el cielo no perdona”, expresó: “Tiempo después de publicada la obra, el docente conservador Juan Manuel Saldarriaga respondió, entre otras, a la obra del padre Blandón con la novela De Caín a Pilatos o lo que el cielo no perdonó. En dicho texto, el conservador trató de demostrar que el autor estaba equivocado al defender a los liberales, a quienes Saldarriaga culpaba por las desgracias y la violencia del país. Saldarriaga llamó a Blandón por su nombre y lo acusó señalándolo de ser un mal sacerdote, apoyándose en una cita de monseñor Manuel Canuto Restrepo, quien se caracterizó por su discurso antiliberal: “Para conocer a un sacerdote basta oír a los liberales: si dicen que es bueno, es porque es malo y está con ellos; si dicen que es malo es porque es un sacerdote celoso, que los combate”. De ese talante fue la confrontación, aun la literaria.

      Otro sacerdote de la región del occidente antioqueño que dejó su huella positiva en la protección de muchas vidas fue el padre Gonzalo Jiménez, cura coadjutor en Dabeiba y Mutatá; por tal razón le correspondía atender el corregimiento de San José de Urama y visitante permanente de los campamentos de la guerrilla liberal en Camparrusia. El padre Jiménez ofició en estos lugares, a la par que el padre Blandón lo hacía en Uramita y Juntas de Uramita.

      Lo que el cielo no perdona se refiere al padre Gonzalo en los siguientes términos: “Este cura, como otros del occidente antioqueño, no servía a los fines que la política reinante había propuesto respecto al clero […] Los curas servían si se plegaban al sectarismo reinante en el ejercicio de su ministerio, porque había que alcahuetear los crímenes, depredaciones e infamias de uno de los partidos, y atacar en el púlpito, en el confesionario y en todas partes a los del otro partido, maldiciéndolos, echándolos de la religión en que nacieron y sepultándolos en los profundos infiernos como si no fueran hijos de Dios”.

      En la lectura de la novela del padre Blandón hay una defensa permanente del padre Jiménez. Lo muestra como un sacerdote humilde, comprometido con los pobres, valiente, leal con su iglesia, convencido de que los liberales también eran hijos de Dios. Relata episodios en los cuales Jiménez rescató campesinos de las garras de la policía o de las hordas conservadoras. Fueron múltiples los ingresos del padre Jiménez a los campamentos guerrilleros para dar confesión y comunión a sus moradores.

      El padre Misael Gaviria Restrepo, que nació en Envigado el quince de mayo de 1910, fue párroco de Dabeiba durante cuarenta y dos años. Una vez ordenado sacerdote fue designado rector de un seminario en Santafé de Antioquia, pero sin posesionarse fue enviado a la población de Dabeiba en 1942, con escasos treinta y dos años de edad. Allí sirvió con devoción, entrega y entusiasmo a una feligresía que lo adoraba por su comportamiento pacífico, humano y caritativo. Durante la época de la violencia partidista fue un sacerdote protector de su grey, en su inmensa mayoría liberal. Monseñor Gaviria no toleró persecuciones o retaliaciones por razones

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