Mijo, levántese que llegó Belisario. Ramón Elejalde

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Mijo, levántese que llegó Belisario - Ramón Elejalde

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otros dirigentes parroquiales que han sido ejemplo de rectitud y laboriosidad: Gabriela White de Vélez, Teodorico Brant Tamayo, Óscar Arango Tamayo, Carlos Carvajal Díaz, Jesús Arenas, Bernardo Gómez Bravo, Luis Roldán, Ramón Martínez Salas y tantos que recuerdo con cariño, pero que harían interminable la remembranza.

      Finalmente, son personajes inolvidables para mí, Ramón Carrasquilla Peña y Camilo García Bustamante, los integrantes del Dueto de Antaño, a quienes Antioquia debe un sitial de honor por todo lo que hicieron por la música andina, en una época que amenazaba perderse para siempre. Camilo y Ramón hicieron eventos para recoger esas notas que el tiempo comenzaba a ocultar. Se conformaron como dueto el catorce marzo de 1941 y permanecieron alegrando los oídos de los colombianos hasta el siete de junio de 1982, cuando falleció en Medellín la primera voz del Dueto, don Ramón Carrasquilla. Camilo lo sobrevivió hasta el día veinte de enero de 1993, curiosamente ambos fallecieron por daños renales. A ambos, especialmente a Camilo, me unió una buena amistad. Cómo no recordar aquí al maestro Arnulfo Baena Sevillano, gran amigo, educador, y mi jefe cuando fue Director de Escuelas Normales; por muchos años fue el guitarrista del Dueto de Antaño.

       NOTAS FAMILIARES

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      La región de Murrí en Frontino es la más extensa de la municipalidad, zona inhóspita, en parte selvática y cruzada por innumerables ríos y quebradas. Hoy un carreteable llega a La Blanquita, situada en el extremo cercano a Nutibara. Seguramente por el año de 1962, imposible ser preciso en la fecha, mi padre, Manuel Elejalde Sánchez, organizó un viaje a La Blanquita, tiempo en el que solamente se iba en carro hasta el corregimiento de Nutibara, y me invitó a mí y a sus amigos Hunaldo Cadavid Elejalde, Ubaldo Montoya y Horacio Gaviria Góez. La entrada fue por la selvática y empinada zona de La Golondrina. Estuvimos cuatro o cinco días en esa bonita región y del paseo recuerdo dos anécdotas.

      Los viajeros emprendimos un recorrido en una pequeña barca por el río Chaquenodá, nombre indígena que significa río bonito, a la altura del sector denominado El Recodo, que para entonces eran varios kilómetros de un río sereno, de discurrir lento, abundante agua y pescado, y con selva a ambos lados. En su recorrido parecía que, por la oscuridad que producían los árboles, estuviera de noche. Los paseantes hicimos el viaje acompañados de algunos lugareños entre los que recuerdo a Chucho Restrepo, hijo de don Pedro Restrepo, tronco de una tradicional familia nativa; los mayores cantaban y libaban aguardientico. Con nostalgia recuerdo que la interpretación que más entonaron esa tarde fue el pasillo ecuatoriano “Un triste despertar”, que tiene letra de Carlos Arturo León y música de Francisco Paredes Herrera (“Un bosque umbrío, de perfumes lleno. Silencio, soledad, completa calma / Libre de engaños y al dolor ajeno”), y que popularizaron en nuestro medio Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas.

      Otra historia de este viaje fue el regalo que a los visitantes hicieron algunos de los habitantes de La Blanquita. Fueron al río y sacaron mucho pescado, que trajeron al caserío y prepararon para obsequiar a la comitiva. El día del regreso, como nadie empacaba el regalo, don Horacio Gaviria llenó sus alforjas de pescado y lo cargó de regreso a Nutibara. En ese corregimiento, mientras esperábamos la llegada del vehículo que nos transportaría a Frontino, Horacio Gaviria guardó su maleta y alforjas en un negocio abierto al público. Manuel Elejalde Sánchez, mi padre, pidió un poco de arena que había en el parque de Nutibara y le cambió a Gaviria Góez los pescados por arena, y los empacó meticulosamente para repartirlos entre todos los viajeros, guardándole su parte a don Horacio, quien llevó hasta Frontino sus alforjas cargadas de arena. Cuán no sería su sorpresa cuando vio que lo que se había cargado a sus espaldas era un puñado de arena. Un niño le llevó después la parte que le correspondía de los pescados.

      Otra anécdota familiar fue la que vivimos con Sarita Ordóñez Gómez, hija de Adriana, hermana de Hernán Darío “El Bolillo” Gómez. Durante muchos años, niñez y adolescencia de Sarita, fuimos vecinos de piso en una unidad residencial en Envigado, límites con El Poblado (Medellín). Esa vecindad nos hizo excelentes amigos y en muchas ocasiones, cuando salíamos de paseo, solíamos invitar a Sarita y a su hermano Samuel Pardo Gómez a que nos acompañaran. En uno cualquiera de esos viajes disfrutamos las delicias de una vuelta al oriente antioqueño y llegó encantada de la manera como había gozado durante el día con la familia Elejalde. Sin embargo, le hizo una acotación marginal cuando le contaba a su madre las peripecias del viaje: “Mamá, con esa gente se pasea muy bueno, pero es muy maluco en el carro porque durante todo el viaje ponen una canción que se llama el trapito blanco y todos son cantando”. Sarita se refería al tango “El pañuelito blanco”, que inmortalizó Carlos Gardel, pero que nosotros siempre escuchamos en las voces del Dueto de Antaño (“El pañuelito blanco / que te ofrecí / bordado con mi pelo / fue para ti).

      En mi familia las anécdotas con “El pañuelito blanco” no terminan. Corría el año de 1990, celebraba yo veinte años de casado con Nelly López y decidí llevarle a mi esposa una serenata con el Dueto del Pasado, una especie de prolongación del Dueto de Antaño, y que integraron Camilo García y Darío Miranda. Fui por ellos y por Arnulfo Baena, el guitarrista, hasta la casa de Camilo, situada a una cuadra de la iglesia de la América. En el viaje hasta mi residencia les hice una relación de las composiciones que más gustaban en la familia y, obvio, allí entró “El pañuelito blanco”. Al llegar a la casa, la niña de la familia, Ana Mercedes, pidió que interpretaran la ya citada composición y cuando fue a comenzar la serenata, el maestro Camilo García se dirige a mi niña y le dice: “Para ti. Para ti, ‘El pañuelito blanco’”. Conservamos en audio toda la actuación artística de esa noche. Mi niña moriría el veinticinco de enero de 2020, de un aneurisma cerebral, cuando cursaba el último semestre de psicología en la Universidad San Buenaventura.

      No quiero terminar estas pequeñas historias familiares sin contarles cómo se dio lo de mi nombramiento como vicegobernador o alcalde de Frontino.

      Transcurría el mes de noviembre de 1980, un día viernes, y en la mañana presenté mi último examen que me convertiría en egresado de Derecho de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín. Ese mismo día, en las horas de la noche, teníamos una fiesta de despedida en la finca La Isabela, que habíamos arrendado al municipio de Medellín con tal fin. Entre la finalización de la prueba en la Universidad y la fiesta, fui al colegio “Ricardo Rendón Bravo”, en Castilla, donde laboraba al servicio del departamento de Antioquia. Estaba en el trabajo cuando me llamaron de la casa a notificarme que Guillermo Gaviria Echeverri me requería con urgencia. Inmediatamente lo llamé y, después del saludo, me preguntó cuándo terminaba mis estudios de Derecho. Le respondí que esa mañana los había concluido. “Preséntesele el lunes a las nueve de la mañana al gobernador Iván Duque Escobar, que lo va a entrevistar. Me pidió una lista de candidatos para reemplazar a don Héctor Cadavid Elejalde en la Vicegobernación de Frontino. Le deseo éxitos”.

      Cumplidamente llegué a la cita. El gobernador salió hasta la salita de recepción de su despacho y, sin mandarme entrar, me dijo: “No voy a entrevistar a nadie. Su hoja de vida y algunas referencias familiares me convencieron de que usted es la persona. En la oficina de Víctor Guerra le notifican su nombramiento y espero que haga muchas obras importantes por su pueblo. Seguimos en contacto”. Fui a la oficina indicada y ya estaba el decreto firmado y radicado. Me notificaron y a los pocos días tomé posesión del cargo, en el cual estuve durante cinco años. Pude dotar a Frontino de acueducto, alcantarillado y pavimentación con adoquines de las vías más importantes del sector tradicional del pueblo.

      De las “referencias familiares” que recibió el Gobernador sobre el suscrito tengo tres hipótesis: trabajé en Frontino en el Juzgado Civil del Circuito bajo la orientación de Juan Javier Vargas Vásquez, esposo de doña Lucía Duque Escobar, quien durante la época vivió en Frontino, a finales de la década de los años sesenta y principios de la del setenta del siglo pasado. Fui, igualmente, muy amigo de Augusto Duque Escobar, hermano del

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